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Defensa Social, un intento que no comparto

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Defensa Social un intento que no comparto

Por Eduardo López Pascual para elmunicipio.es

No sé si el nuevo partido llamado Defensa Social, tendrá como principio ideológico la doctrina nacional sindicalista; desconozco si los hombres y mujeres que vayan a militar en esa formación defenderá el menaje de José Antonio Primo de Rivera, a pesar de la procedencia de una mayoría de sus fundadores provienen de organizaciones falangistas, y no puedo asegurar que sus estatutos quieran llevar las reivindicaciones más exigentes de la Falange originaria, o, me temo, que aparezcan bajo unas políticas de peticiones rutinarias y generalistas como la de todas, o casi todas las fuerzas democráticas que hoy nos gobiernan.

Decir que se quiere una justicia mejor, una distribución de la riqueza más ética, pedir una educación más completa o que la sanidad sea universal, por ejemplo, no supone ninguna novedad para las expectativas de España. Defender la unidad de la nación, de otro lado, o la igualdad de todos los ciudadanos son, aspiraciones de los partidos políticos que nacen de la constitución española de 1978. Son principios que todos los políticos, sean de la ideología que sean, tienen en sus programas electorales. Y a mí, personalmente, me parece que para eso no hacía falta inventar una nueva sigla, mucho menos, si como en DAS, perviven en responsabilidad viejos camaradas a los que, siempre, he reivindicado, que si ese esfuerzo que hacen lo hubieran hecho en tareas de fortalecimiento y afanes en adecuar, modernizar, y unificar formas y palabras, posiblemente lo que entendemos por Falange Española tendría hoy otra realidad y otro futuro.

No voy, -soy sincero-, a denostar nuevas ilusiones y nuevos colores en quienes hasta hace muy poco, hemos compartido consignas y hechos, pero creo que hacen un flaco favor a lo que tantos de nosotros, tenemos como norma personal, mantener el honor de ser falangista para ofrecer al pueblo español un modo, y también, un camino, un instrumento, para realizar por fin el sueño de miles de camaradas que lucharon, vivieron y murieron por una España mejor al amparo de una revolución diferente basada en aquel grito de patria, pan y justicia, que era lo que nuestro Arriba España, han planteado a través de los años.

Ese es el gran fallo de los falangistas, que han dejado de creer en su propia historia. Una historia que podemos adecuar, actualizar, pero en todo momento fiel a la esencia de un nacional sindicalismo que, este sí, tiene patente de marca. Lo demás, es debilitar una idea, olvidar un compromiso, rechazar una bandera… diluirse en la rutina. Es a lo que me opuse, y a lo que me llevó a abandonar a gentes muy queridas, respetadas, pero que a mi juicio, no han sabido estar a la altura de las circunstancias. Ojalá, ellos encuentren una senda de comprensión pero temo que al final sea un trabajo baldío, que nace -pienso-, con el peso de una medida nada operativa.

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3 COMENTARIOS

  1. Bravo por el artículo. Antes la derrota que la disolución. No mendigaremos unas sobras cuyo precio sea la vergonzante renuncia de nuestro ser.

  2. Creo que DAS es aire fresco e ilusionante. No se deja de ser falangista por el hecho de de militar en un partido que se basa en sus principios, pese a no llevar el nombre de Falange en sus siglas. Me parece una idea estupenda y un acierto, la del nacimiento de Defensa Social, bastante prostituido está ya el nombre y símbolos de Falange. Nunca renunciaré y nunca dejaré de ser falangista por el mero hecho de pertenecer, por ejemplo, a Defensa Social. Acaso uno deja de ser falangista, como dije antes, por no militar en un partido que entre sus siglas no se encuentre la palabra falange?

    Ánimo y mucha suerte para Defensa Social.

  3. Impecable artículo, estimado amigo y camarada Eduardo que comparto totalmente.
    Defensa Social es un invento próximo a la Nueva Derecha, al estilo del Front National de Le Pen,que para nada contempla las «aristas sociales y revolucionarias» de la Falange que los entusiastas de Alain de Benoist tratan de limar. Ellos admiten la desigualdad de la sociedad y son enemigos de lo que un cristiano y un revolucionario (un falangista) entiende por igualdad. Están cómodos en un régimen capitalista al igual que lo está su partido próximo, Ciudadanos, con el que coinciden en su totalidad salvo algún matiz. Esto es la posmodernidad en la Falange, como alguna vez comentamos, Eduardo. Tan lejano a nosotros como lo son los franco-«falangistas» anclados en el pasado, pero más inocuos que estos.

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