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Jesús de Medinaceli, la talla rescatada de las vejaciones del sultán de Marruecos

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El Cristo de Medinaceli, también conocido como el Señor de Madrid, será hoy venerado por miles de madrileños. La cita, como cada primer viernes de marzo, recuerda el episodio de la llegada de la talla a la capital, en 1682. Convertido en tradición desde entonces, su historia esconde un rescate a cargo de la Orden de los Trinitarios. El fervor que actualmente despierta es proporcional al tortuoso camino que, según narra la leyenda, recorrió hasta llegar a la basílica homónima, situada en la plaza de Jesús. La cruz que cuelga en su pecho, igualmente, es una de las huellas de su pasado.

ABC / La imagen, de 1’73 centímetros y cincelada en Sevilla, fue llevada a La Mámora, en Marruecos, cuando fue tomada por los españoles en 1614 como elemento de culto para los soldados. Trasladada por los frailes capuchinos, su destino, sin embargo, se volteó brutalmente pasados sesenta y siete años. En 1681, la ciudad regresó a manos árabes, con la consiguiente vejación del Cristo. El sultán de Marruecos Moulay Ismaïl concibió la figura como un símbolo de la victoria sobre su enemigo y de su dominio sobre él y sus costumbres. La talla de Jesús de Medinaceli fue llevada a Mequinez, al norte del país, y allí fue sometida a todo tipo de vejaciones y humillaciones por el gentío en sus calles.

Arrastrada por el suelo, fue golpeada, insultada, escupida. De hecho, consta una carta de uno de los hombres que participaron en el rescate que lamenta como «tenemos que llorar y sentir es no sé cómo llegar a declarar lo que mis ojos vieron, sin perder la vida a manos del dolo haber visto al Sagrado Retrato de Jesús Nazareno por segunda vez entregado a moros y judíos».

Treinta doblones de oro

La escena fue vista también por un fraile trinitario y, en ese mismo momento, comenzó a fraguarse su rescate. Solicitó audiencia con el sultán y ofreció tanto oro como peso tuviera la figura. Moulay Ismaïl, cegado por la codicia, aceptó el trato convencido de que recibiría una cuantiosa cifra de monedas. Su sorpresa fue mayúscula cuando, según dice la leyenda, el peso se equilibró al llegar a la cifra que recibió Judas para entregar a Jesús: treinta doblones de oro. Así figura en la novela «Treinta doblones de oro» de Jesús Sánchez Adalid, como ya publicó ABC en otro escrito similar a este. Como agradecimiento a la Orden, al Cristo se le colgó la cruz roja y azul.

Después, la talla casi recorrió medio mundo hasta llegar a la basílica en la que hoy descansa. Tetuán, Ceuta, Gibraltar y Sevilla hasta su llegada a Madrid, envuelta en un gran fervor popular que se extendió a la Familia Real. Por eso es tradición que un miembro de la monarquía bese también el pie derecho del Cristo de Medinaceli.

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