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«No soy de derechas, soy cristiano: progresista en lo social y reaccionario en lo moral»

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Juan Manuel De Prada (Barakaldo, 1970) acaba de publicar su nueva novela Mirlo blanco, cisne negro (Espasa), sobre la relación tormentosa maestro-discípulo entre dos escritores. En su libro, De Prada disecciona el mundo literario (y sangra abundantemente): desde los suplementos culturales o los personajes que ha ido conociendo en su carrera hasta hacia dónde va el oficio de escritor: «Acabaremos siendo bohemios», asegura cuando nos sentamos a charlar en el Hotel Emperador de Madrid.

El Diario / Como columnista del diario ABC y con su afición a no callarse, no se le puede dejar escapar sin hablar de política y de religión. ¿Es de derechas? ¿Cómo hace para creer en Dios? ¿Le da miedo Podemos? Enciendo la grabadora y caen titulares sin parar.

¿Cuántas personas hay dentro de su protagonista, el escritor novel Alejandro Ballesteros, y de su maestro, Octavio Saldaña? Parece que dentro de Alejandro hay uno, usted, y dentro de Octavio, más.

En los dos está el propio autor y en los dos están otras personas. En Alejandro, hay autores jóvenes a los que traté y en Octavio están los maestros que conocí: Umbral y Cela. Y luego hay elementos de ficción. Son versiones disparatadas de mí mismo, que podrían haber sido y afortunadamente no son: trataba de reflejar dos estados vitales en la trayectoria de un escritor.

Es una novela del pasado escrita desde el presente, ¿hay una cierta decepción?

Es la novela de un superviviente: de alguien al que su vocación literaria ha sido puesta a prueba durante muchos años y que escribe sin ocultar que hoy en día una vocación literaria se tropieza con muchísimas dificultades que tienen que ver con los cambios que ha sufrido nuestra sociedad y con el derrumbe de la figura del escritor.

Quizá fue un espejismo pero, durante un tiempo, parecía que ser escritor era algo que te garantizaba el cocido. Y también está el escollo del éxito. A mí, por el hecho de haber tenido éxito cuando era muy joven hay gente que me mira con envidia, cuando creo que es lo menos envidiable del mundo. Un éxito a una edad tan temprana te atonta y te puede convertir en un zascandil.

Luego está el posterior escollo de la amargura, la tentación de abandono y conversión a otra cosa: como hace Octavio Saldaña, puedes convertirte en un pelele televisivo. Hay humor pero la novela está expuesta con una mirada desconsolada.

Aunque objetivamente pertenezca a alguna, ¿se siente de una generación?

No. Los escritores de mi quinta y yo estamos sujetos a un mercado de influencias que hace que no solo no pertenezcamos a nada sino que tampoco tengamos nada que ver entre nosotros. Me siento más bien como una reliquia de otra época, pero no en el sentido malévolo que la gente suele atribuirme llamándome viejuno, sino porque tengo una visión de la literatura que pretende profesionalizar el oficio y que hoy resulta anacrónica.

Asumiendo que Cela y Umbral sean sus maestros, ¿a quién quería más y a quién admiraba más?

Sin duda, a Umbral en ambos casos. Fue un amor muy intenso que degeneró en una aversión muy profunda. Creo que probablemente es el mejor escritor de la segunda mitad del siglo XX en España. Me parece un escritor descomunal mezclado con una, entre comillas, prostituta de la literatura que se desangró entre artículos prescindibles mezclados con otros maravillosos.

Con Cela mi admiración fue tardía porque le conocí en su época de gloria, después del Nobel. Se ofrece una imagen de él como si en esos años hubiese sido un escritor que se dedicaba a comer con banqueros y estuviera secuestrado por Marina Castaño. Creo que esto es falso, a Cela siempre le gustó comer con banqueros. Se han escrito biografías de Cela y el hecho más importante de su vida se oculta: en los 50 y 60 no vendía muchos libros pero vivía como Dios porque tenía un mecenas, Huarte, que le pagaba la revista Papeles de Son Armadans o su piso en Torres Blancas. Se movió muy bien en estos ambientes, cosa que me parece muy bien siempre que no actúe en contra de tu libertad creativa.

¿Le llamaron ‘mirlo blanco’?

Me llamaron ‘la gran esperanza blanca de la literatura’. (Nos reímos)

Barataria es, evidentemente, un sucedáneo de Babelia y los odiados suplementos literarios. Pero forman parte del juego.

A un chaval de veintipocos esto le va a parecer un chiste porque los cambios en la sociedad y la atomización de las audiencias de Internet hacen que hoy en día no exista una revista literaria que pueda repartir bulas y anatemas como repartió Babelia hace veinte años. Mi consideración literaria tuvo mucho que ver con que Babelia me acogió con fervor y luego pasé a ser un escritor expulsado del paraíso.

Esto que antes no podías decir porque parecía que supurases por la herida ha pasado a no importar porque ni Babelia, ni ‘Babelio’, tienen esa capacidad para encumbrar o derruir el prestigio de un escritor. Dicho esto, siempre necesitas que el público refrende tu valía como escritor.

Esto es otro tema de la novela: literatura o vida.

Cuando era joven, yo renuncié a la vida. Mi precocidad como escritor tiene que ver con esto. Me dediqué a leer de forma compulsiva y a escribir desaforadamente. Con el tiempo, me di cuenta de que eso era un disparate. Mi amor a la literatura sigue estando pero no como antes, que era algo sacerdotal.

A veces, cuando se dice que el celibato de los curas es imposible pienso que la gente no sabe lo que dice. Cuando tienes una pasión absorbente no te preocupa el resto del mundo. Mientras los chavales de mi generación estaban enloquecidos en busca de novias, a mí ni se me pasaba por la cabeza. Y luego saco mi primer libro titulado Coños, que entre algunos círculos me ha dado una imagen grotesca de casanova: cuando lo escribí quizá fuera virgen.

«Cuando hay que odiar, hay que odiar a lo grande» dice uno de sus personajes. En el mundo literario se odia a lo grande, pero ¿no cree que cada vez con menos estilo? Por eso he disfrutado con las réplicas y contrarréplicas de Pérez-Reverte y Rico.

Como espectador, diría que al que le faltó estilo fue a Rico. Creo que Reverte en su réplica a Rico, aunque amenaza, no lo hace de forma barata ni casposa. Con respecto a las polémicas literarias hay que entender que el que en su oficio haga algo de valor, puede hacerse rico. Esto no ocurre en el caso de los escritores y, al no hacerte rico, el escritor no tiene la principal vía de escape para la mezquindad humana. Entonces infla su vanidad, exacerba su envidia… De esas pasiones surgen cosas muy cutres que podían dar literatura en otras épocas.

En su libro aparece también, aunque sea de soslayo, lo políticamente correcto. Y algo que me gustaría resaltar: cuando alguien se autodenomina como políticamente incorrecto porque es un bocazas.

Pienso con respecto a esto en la señora que le deseaba la muerte al niño con cáncer que le gustaban los toros y decía «voy a ser políticamente incorrecta». No, usted no es políticamente incorrecta. Es un ser deleznable.

Hay un nuevo puritanismo, sustitutivo del puritanismo religioso, que consiste en convertir determinadas visiones de la realidad en un dogma de fe, de tal manera que las bromas solo las puedes hacer de seres indeterminados. Así que si la haces de una señora que es tonta, eres misógino; de un homosexual que es un hijo de puta, eres un homófobo; o de un negro que es un capullo integral, eres racista. No, oiga: no hago una broma porque sea mujer, homosexual o negro, sino porque es idiota.

Me parece peligroso pero mucho más aún si se aplica al arte. La literatura tiene que dar voz a las criaturas que crea. Cela da voz a un psicópata en La familia de Pascual Duarte que expone por qué mata gente, y Nabokov a un pederasta. Es grotesco pensar que un escritor no pueda tener libertad para componer al personaje que quiera.

Esto lleva a fenómenos como lo que le ocurrió a Trump. Seguramente pueda ser un misógino y un cerdo, pero, ¿hay derecho a que le graben en un autobús de un plató a otro y se saque doce años después? Decía Somerset Maughan que la vida íntima del más anodino de los hombres expuesta públicamente causaría horror a cualquier persona. Este nuevo puritanismo no es tan peligroso por lo que señala, sino por el ámbito de lo que señala: la ficción, la intimidad.

A su protagonista no le gustan los problemas pero usted siendo columnista los afronta y se define. Es decir, no se la coge con papel de fumar: se sabe lo que piensa.

No. Hay confusiones con lo que pienso. En una sociedad mediática pasa eso. Te voy a poner un ejemplo que te afecta: una vez escribí un artículo dándole un varapalo a Esperanza Aguirre cuando se paró en el cajero. Era un artículo muy sarcástico haciendo como que la defendía para denunciar su conducta y en la revista Mongolia no lo entendisteis, cosa especialmente lastimosa en una revista de humor.

No podemos olvidar que vivimos en una sociedad de la imagen y a mí hay mucha gente que me desprecia por la imagen que dio de mí el Gran Wyoming en su programa y que me ha causado un daño gravísimo tanto personal como profesional. Te saca una imagen descontextualizada y te convierte en un pelele. Hay gente que piensa que soy un paladín del PP porque vivimos en una sociedad de la imagen en la que a la gente les basta una imagen para definirte, cuando realmente somos más complejos.

O sea, que no es de derechas.

No, no. Esto no podría ser porque mi pensamiento es cristiano. Soy profundamente antiliberal. Soy antimoderno. Soy cristiano: progresista en lo social y reaccionario en lo moral. La realidad es que esto me ha llevado a tener amistad con gente de izquierda marxista, una izquierda que en algunos aspectos no me identifico pero en otros sí. Para que te hagas una idea: los ataques más furibundos me han venido de Jiménez Losantos o Hermann Tertsch. Es decir, que la imagen que se proyecta de uno no siempre es verdadera. Y con esto no te quiero decir que yo sea una hermanita de la caridad.

¿Cómo se hace para creer en Dios? ¿Tuvo una conversión agustiniana?

No, no. Yo fui un niño muy creyente que en la adolescencia se distanció de la Iglesia. Hay momentos en los que descubres contradicciones muy fuertes: hay cosas extraordinarias y gente que se entrega pero también te encuentras con gentuza.

¿Razones para creer en Dios? Por mucho que se diga, la fe es razonable pero no racional. Creo que sí hay indicios para creer en Dios: no creo que la vocación de belleza, de crearla o de conmovernos ante ella, pueda explicarse químicamente. Además, ¿qué cantidad de casualidades tienen que darse para que se produzcan las circunstancias donde aparezca la vida humana?

¿Cómo ve la gobernabilidad en España?

Hay una lucha por mantener el sistema instaurado en la Transición: dos partidos políticos que defienden cosas distintas en lo accesorio pero que tienen una íntima comunión en lo esencial. Y lo esencial, no nos engañemos, son los planes que la plutocracia internacional tiene para los estados antaño soberanos.

El PSOE sabe que tiene que permitir un gobierno porque este sistema es el único que permite su supervivencia. La crisis del PSOE me parece un chiste, como esos que dicen que el PSOE traiciona su historia. ¿Cómo? ¡Si el PSOE firmó los Pactos de La Moncloa por los que instauró el despido libre, o la reconversión industrial, o el que se cepilló el artículo 135 de la Constitución! Ahora ha surgido Podemos, que es la verdadera herida que se ha abierto en el sistema de alternancia porque es un caballo indómito, al menos de momento.

Tan absurdo es en Podemos ser un partido socialdemócrata como parece que quiere Íñigo Errejón como el mesianismo de Pablo Iglesias.

¿Le da miedo Podemos?

No, a mí no me da miedo. Da miedo al sistema. Con Podemos puedo discrepar muy abiertamente pero no me da miedo. He escrito muchos artículos sobre los «podemonios», este Podemos demonizado por la derecha y la izquierda sistémica. Podemos, que frente a Ciudadanos sí tenía un fondo auténtico, ahora está cayendo en uno de los males más grotescos de la izquierda: las divisiones enloquecidas con, sospecho, un componente venéreo. Ahora te los encuentras en un momento de discusiones absurdas porque tan absurdo es ser un partido socialdemócrata como parece que quiere Íñigo Errejón como el mesianismo de Pablo Iglesias.

Cataluña: ¿se rompe España? ¿Le importa que se rompa España?

A mí sí me importa porque yo, como persona tradicional, creo mucho en la democracia de los muertos. Esto significa que una determinada generación, en un determinado momento histórico, no tiene derecho a destruir la labor que han hecho muchas generaciones a lo largo de la historia.

Yo soy vasco porque mi abuelo y mi padre se fueron a trabajar al País Vasco. Mi abuelo vivió la Guerra Civil con tres años de mili posteriores y, al no encontrar trabajo en Castilla, entregó su juventud trabajando en el País Vasco en unas condiciones paupérrimas y contribuyó a su prosperidad. Algo parecido ocurrió con mi padre, que empezó a trabajar a los catorce. Es que no hay derecho: Cataluña y el País Vasco han formado parte de un proyecto nacional y hemos arrimado el hombro todos. Ahora no puede una generación decir «nos separamos».

Ahora bien, también pienso que la situación de estas regiones debería revisarse. Seamos serios: la unidad de España no solo es cosa de estos patriotas que llevan la banderita en la muñeca, hay gente que ha dejado su sudor, su sangre o sus lágrimas en este trabajo.

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