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La inquisición española y otros graves errores históricos de la película Assassins Creed

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«Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son». La ficción, ficción es, sí, y los límites los pone únicamente el ingenio. Nada hay reprochable a una trama de fantasía, salvo cuando se quiere dar por verosímil una versión de la historia plagada de errores malintencionados. La trama de la película «Assassin’s Creed» se alimenta de algunos de los planteamientos de la leyenda negra sobre España inventada durante los tiempos en los que las propagandas francesa, holandesa e inglesa trabajaron a destajo contra la potencia hegemónica. Como otras tantas veces ha ocurrido en el cine y la literatura anglosajona, la sombra de la leyenda negra española vuelve a sobrevolar la ficción.

Granada, 1492

ABC / La película narra cómo a través de una tecnología revolucionaria un grupo religioso de carácter secreto, en otro tiempo la Orden templaria, accede a los recuerdos genéticos de Callum Lynch (Michael Fassbender). El objetivo de los templarios es dar con los recuerdos de un antepasado de Callum, el miembro de una secta de asesinos llamado Aguilar, quien vivió en la España del siglo XV protegiendo un misterioso objeto precisamente de los tentáculos templarios. De este modo, una de las tramas relata cómo Aguilar defiende Granada junto a los musulmanes del asedio cristiano, en 1492. (El primer fallo sería cronológico, puesto que la ciudad se rindió el día 2 de enero de 1492 y la trama se desarrolla durante al menos varias semanas de ese año).

Los soldados cristianos son mostrados como bárbaros atacando Roma o, en este caso, las posiciones musulmanas, quienes son presentados, en contraposición, como un pueblo pacífico y garante de una ciudad hermosa (apenas se ven soldados musulmanes en la película). En un grave error de documentación, los españoles portan banderas rojas y amarillas, similares a la actual, que evidentemente no corresponden con las enseñas usadas por las tropas aragonesas y castellanas en el siglo XV. Habría que esperar hasta el reinado de Carlos III para encontrar la bandera rojigualda, cuando empezó a usarse a nivel naval. Las tropas deberían sujetar si acaso la bandera de la Corona de Castilla y León o, en su defecto, algún símbolo representativo de los Reyes Católicos.

La guerra a las puertas de la Alhambra es encarnizada e incluso se ve en un momento dado el asalto de los soldados cristianos al complejo nazarí. En este sentido se trata de una visión deformada de lo que fue un asedio típicamente del siglo XV. La guerra de Granada, de larga duración, apenas dio lugar a batallas campales o acciones espectaculares. Fue, más bien, una guerra de desgaste y hostigamiento. La conquista solo pudo ser posible tras las sucesivas traiciones entre miembros de la dinastía reinante. En 1482, el emir Muley Hacén fue destronado por su hijo Boabdil, retratado en la película como un hombre vapuleado por los cristianos (en realidad les debía su corona). A partir de entonces, Hacén y su hermano Ibn Sad, «El Zagal», se unieron para combatir a Boabdil, que había prometido a los Reyes Católicos entregar el reino en cuanto estuviera sentado en el trono y su tío, proclamado emir en 1485, hubiera muerto o salido del país.

La verdadera historia de Boabdil, un traidor

Boabdil mantuvo en todo momento contactos secretos con los Reyes Católicos, muchos de ellos a través de su amigo y confidente Gonzalo Fernández de Córdoba, que adquirió gran protagonismo en la fase final del conflicto. Sin embargo, Boabdil era esclavo de sus circunstancias y su poder era demasiado precario como para salir con vida si rendía la ciudad sin combatir. Poco quedaba por entonces de la tan cacareada tolerancia entre musulmanes, cristianos y judíos, ni del esplendor cultural que había dado lugar a una de las ciudades más bellas de Occidente. Paulatinamente, la ciudad de Granada fue llenándose así de refugiados radicalizados que buscaban un último lugar donde resistir hasta la muerte.

Al contrario de lo mostrado en Assassin’s Creed, el desenlace del asedio no tuvo tintes bélicos ni dio lugar a una entrada violenta en la ciudad. El 25 de noviembre de 1491, los Reyes firmaron con Boabdil el acuerdo definitivo para rendir el último reducto musulmán en la península. Los monarcas se comprometían a respetar los bienes y las personas que vivían en Granada, a garantizar la libertad de culto, y que se siguiera empleando la ley coránica para dirimir conflictos entre musulmanes. Las capitulaciones, asimismo, incluían la promesa de que no habría castigo para los tornadizos, elches y marranos refugiados en Granada, a quienes se facilitaría el traslado al Norte de África. Al final, la mayoría de estas condiciones no serían respetadas.

El 2 de enero del año 1492 se escenificó la rendición en una ceremonia desprovista de humillaciones, como demuestra el hecho de que Boabdil no besara las manos de los Reyes

A cambio de este acuerdo tan favorable a los musulmanes, «El Rey chico» consistió entregar Granada en un plazo de dos meses, una condición complicada de llevar a efecto a causa de la amenaza de un motín generalizado contra el último rey de Granada. Es por ello que una avanzada cristiana ocupó la Alhambra, adelantándose a cualquier reacción violenta del pueblo, lo que fue seguido por la entrega de la ciudad. El 2 de enero de 1492 se escenificó la rendición en una ceremonia desprovista de humillaciones, como demuestra el hecho de que Boabdil no besara las manos de los Reyes. Entregó las llaves de la ciudad al Conde de Tendilla, Íñigo López de Mendoza, que sería el primer capitán general de la Alhambra.

La malvada Inquisición española

En una escena de la cinta inspirada en un popular videojuego unos desdibujados Reyes Católicos (Isabel «La Católica» no aparece con su archiconocido pañuelo blanco tapando su cabeza, pero sí con una estética de inspiración árabe) presiden junto al inquisidor Torquemada la quema de varios assassins, se supone acusados de ser musulmanes o aliados de ellos. Aquí se pueden encontrar varios tópicos de la leyenda negra, empezando porque el mahometismo no fue intensamente perseguido hasta avanzado el siglo XVI y especialmente a principios del siglo XVII, coincidiendo con la Expulsión de los Moriscos. Los falsos conversos judíos fueron el verdadero objeto de persecución de este tribunal represor.

El Santo Oficio fue creado en 1478 para combatir los focos judaizantes que se habían localizado en el arzobispado de Sevilla. En contraste con la inquisición medieval, presente en todos los países de Europa, la Santa Inquisición fue estructurada desde el principio como un tribunal subordinado directamente a la Corona. De ahí lo absurdo de que Torquemada, en el cargo de inquisidor general de Castilla a partir de 1483, cuente con tanta autoridad y parezca gozar de más poder que los propios reyes en la película.

La Inquisición concentró sus esfuerzos en los núcleos de judaizantes, que hasta entonces habían permanecido inmunes a otras campañas represivas. En 1481, se celebró el primer auto de fe precisamente en Sevilla, donde se condenó a ser quemados vivos seis detenidos acusados de judeoconversos. Sin embargo, los resultados al principio no eran los deseados por los Reyes Católicos que, buscando incrementar el acoso contra los conversos, nombraron a Tomás de Torquemada para el cargo de Inquisidor General de Castilla.

Los condenados a muerte, eran entregados formalmente a los tribunales reales encargados de ejecutar la sentencia sin la presencia de las autoridades

Torquemada, interpretado en la película por Javier Gutiérrez, inauguró el mayor periodo de persecución de judeoconversos, entre 1480 a 1530, y donde más personas fueron condenadas a muerte por el tribunal. De forma exagerada se ha dicho que fueron ejecutadas 10.000 personas durante este periodo –según el historiador eclesiástico Juan Antonio Llorente–, aunque estudios modernos a cargo del hispanista Henry Kamen rebajan la cifra a 2.000 personas hasta 1530 y cargan contra la estimación de Llorente.

Un auto de fe salvaje

La película describe la quema de tres reos en un auto de fe donde asisten los Reyes Católicos sin apreciar que, en verdad, ni los monarcas ni las autoridades eclesiásticas presenciaban la ejecución de condenas. Casi un siglo después, el muy aseado Rey Felipe II contaría entre sus mayores gustos el asistir a autos de fe; pero lo hacía por lo pomposo de la ceremonia y no porque fuera un espectáculo sangriento donde, como en el film, la gente fuera a jalear extasiada el chasquido de la leña. No se ejecutaban a los reos en estos actos, sino que los condenados a muerte, que comparecían ataviados con el tradicional sambenito (una especie de gran escapulario con forma de poncho), eran entregados formalmente a los tribunales reales encargados de llevar a efecto la sentencia ya sin la presencia de las autoridades.

El fuego no era la sanción más habitual. Entre los condenados los castigos podían ir desde una multa económica, servir en galeras como remeros durante un tiempo específico, hasta, en los casos más graves, ser quemados vivos. No en vano, si se arrepentían y reconocían su herejía, los condenados a la hoguera eran estrangulados antes mediante garrote vil. Así, quemar a gente viva resultaba un hecho relativamente raro.

A pesar de la imagen que ha trascendido, la Inquisición española ofrecía unas garantías procesales más amplias que los tribunales ordinarios y, de hecho, mataba menos. Para empezar, la Inquisición recurría a la tortura en escasas ocasiones, y siempre bajo supervisión de un inquisidor que tenía orden de evitar daños permanentes, a menudo junto a un médico, en contraste con las salvajes torturas aplicadas por las autoridades civiles por toda Europa. El desarrollo de la tortura era registrado escrupulosamente por los secretarios, incluyendo los quejidos y exclamaciones proferidas por las víctimas. Las confesiones obtenidas durante el tormento no eran válidas por sí mismas y debían ser ratificadas, fuera de él, en las veinticuatro horas siguientes.

Y ya en términos abiertamente fantasiosos, la película presenta un pasado alternativo en el que los templarios están detrás de la Inquisición española y de los planes de adueñarse de Granada, puesto que aquí se escondería un objeto con poderes sobrenaturales. Si bien los templarios no fueron tan brutalmente perseguidos como en Francia a partir del siglo XIV, cabe recordar que también en España fue abolida la orden y los distintos reyes se apropiaron de sus bienes. La creación de los Estados modernos exigía la expulsión de aquellos grupos que, como los templarios, no respondían directamente a los poderes reales.

Tanto en Aragón como en Castilla surgieron varias órdenes militares autóctonas que tomaron el relevo a la disuelta, como la orden de Santiago, Montesa, Calatrava o Alcántara, a las que se concedió la custodia de los bienes requisados. Se echa en falta en la ficción alguna referencia a esta peculiaridad española.

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