Inicio Opinión Invitada LA INSENSATEZ Y LA BARBARIE, PROTAGONISTAS DE LA VIDA POLÍTICA ACTUAL

LA INSENSATEZ Y LA BARBARIE, PROTAGONISTAS DE LA VIDA POLÍTICA ACTUAL

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Rajoy-Zapatero-Aznar
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Por Pedro Conde Soladana para elmunicipio.es 

No sé si habrá habido en la historia política de España un momento como éste en el que la irresponsabilidad, el disparate, la irracionalidad hasta rozar la locura, haya anegado como una gran marea la vida de los españoles. Algunos historiadores lo están comparando con los meses previos a la guerra civil de 1936. De acertar en la semejanza, los vaticinios no auguran bienaventuranzas para esta nación. Esperemos que muchas de las circunstancias distintas que rodearon aquel momento y rodean éste, algunas de ellas de verdaderas necesidades físicas, como el hambre, la extrema pobreza, el analfabetismo, etc., hoy casi inexistentes, rebajen las tensiones sociales que entonces venía arrastrando España de siglos atrás, por la torpeza de unas clases y élites gobernantes, aquellas derechas torpes y egoístas, presididas por una monarquía borbónica -13 era el número, mal número, de aquel Borbón vividor y saltador de camas que venía a creerse el dueño del cortijo, ejerciendo el añoso y execrable derecho de pernada-.

¿De dónde proviene hoy tanta insensatez, tanto desbarre y tanta parida, que diría el vulgo? Con pocas dudas, de su clase política, formada por miles de dirigentes a distinta escala y poco saber, ágrafos o analfabetos funcionales y en funciones de la cosa pública, que como una masa de aluvión, ha traído una democracia mal articulada y tan mal entendida y atendida que la han asemejado y convertido en una pelandusca por rastrojo. ¡Qué fácil es estafar y maltratar a una democracia; pero qué difícil vencer a la dictadura que suele seguirla cuando aquélla queda sola, traicionada  y abandonada en el rastrojo! Esto es lo que puede llegar. A la cola de los candidatos para protagonizar una ominosa dictadura ya está un partido disforme, calidoscópico y multigrupal, lobo disfrazado de todas las ideas del espectro político, según los intereses electorales del momento, pero con una de fondo que los identifica a casi todos por sus orígenes: el comunismo más rancio y ya estéril por estragamiento histórico. Ahí está, sin embargo, como un fantasma, con sólo su sábana como continente y contenido, volviendo a recorrer Europa; y de manera muy visible, amenazante e inminente, España.

La insensatez puede tener también su causa activa: la mediocridad. Se dice que no lo hay más atrevido que la ignorancia y donde acabo de decir ignorancia bien podría poner mediocridad para reformular el dicho popular y afirmar que no lo hay más osado que la mediocridad cuando ésta se hace operativa.   

La paulatina decadencia en calidad de la clase política a lo largo de estos cuarenta años de democracia es tan evidente como que de los líderes, presuntos como tales, que hoy están al frente de los partidos no pasaría ninguno la nota de corte para el ingreso en una hipotética escuela de enseñanza del saber político. A sus antecesores, con todos sus fallos, errores y debilidades, se les notaba un cierto empaque de hombres públicos, aunque a la mayoría les faltara también algún grado en el escalafón para ser hombres de Estado; una de las carencias de las que ha adolecido España quizá durante siglos. ¡España!, ¿dónde están tus hombres de Estado, que no hubieran consentido nunca el riesgo que ahora corres de caer en el abismo?

Todo hombre y toda sociedad deben moverse en y por una escala de valores; que van desde la cultura a la ética y la moral. Si aquéllos se debilitan, se desdibujan o fallan, la sociedad se cuartea y le nace entre sus grietas la mala hierba de los antivalores; la ética y la moral desaparecen sustituidas por el código de la barbarie y la ley es la del más fuerte, que no suele ser el más justo y bondadoso sino el más canalla. O ¿no es verdad que en el momento presente es, en algunas regiones de España, el de un encanallamiento de grupos extremistas que han llegado al poder -y ¡de qué manera!- como nuevos Atilas dispuestos a arrasar, como aquél de la Historia, toda la milenaria civilización hispánica? En esta barahúnda, las palabras progresismo y progresista se oyen por todos los lugares y tribunas de la izquierda, que compiten en ranciedad con el tocino de una olla perdida en el desván desde los tiempos de la abuela. El paso de la moralidad a la amoralidad no es un progreso; el paso de la amoralidad a la inmoralidad, fácil de dar, es un delito. En esos pasos anda ya esa izquierda y la clase política en general, arrastrando de paso en esa degradación  a una gran parte del pueblo, que viene a verlo como un estado normal de las cosas, una especie de statu quo.

El sarcasmo y la ironía, si caben, es que no es toda la culpa de ellos. Ni mucho menos. Ellos vienen a ser causa de la causa. La causa originaria son los políticos del Estado, máximos responsables de esta degeneración de la vida pública nacional, a la que acompaña una apatía y un descreimiento, rozando ya el derrotismo, de una gran parte del pueblo español, que empieza a verse como un rebaño sin pastor.

Hablamos de escala de valores. Cuando ésta no aparece con la fuerza de unas Tablas de la Ley cumplidas de arriba abajo por todos los ciudadanos, es decir, desde el rey al más humilde, se impone el mal ejemplo y con éste el desinterés por la cosa pública, el pasotismo generalizado, y el “por qué yo voy a ser menos que el de arriba o cumplir con lo que él no cumple”. Hablando de leyes, si viviéramos en un auténtico Estado de Derecho, con la verdadera separación de poderes y sus códigos civiles y penales elaborados con la exquisitez y verdadera justicia que exige aquél, esa escala de valores se sustanciaría en una exigencia mayor en el cumplimiento de los deberes y obligaciones de los que ocupan los escalones superiores, de tal modo que hasta los códigos deberían recoger en sus articulados, como agravantes, sus responsabilidades en los actos delictivos cometidos en el ejercicio de sus funciones públicas. Veríamos que no se apuntaban, como a una compañía de comparsas, muchos de estos candidatos que lo hacen a la fácil, lucrativa e indecente política del pesebre. Pues no sólo no es así sino que escamotean sus malas conductas con aforamientos e invasión del terreno que debería estar prohibido, ni siquiera transitado, a cualquiera de los tres poderes de ese estricto Estado de Derecho. En el caso presente, el de los jueces, a los que los políticos tienen hoy a su servicio como lacayos o chambelanes. ¡Cómo no explicarnos el desánimo y el abatimiento de esa gran parte del pueblo español ante la insensatez y desvergüenza de estos dirigentes de partido y partidarios que sólo se diferencian de los de una república bananera en que en ésta son pocos a robar porque suele ser una dictadura y en nuestro régimen son muchos a afanar, invocando una democracia que es más fraudulenta y falsa que una moneda de latón!

En definitiva, que el campo está abonado, muy abonado, para que crezcan ceporros canallas en vez de políticos decentes, que ya están llevando a nuestra Patria por caminos que nadie podía imaginar para el nuevo siglo en que vivimos.

Con dolor, con mucho dolor, me pregunto: ¿”quo vadis”, España?

Pedro Conde Soladana                                                  

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2 COMENTARIOS

  1. Gracias Pedro por poner, negro sobre blanco, lo que tantos opinamos sobre la situación de España.

    Tus palabras que deben ser repetidas por todos, como cornetín de enganche que despierte a nuestro pueblo, para que pelee por recuperar una moral, la única moral posible, la católica, que informe toda la vida de España.

    De nuevo gracias

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