José Baragaño era un hombre dulce y un excelente padre y marido. Pero por encima de todo, este gijonés fallecido el jueves a los 87 años era un llambión apasionado de la pastelería. Tan es así que en su esquela, publicada ayer en este periódico, se podía leer el nombre del finado con el añadido «Al que tanto gustaban los pasteles». La frase, que llamó la atención de los lectores e incluso de los empleados de la funeraria de Gijón, tiene una explicación: «Era goloso hasta un punto que nadie se puede imaginar. Le quisimos hacer ese guiño cariñoso el día de su despedida», contó ayer Florencia Baragaño, su hija, en el tanatorio. Pero el dulce homenaje póstumo no acabó ahí. La familia encargó además media docena de pasteles con los que se incineró el cuerpo del octogenario.
Leer más: – La pavorosa historia de Blanche Monnier: el castigo más aterrador de una madre
LNE / La pasión de este gijonés por el dulce viene de lejos. «De joven, cuando todos ahorraban para ir al baile y para invitar a las mozas, él guardaba el dinero para comprar pasteles», relató la hija del octogenario en el velatorio, quien, tras certificarse el fallecimiento de Baragaño, encargó a la confitería Ayalga, situada en el número 37 de la avenida de Portugal, a pocos metros del domicilio familiar, dos bollos preñaos, una casadiella, dos bizcochos, dos pasteles de almendras y un milhojas para hacer más llevadero al difunto el tránsito al más allá. «En los últimos años tenía diabetes y estaba malín. No podía comer pasteles, pero le prestaban tanto que le dábamos un cachín de vez en cuando, porque valía más que sus últimos años los viviera feliz y contento», recordó ayer, emocionada, la hija de este gijonés cuya esquela revolucionó ayer las redes sociales. «Si volviera a nacer querría tenerlo de nuevo como padre», argumentó orgullosa la hija.
Leer más: – Una pareja de homosexuales quieren casarse pero son padre e hijo
José Baragaño empezó a trabajar a los 15 años en las minas de Langreo. Cuando cumplió los 30, emigró a Suiza. «Allí había mucho chocolate, pero hasta en el extranjero se acordaba de los pasteles de España y del ‘borrachín’ que tanto le gustaba», rememoró ayer Florencia Baragaño. En el país helvético trabajó en un garaje de la Mercedes y en la fabricación de relojes de alta gama. Se casó y tuvo a su única hija, que actualmente sigue viviendo en Suiza. El hombre no abandonó su país de adopción hasta que hace cuatro años, ya retirado, decidió volver a Asturias con su mujer, María del Carmen Feijóo. El jueves acabaron sus días y a la familia no se le ocurrió mejor forma de darle una dulce despedida.
«Era gente que conocía del barrio. La hija venía mucho en vacaciones, sobre todo en Navidad», relató ayer a mediodía Maite Martínez, la dependienta de la confitería que recogió el sorprendente encargo para la incineración de Baragaño. Esta pastelera gijonesa asegura que en doce años de trabajo «nunca me habían pedido nada igual». Como los empleados de la funeraria, que no daban crédito al texto de la esquela.