Por Juantxo García* para elmunicipio.es
No, no me voy a ocultar. El día de mi onomástica, san Juan Bautista, a eso de las 6:30 horas, poco más o menos, de la mañana la radio me me susurró al oído que los británicos me habían preparado un regalazo: una mayoría de votantes había decidido, la víspera, decirle un «bye, bye» a la Unión Europea o, como a mi me gusta llamarla, Eurolandia.
Desde ese mismo momento, prácticamente sin excepciones, la maquinaria del agit-prop del monarcocapitalismo español —y me imagino que en el resto de regímenes del continente— se puso en marcha dibujándonos, con gruesas pinceladas llenas de pringue demagógico-apocalíptica —esa a las que nos tienen tan acostumbrados los monosabios de la sra. Angela Merkel cuando, por ejemplo, agitan el fantasma de los «populismos» o amenazan brabuconamente a Vladimir Putin— un panorama desolador para el Reino Unido.
Que si a partir de ahora se iba a hundir esto, que si ya verás cómo se va a ir al garete lo de más allá, que si la juventud británica ya no podría soñar despierta con el ungüento del tío Erasmus, que si los abuelos made in United Kingdom residentes en Marbella tendrían que sacarse un seguro privado cagando gaitas, que si a Gareth Bale habrá que cederlo ipso facto al Atlético Matalascañas… Sólo les ha faltado propalar la especie de que los británicos van a pasar del iPhone al hacha de sílex y de la minifalda de Mary Quant al taparrabos de piel de lobo.
Parece que hay ansias de que el divorcio —la emancipación, habría que decir para ser rigurosos— venga acompañado de una buena dosis de ejemplarizante dolor. Así, el director del «think-tank» atlantista «Carnegie Europa», Jan Techau, no tardó en comentar a la cadena norteamericana CNN que «los líderes de los veintisiete miembros restantes tienen que asegurarse de que la situación no cree un precedente, de modo que el Reino Unido no se convierta en un modelo atractivo para otros». A mí, personalmente, esto me suena a amenaza, ¿y a usted?
¿Pierde el Reino Unido? A corto plazo es más que probable que Europa —quiero decir Bruselas, quiero decir Berlín— le haga pagar a los británicos un peaje —cosas de mujeruca despechada—, pero tampoco se tendrán que rasgar las vestiduras los súbditos de Su Graciosa Majestad. Noruega, por dos veces (1972 y 1994), le dió calabazas al armatoste en sendos referendos, y ello a pesar del obcecación de las autoridades de Oslo empecinadas, durante décadas, en hacer pasar a los noruegos por el aro. Hasta donde nosotros sabemos, estas dos coces de Noruega no ha despeñado a los nórdicos a la época de las cavernas o a tener que alimentarse a base de carne de pingüino. Más bien, todo lo contrario: mientras en Noruega la renta per capita fue en 2013 de 100.818,50 dólares USA, en Alemania fue, ese mismo año, de 46.268,64 dólares USA y, en España, 29.863,18 dólares USA. Un horror, ¿verdad?
¿Por qué los británicos ha dicho «no»? Pues porque los británicos, muy suyos ellos —rematadamente bizcochables y, por ende, tontos nosotros, los españoles—, no están dispuestos a cambiar su soberanía nacional a cambio de un acromegálico monton de leyes y normas, todas ellas, sin excepción, pergeñadas al gusto tudesco. A los inventores del capitalismo, durante años, les ha acabado por parecer que «su» capitalismo era infinitamente menos inicuo que el capitalismo merkeliano; esto es, a los inventores del capitalismo no les mola que la llamada Unión Europea sea un diseño para mayor gloria del IV Reich. Por paradójico que pueda parecer, a los inventores del capitalismo no les seduce lo más mínimo el brutal retroceso de las condiciones de vida de millones de trabajadores continentales y el empobrecimiento masivo de las capas más desfavorecidas de la población europea. A los inventores del capitalismo les aterroriza que cualquier «dirigente» de Eurolandia, sobre todo los impuestos al socaire del entramado dedocrático, suelte al éter, un día sí y otro también, más estupideces por minuto que cualquier «supporter» de Bradford City, puesto hasta las cejas de cerveza, el día de partido.
A mí, personalmente, Eurolandia me parece un cortijo hiperburocrático, amancebado con financieros y banqueros, enemigo jurado de trabajadores y gente sin amarre para el yate, que nos obliga a recitar de memoria el repugnante catón neoliberal, y cuyos dirigentes están convencidos que rusos y chinos son la encarnación de Belcebú. Sin embargo, soy optimista y no me intimida tanta parafernalia. Eurolandia camina a pasos agigantados, a una situación de «Estado fallido», en la medida en que, lo quiera o no Jan Techau y todos los gurús beneficiarios del potaje, el referéndum del pasado día 23 en el Reino Unido ha destapado la caja de Pandora. A partir de ahora, cualquier represalia boba o reajuste de marchamo escrotal, va a contribuir a seguir alimentando la ya inmensa legión de quienes pensamos que esta «Europa» no es la de los europeos, sino la de «ellos», y de que, en cualquier caso, lo mejor que nos podía haber pasado a los continentales es que el «mercado común» se tenía que haber quedado en eso y sólo en eso: en «mercado común».
No me gusta ese fanfarrón, tamposo y deslenguado llamado Nigel Farage, uno de los más activos propagandistas del «Brexit». Pero si me dan a elegir entre ese pájaro y al esclavo-felpudo Alexis Tsipras —el ex camarada de Pablo Iglesias, ese que está malvendiendo lo poco que queda de Grecia a Alemania después de haber ganado el referéndum antitroika de julio de 2015 por un 61.31%— me quedo con el primero.
Postdata: No sé si me moriré antes, pero no pierdo la esperanza que alguien me/nos cuente algún día quien movió la mano del naziextremoderechista que asesinó a diputada laborista y contraria al Brexit, Jo Cox. Porque la cosa atufa por los cuatro costados a falsa bandera.
* Presidente del sindicato Unión Nacional de Trabajadores (UNT) en Valencia