El lector que, por casualidad, revise el último ejemplar de ‘The Embo Journal’, se encontrará con un artículo que propone un nuevo método para analizar la biomecánica de la morfogénesis. El trabajo, realizado por investigadores españoles, ayudará a explicar procesos como la reparación de tejidos o la invasividad en la metástasis. Pero también puede conseguir algo con lo que jamás habrían soñado sus autores: sacar a la luz el lado oscuro de los procesos de publicación de investigaciones académicas en revistas de alto impacto.
El Confidencial / Han pasado casi cinco años (y cientos de reescrituras) hasta que finalmente el trabajo ha tenido luz verde para la publicación en una revista académica, explica Enrique Martín-Blanco, científico del Instituto de Biología Molecular de Barcelona (IBMB-CSIC) a El Confidencial. Hace casi ocho años que comenzaron su trabajo, y en todo este tiempo, uno de los desarrolladores de la metodología, Philippe-Alexandre Pouille, ha fallecido de cáncer, otros han abandonado el laboratorio y el grupo de investigación ha visto cómo su actividad disminuía. La historia de ‘Polarized cortical tension drives zebrafish epiboly movements’ (así se llama la investigación) es, también, una historia de terror para los investigadores.
¿Qué ha pasado en este caso? Como señala Martín-Blanco, la principal dificultad con la que se han encontrado es que se trataba de una investigación multidisciplinar, que mezclaba matemáticas, física o biología. “Las revistas y editoriales no tienen ‘background’ para tomar una decisión honesta, por lo que mandan el artículo a revisión a gente que es un poco ‘opinionada’”, explica. “Es decir, tienen su opinión sobre cómo deben funcionar las cosas. El problema respecto a nuestro trabajo es que la parte más física iba en contra de algunos conceptos muy establecidos y asumidos dentro de la física”.
Lo que la verdad oculta
Hasta ahí, sin problema. Los procesos de revisión y evaluación de las investigaciones tienen como objetivo, precisamente, garantizar que los estudios son rigurosos, valiosos y técnicamente correctos, y que los resultados y conclusiones se sostienen en los experimentos realizados. Sin embargo, el proceso de selección y evaluación genera, a juicio de este científico, una perversión por la cual se refuerzan las ideas vigentes y se marginan las nuevas propuestas, lo que a su vez, favorece los intereses de la élite de la investigación. Una realidad que ha denunciado también en ‘Times Higher Education’, una de las publicaciones educativas más prestigiosas.
“Ha habido un rechazo brutal a que se hagan las cosas como las hemos hecho”, explica Martín-Blanco. “Pero hemos consultado con otros expertos que nos han dicho que los experimentos cuadraban perfectamente y que estaban bien hechos”. El problema, explica, es que las revisiones de los estudios son anónimas, “así que alguien puede decir ‘no me gusta’ y no tiene por qué dar razones”. En algunos casos, como en el suyo, el revisor puede sentir que el nuevo método interfiere con el suyo, por lo que “lo rechazan porque nos estamos metiendo en su terreno”. “Hay grupos ingleses y alemanes que han desarrollado metodologías que se utilizan de manera casi universal”, añade. “Como se te ocurra decir que se puede hacer de otra forma, te dicen que no”.
Si el editor no conoce el tema en profundidad (“como ocurre siempre en los trabajos multidisciplinares”), lo más probable es que termine siendo rechazado. ¿Y a quién beneficia esto? Precisamente, a los propios revisores que tienen “su chiringuito montado”. A través de este sistema, las metodologías preponderantes son aún más citadas y sus autores y grupos de investigación obtienen un prestigio aún mayor, mientras que las propuestas alternativas caen en el ostracismo. Es lo que Martín-Blanco considera “la mafia de las editoriales”: “Luchan por tener un índice de impacto alto, por lo cual quieren tener artículos que se citen”, explica. “Todo el mundo se mata por publicar en las mismas revistas porque tienen mucho prestigio, aunque luego las investigaciones sean una mierda”.
“En algunas revistas es muy difícil publicar”, revela. “Si vienes de Harvard, Stanford o el MIT te miran de una manera completamente distinta que si vienes de la Universidad de Barcelona o de la de Murcia, que no saben ni dónde está”. No es su caso, aclara, puesto que él ya había sido publicado en ‘Science’. Sin embargo, esta fue la primera revista en rechazar el trabajo tras varias rondas de revisión, a la que terminaron por añadirse ‘Nature’ y ‘Cell’. ¿El problema? Que lo enviaron a la par que otro grupo de investigación alemán que había solicitado a los españoles que retrasasen su propio estudio: ‘Science’ se decantó por el alemán y, por lo tanto, otras revistas señalaron a los investigadores del CSIC que de eso ya se había hablado.
Cuatro años son una vida
No se trata únicamente de una cuestión de orgullo, recuerda Martín-Blanco, sino del sustento de muchas personas. “Si tardas cinco años, te da tiempo a que uno se muera, a que otro se vaya y a que no puedas repetir el experimento porque el que sabía hacerlo está en Londres”. Se refiere, en el primer caso, al físico Phillipe-Alexandre Pouille, que provenía del Instituto Marie Curie y que falleció el pasado año a causa de un cáncer de estómago. Además, muchos estudiantes de doctorado dependen de tener investigaciones publicadas para conseguir una beca postdoctoral, y los departamentos y laboratorios están condicionados por ello para obtener financiación. “Es una dictadura y un sistema de censura que no está bien estructurado”.
“Si la investigación no se publica, los comités no confían en el laboratorio y este se queda sin dinero”, explica Martí-Blanco. “Además, la gente ve que existe rechazo y se mosquea: ‘¿dónde estoy? ¿qué estoy haciendo?’ Si no hay renovaciones de dinero, la gente se va a la calle”. Más aún en época de crisis, en la que un contratiempo así puede ser letal para el grupo de investigación. Un problema añadido para el departamento del profesor es que otras investigaciones posteriores referenciaban la original, por lo que hasta que esta no fuese publicada, estas tampoco podían salir adelante, creando un tapón que amenazaba con ahogar a los investigadores.
El conocimiento científico es, en última instancia, la mayor víctima, en opinión del investigador. “Hasta que no se publica un estudio, otros investigadores no tienen acceso a él, a no ser que la subas a bases de datos como Archives, y muchas revistas no te dejan publicar si has hecho eso”, explica. Otra opción habría sido tirar la toalla y enviar el estudio a revistas “de medio pelo”, pero el autor consideraba que su trabajo merecía la pena y debía tener una mayor difusión: “Sabíamos que era un bombazo”.
No son estos los únicos escollos con los que se encuentran los científicos. Además, hay que pagar una cantidad (5.000 euros, por ejemplo) por publicar un estudio (“cuando te lo aceptan es como un anuncio, lo tienes pagar”). Muchos de los anónimos revisores (que no cobran) son, precisamente, aquellos cuyos trabajos han sido rechazados, como ha ocurrido con el propio profesor: “¿Si usted no publica lo que yo le mando por qué me pide que revise para su revista? ¿Entonces confía en mí o no?” Palos en las ruedas de un sistema al que, explica el científico, le falta transparencia, aunque cada vez haya más revistas que publican de manera abierta todo el proceso de revisión, como respuesta a las protestas. “Hasta un año de proceso editorial puede ser aceptable”, concluye Martín-Blanco. “Pero casi cinco años es inaceptable”.