Cuando la Falange intentó asesinar al «gran traidor» Francisco Franco
Ni cordial, ni de sumisión. Aunque en ocasiones se quiere transmitir que las historias de la Falange Española (FE) y de José Antonio Primo de Rivera están ligadas a Francisco Franco por una relación de fidelidad, la realidad es totalmente diferente. Y es que –además de que a ambos personajes siempre les separó una relación personal sumamente negativa- se cree que el de Ferrol tuvo la oportunidad de salvar del fusilamiento por los republicanos al líder político. Sin embargo se negó al considerar que, si lo hacía, sería uno de sus rivales por el poder. Esto –unido a un decreto mediante el cual el dictador restó poder al partido tras comenzar la Guerra Civil- provocó que un grupo de falangistas planeara asesinarle en el año 1941.
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Una relación truncada
ABC / Mucho se ha hablado sobre la verdadera relación entre Franco y Primo de Rivera. La realidad, con todo, fue más cruda que la ficción, pues decir que ambos se soportaban ya es aventurarse mucho. Esta pareja política comenzó su andadura allá por 1932, cuando ambos hicieron las veces de testigos en la boda de Ramón Serrano Súñer. En palabras de José María Zavala (autor de «Franco con franqueza» y «La pasión de José Antonio), posteriormente se perdieron la pista.
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Al menos hasta el 24 de septiembre de 1934, cuando José Antonio envió al futuro dictador una misiva avisándole de una inminente revolución en Asturias. «Todas estas sombrías posibilidades […] me han llevado a romper el silencio hacia usted», afirmaba el ya líder de la organización Falange Española. El escrito no tuvo respuesta, por lo que podemos suponer que no se debieron caer demasiado bien.
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En febrero, Primo de Rivera volvió a la carga y logró concertar una reunión con el mismísimo Franco. Para entonces, ya era un líder consumado de tan solo 32 años que se había hecho un hueco en la política en base a su buena oratoria y a su lenguaje gestual. Por su parte, el de Ferrol era un general que todavía se mostraba dubitativo en lo que se refiere a actuar contra la República por las bravas.
Eso fue lo que terminó desesperando a José Antonio quien -durante el encuentro- perdió el poco respeto que sentía hacia el futuro jefe del Estado al considerarle evasivo y cauteloso. El mismo Serrano Súñer dijo lo siguiente sobre el encuentro: «José Antonio quedó muy decepcionado y, apenas cerrada la puerta del piso tras la salida de Franco, se deshizo en sarcasmos». Ese fue, probablemente, el momento en que el joven Primo de Rivera perdió el poco respeto que todavía profesaba a Franco. Este no tardó demasiado en percatarse de este odio y devolvérselo con la misma moneda.
Así sucedió en 1936, mientras José Antonio pasaba sus días dirigiendo la Falange desde la Prisión Provincial de Alicante después de haber sido encarcelado por posesión ilícita de armas. Allí, a Primo de Rivera le propusieron unir su nombre junto al de Franco en una candidatura conjunta por Cuenca. ¿El objetivo? Lograr que la derecha diera un golpe de efecto en la región y pudiese alcanzar el poder de manos de estos dos grandes personajes.
En ese momento, Primo de Rivera dejó claro que su aversión por Franco no era precisamente pequeña al negarse a concurrir con él a los comicios si su nombre aparecía a su lado. Así, José Antonio «encomendó a Serrano Súñer que gestionase en el círculo próximo al general su propia exclusión de la candidatura alegando sin más que no deseaba presentarse junto con el entonces comandante general de Canarias», en palabras de Zavala. El resultado fue que, finalmente, se manifestó su odio. Y Franco respondió con la misma moneda. De hecho, jamás le perdonaría aquella afrenta contra su persona. La tensión quedó posteriormente manifiesta cuando, en más de una ocasión, se refirió a él despectivamente como «ese muchacho» hacia el que sentía cierto «desquite».
Así habló el mismo Serrano Súñer (cuñado de Franco) de la relación entre ambos: «Respecto al mismo José Antonio no será gran sorpresa, para los bien informados, decir que Franco no le tenía simpatía. Había en ello reciprocidad, pues tampoco José Antonio sentía estimación por Franco y más de una vez me había yo -como amigo de ambos- sentido mortificado por la naturaleza de sus críticas. Allí, en Salamanca, me tocaba sufrir la contrapartida. A Franco el culto a José Antonio, la aureola de su inteligencia y de su valor, le mortificaban».
Sin ayuda de Francisco Franco
Aunque en principio Primo de Rivera había sido encarcela por tenencia ilícita de armas, su situación cambió radicalmente el 17 de julio de 1936, cuando se inició el levantamiento militar. A partir de entonces, la figura de José Antonio quedó en el punto de mira y se le acusó de conspirar contra el gobierno desde prisión. El 3 de octubre fue juzgado y, al poco, condenado a la pena capital (en palabras de Zavala, debido a que era un incordio tanto para la república, como para Franco). Este no demostró nunca demasiado interés en liberarle. Y todo ello, a pesar de que tuvo varias oportunidades.
Una de ellas es narrada en «Franco con franqueza». Al parecer, los aliados estaban dispuestos a colaborar con Franco, en el momento en el que él dispusiera, para llevar a cabo un desembarco y rescatar por la fuerza a Primo de Rivera. Concretamente, los que lo propusieron fueron los miembros de la Royal Navy. «Basta con que haya luz verde del lado nacional. Nos personamos en Alicante con nuestros marineros, sacamos a José Antonio, y no pasa nada». El propio conde de Barcelona tanteó a los aliados para lograr su apoyo: «Yo busqué la manera de que me lo ofrecieran, pero querían luz verde, y no conseguimos que nos la dieran», diría después.
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Así pues, Franco se negó siempre (o lanzó evasivas) a la posibilidad de rescatar a Primo de Rivera. La decisión la tomó en base a que, si «ese muchacho» hubiese sobrevivido, hubiese habido «dos gallos» en el corral español una vez acabada la contienda. De esta forma, el de Ferrol se garantizaba el apoyo de los 15.000 militantes de Falange (un número de personas que, aunque pequeño, podría haberle causado problemas), se quitaba de en medio a un gran orador y a un conductor de masas, y unificaba un poco más la derecha. Aunque, como explica Zavala en sus obras, eso nada tiene que ver con que lo matara. Aunque, para muchos, si pudo considerarse una «traición».
Con todo, esta tensa situación entre ambos no impidió que Franco dijera de él unas bellas palabras durante su entierro en el Escorial el 28 de noviembre de 1939: «José Antonio, símbolo y ejemplo de nuestra juventud: en los momentos en que te unes a la tierra que tanto amaste, cuando en el horizonte de España alborea el bello resurgir que tú soñabas, repetiré tus palabras ante el primer caído: Que Dios te dé el eterno descanso y a nosotros nos lo niegue hasta que hayamos sabido ganar para España la cosecha que siembre tu muerte. ¡José Antonio Primo de Rivera! ¡Presente!».
Franco no se fía
A pesar de la muerte de José Antonio Primo de Rivera, Franco nunca terminó de fiarse de Falange. Así quedó claro cuando ordenó que la organización fuese seguida de cerca y espiada por la red de información APIS. El mismo grupo que se encargaba de pasar al dictador informes constantes de las principales logias masónicas presentes en España.
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De hecho, siempre solía fanfarronear afirmando que estaba «bien informado de todo cuanto se trama en las logias» y tener «información directa de las logias masónicas». El grueso de estos informes llegó a Franco desde los años cuarenta hasta los sesenta. Al menos, así lo explica el historiador Javier Domínguez Arribas en su obra «El enemigo judeo-masónico en la propaganda franquista, 1936-1945».
En la misma, el experto también señala que este grupo de espías estaba formado principalmente por mujeres y que, entre otras cosas, seguía de cerca a los falangistas. «Las acusaciones más graves contra la Falange se encontraban en los documentos que la red APIS atribuía a la «secta». En ellos, ciertas actitudes políticas habituales entre los falangistas aparecían como el resultado de consignas masónicas», destaca Arribas. Algunas de ellas, presuntamente, tan graves como hacer que «los masones se sumen a todas las manifestaciones que puedan surgir y que las saturen de “vivas y aclamaciones” al Führer y a Alemania».
El sector falangista estuvo investigado durante años, al igual que sucedía con todo aquel (con cierta importancia política, eso sí) que se declaraba partidario del rey don Juan. De hecho, APIS solía pasar también informes de organizaciones «juanistas», como se hacían llamar. Zavala recoge estas ideas y señala, a su vez, que una de las personas más investigadas por Franco y el grupo APIS fue Pilar Primo de Rivera (la hermana de José Antonio). En los informes se podía leer lo siguiente de ella: «Volviendo a Pilar. Otra de las cosas que la ha enfurecido es que, según dice, ayer desfilaron ante el Caudilo las Milicias Universitarias, al grito de “Viva España”, y la palabra “viva” ella no la traga».
El decreto de Unificación
Por si abandonar a José Antonio Primo de Rivera a su suerte y espiar a su organización no fuera suficiente, en 1937 (todavía en plena Guerra Civil) Francisco Franco tuvo otra feliz idea que acabó de romper sus relaciones con algunos de sus miembros.
Y es que, el 20 de abril decretó que –por su santo naso- las principales organizaciones políticas que combatían a la República junto a él (falangistas y carlistas) quedarían unidas en un único partido llamado Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FE y de las JONS). Su objetivo no era otro que acabar con las luchas internas que había en estas corrientes y, a su vez, centralizar el poder bajo su persona.
Por otro lado, esta unificación no tardó en darle dolores de cabeza. Desde Falange, por ejemplo, se alzaron voces discordantes al considerar que la unión de ambos partidos acabaría con la esencia original del partido. Uno de los mayores contrarios a ella fue Manuel Hedilla –sucesor en la práctica de José Antonio Primo de Rivera-. Al menos de forma oficial ya que, a día de hoy, son muchos los historiadores (algunos como el hispanista Herbert Rutledge Southworth) que defienden que este líder estaba a favor del decreto franquista, aunque con algunas reservas.
Independientemente de las interpretaciones posteriores, lo cierto es que la dirección de Falange y el propio Hedilla terminaron sintiéndose ultrajados por Franco cuando este les dejó a una lado en la toma de decisiones. Así pues, en lugar de apostar por la prudencia, los líderes del partido desafiaron al Caudillo por las bravas.
«La inmediata reacción de la dirección de FE […] fue enviar un telegrama el 22 a los jefes provinciales de FE en el que, si bien se mostraba acatamiento a Franco, en realidad se contravenía la orden de éste. Se reafirmaba el conducto jerárquico de FE para transmitir las órdenes del propio Generalísimo. El telegrama en cuestión se mandó como firmado por Hedilla, aunque parece ser que en el original entregado a Telégrafos su firma no existía», explica Joan Maria Thomas en su obra «El gran golpe. El caso Hedilla, o como Franco se quedó con Falange».
El telegrama (unido a las críticas vertidas por Hedilla contra la unificación y su negativa a aceptar un cargo menor ofrecido por el de Ferrol), fueron las excusas perfectas para Franco. Este–tras la traición a Primo de Rivera- ordenó detener al líder de Falange y procesarle junto a 600 de sus seguidores. Así, su plan de quedarse con el partido se materializó. Como señala el hispanista Paul Preston en su amplia obra «Franco. Caudillo de España», Hedilla terminó siendo condenado a muerte acusado de rebelión militar, aunque posteriormente se le conmutó la pena por la cadena perpetua. Paralelamente, nació una falange clandestina (la Falange Autónoma) destinada a luchar contra el futuro jefe del Estado.
Objetivo: asesinar al Jefe del Estado Franco
Dos miembros de aquella falange clandestina, el mismo grupo que se consideraba no «contaminado» por las ideas de un dictador que había «traicionado» los principios por los que se habían levantado en la Guerra Civil, fueron los que se reunieron a finales de marzo de 1941 para idear un plan con el que asesinar a Franco.
Según explica el escritor y periodista Antoni Batista en su libro «Matar a Franco: Los atentados contra el dictador», los puntales de aquella misión los pusieron Emilio Rodríguez Tarduchy (carnet número 4 de la Falange Autónoma) y Patricio González de Canales. Estos se reunieron en la ermita de San Antonio de la Florida (ubicada en Madrid) con el objetivo de buscar la forma más efectiva de acabar con la vida del de Ferrol.
Tras conversar, decidieron que lo idóneo sería asesinarle en la celebración del Día de la Victoria. Esto era, el 1 de abril. «El plan, ideado por González de Canales, desestimó hacerlo en la calle, tomada por la guardia mora entrenada para disparar antes de preguntar y con la atroz valentía interior despistaría a los escoltas, mientras un hombre dispararía a Franco de cerca, con un revólver del 9 corto, inspiración Lincoln», determina Batista en su obra. Sencillo pero eficaz. Además, Franco estaría en plena calle y rodeado de personalidades que verían con sus propios ojos su marcha al otro barrio. Era un golpe de efecto ideal.
Con la idea en mente, los miembros de esta falange clandestina organizaron una reunión en la casa de uno de ellos (ubicada en la calle Alberto Aguilera número 40). Allí, votaron… ¿Matar o no matar a Franco de un disparo? «Votaron no matarlo por cuatro votos y una abstención. Por miedo a la invasión nazi y la liquidación material de Falange Auténtica», añade el autor. Sin saberlo, el de Ferrol ganó así su última batalla contra Primo de Rivera y su idea de lo que debía ser la Falange Española.