Hubo una época en la que en el antiguo bachillerato se estudiaba Filosofía con cierta seriedad. Muchos nos acordamos de las horas dedicadas al marxismo, pregunta habitual en exámenes y mucho más en la temida Selectividad. Todos recordamos la definición del ateísmo marxista-leninista y de aquella sentencia de la “la Religión es el opio del pueblo” y como para Marx no era Dios quien creaba al hombre sino el hombre a Dios:
«El fundamento de la crítica irreligiosa es: el hombre hace la religión; la religión no hace al hombre… La miseria religiosa es, de una parte, la expresión de la miseria real, y, de otra parte, la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura agobiada, el estado de ánimo de un mundo sin corazón, porque es el espíritu de los estados de cosas carentes de espíritu. La religión es el opio del pueblo1.»
Por encima del ateísmo enciclopedista, al que consideraba burgués, el marxismo- leninismo reivindicaba el suyo sobre una base científica en la que la superación de la religión era una de las condiciones básicas para “emancipar la actividad creadora de las masas”.
Para Lenin era premisa esencial sustituir a Dios por la ciencia, considerando que el conocimiento humano no tenía límites. La religión no era más que un poderoso narcótico que permitía a las clases explotadoras mantener subordinada a la clase proletaria.
Y en sus delirios científicos, hicieron realidad la máxima de Séneca << Aequat omnes cinis2 >> extirpando en los países donde triunfó el socialismo la creencia en Dios, el culto y los ritos religiosos, aunque para ello tuvieran que dejar en el camino 45.000.000 de mártires (amén de los otros 150 millones de almas que por razones políticas o étnicas fueron asesinados en pos del adorado paraíso comunista) .
Vemos como las nuevas adalides del marxismo español, las alcaldesas Colau y Carmena, en su camaleónica adaptación abandonan su ateísmo militante para, como Saulo de Tarso, ver la luz.
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