El nombre de una calle es algo más que una dirección a la que a veces, cada vez menos, escriben los bancos, los juzgados y algún que otro poeta convencido de encontrar destinos en lo cotidiano. Hay calles que celebran la memoria de un héroe, la de un artista sobresaliente o la de una huella de esta nuestra Historia con la que los españoles andamos siempre a la gresca y a las sombras. —Podemos dice ahora que quitó el busto de Mercedes Formica por falangista— Es el caso de Mercedes Formica, la abogada gaditana de rebeldía azul del falangismo en el que militó feminista y joseantoniana, y cuyo coraje la empujó a librar una batalla de ley: conseguir reformar los 66 artículos del Código Civil que convertían a las mujeres en rehenes de la absoluta potestad del marido. No fue fácil. A Formica le costó cinco años, algunos artículos, un par de novelas y que en 1951, después de que Pilar Primo de Rivera le encargase una ponencia sobre La mujer en las profesiones liberalesante personas de América, España y Filipinas, la Sección Femenina anulase su conferencia por reivindicar la incorporación plena de la mujer al mundo laboral. Fue difícil para ella ser una Pepita Grillo que vivió como una mujer republicana, educada por profesores de la Institución Libre de Enseñanza y amiga de García Lorca, a quien llamaba cariñosamente el limón lunero, sospechosa para los suyos y negada posteriormente por el feminismo de izquierdas.
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El País / Cincuenta y ocho años después de lograr su propósito en 1958, todavía paga las consecuencias por su condición de mujer fronteriza, incómoda y moderna a destiempo. En su Cádiz natal retiraron hace un año su busto de una plaza. En Madrid, la misma gobernabilidad ideológica nombra ahora una calle con su recuerdo. La concejala gaditana de Podemos Ana Camelo la identificó como “la abnegada mujer franquista, responsable de su hogar y esposa perfecta”. La alcaldesa de la capital, Manuela Carmena, reconoce en cambio su labor como jurista a favor de los derechos de la mujer y de la igualdad. Sucede habitualmente: la Historia y sus protagonistas pocas veces se leen por dentro y se investigan desde el rigor y la independencia. Se interpreta según el librillo de cada maestrillo y muchas veces con vademécum de partido.
La defensa de la libertad femenina partió, en este caso, de un crimen de barrio en el verano de 1953, pura flama del franquismo: Una mujer apuñalada por su marido, el escueto titular de un suceso sobre la rúbrica en rojo a una larga historia de malos tratos. Antonia Pernia Obrador había intentando separarse en varias ocasiones. Su abogado le advirtió de que perdería su casa y sus hijos. Como todavía ocurre, ella aguantó seguramente la humillación y el silencioso grito del miedo hasta las 12 puñaladas que derramaron todo el calor de aquel estío en el que acababa de coronarse como reina Isabel II y se había estrenado con éxito de taquilla Esa pareja feliz de Berlanga y Bardem, con Fernando Fernán-Gómez y Elvira Quintilla. Nadie de la prensa interrogó acerca del marido asesino o sobre la espesura religiosa de la legislación y la justicia. En noviembre, Mercedes Formica —que ya tenía su propio despacho para defender mujeres maltratadas o que habían decidido separarse, como había hecho su madre— mandó al Abc el artículo “El domicilio conyugal”. Luis Calvo, director del periódico, lo publicó a pesar de haber sido retenido por la censura. “La muerte de la desgraciada mujer la provocó la convivencia. Nuestro Código Civil, tan injusto con la mujer en la mayoría de las instituciones, no podía hacer una excepción con la esposa que se ve en el trance de pedir la separación”. Durante semanas el periódico recibió más de 100 cartas diarias.
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La prensa internacional valoró el jaque al franquismo de aquel artículo y la agencia Magnum Photos dirigida por Robert Cappa envió a España a Inge Morath. La primera fotógrafa incorporada a la prestigiosa agencia, la inmortalizó en el reportaje World of women junto a otras contemporáneas destacadas en sus países como Federica de Grecia, la doctora Han Suyin de Singapur y la científica norteamericana Eugenie Clark. Mercedes Formica, austera a punto de la madurez, entre la diagonal torera y el medio perfil, en pie de mantilla negra con sereno atractivo en un balcón de Madrid en blanco y negro. Su auténtica primera victoria fue cuando en julio de 1956 el juzgado de primera instancia 3 de Madrid emitió una sentencia en la que el magistrado resolvió que la esposa siguiese ocupando el domicilio conyugal, debiendo abandonarlo el marido. Franco no tuvo más remedio que acceder a sus peticiones y a regañadientes puso en marcha lo que se llamó popularmente la re-formica del Código Civil.
Nada como el género de la novela para adiestrar comportamientos o para insuflarle a la conciencia el desafío de la modernidad. Ese fue su empeño. Con su nombre y a veces bajo el seudónimo de Elena Puerto publicó a partir de 1945 Bodoque, A instancia de parte, Monte Sancha, Escucho el silencio y Visto y vivido. En sus tramas abordó el doble rasero con el que se medía el adulterio y el coraje de las mujeres que se enfrentan a la ley por su deseo de libertad. El tema principal de sus libros recogidos en sus Memorias, publicadas por Renacimiento y el Instituto del Libro de Málaga, dirigido hasta hace poco por el escritor Alfredo Taján —uno de sus fervientes defensores junto con el gaditano Miguel Soler Gallo— y artífice también de la lista de intelectuales, entre los que estaban la novelista Rosa Regás, que reclamaron el busto de la escritora y jurista al Ayuntamiento de Cádiz después de su defenestración.
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Mercedes Formica murió en Málaga en 2002. Su memoria había sido emborronada por el alzhéimer. Algo parecido a lo que ha hecho la Historia con ella, más enmarcada por su ideología que por su talento y su lucha. La insumisa jurista gaditana que desafió al franquismo desde dentro merece ser definitivamente valorada como un audaz y pionero código de libertad.