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La sonora bofetada de Andrei Makine en la Academia Francesa

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Andrei-Makine
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Por Juantxo García para elmunicipio.es

De origen ruso (nació en Krasnoyarsk, en 1957), Andrei Makine es un afamado escritor en lengua francesa que posee la nacionalidad del vecino país. En 1987 viajó a Francia para, al poco, negarse a regresar a la URSS y pedir asilo político, que le será concedido de inmediato.

Consiguió en 1994, con su cuarta novela en lengua francesa, «Le testament français» [«El testamento francés»], el premio Goncourt y no tardará en convertirse, como tiempo atrás sucedió con el rumano Emil Cioran, en un autor plenamente absorbido por lo que los franceses llaman, pomposamente, «civilización francesa».

¿Significa esto que Makine perdió, definitivamente, su alma rusa? En absoluto, al igual que Cioran conservó su alma rumana o el anticomunista Aleksandr Solzhenitsyn no se dejará seducir por las luces de neón de Las Vegas, Makine ha procedido en consecuencia y, recientemente, ha tenido la oportunidad de afirmarse y poner algunos puntos sobre determinadas íes.

Makine fue elegido el 3 de marzo de 2016 para ocupar el asiento número 5 de la Academia Francesa, en sustitución de la también escritora Fátima Zohra Imalayen, más conocida como Assia Djebar, que había fallecido en París el 6 de febrero de 2015.

El 15 de diciembre, por fin, Makine pronunció su preceptivo discurso de ingreso, que aprovechó para dejar en evidencia que, en la actualidad, existe en Francia un país «oficial» (la Francia del mundialismo americanocéntrico, las aberrantes políticas multiculturales, la OTAN, la Unión Europea y los viejos partidos del Régimen, todos ellos patinados de ultraliberalismo, ya sean de izquierdas o de derechas) y un país «real» que, en el mejor de los casos, muestra un abierto malestar hacia el (des)orden dominante y, en los casos de mayor radicalidad, ya ha hecho una apuesta dedicida por el Frente Nacional que lidera Marine Le Pen; o sea, por lo que los voceros de la cháchara (todavía) dominante llaman «populismo».

En su discurso, Makine aprovechó para denunciar a «la Europa que sea alía con un sultán (…) o arma a un Califato en lugar de entenderse con Rusia»; señaló no como «guerra fratricida» sino como un conflicto orquestado por los «estrategas criminales de la OTAN y sus inconscientes representantes europeos» la actual situación de Ucrania y, por último, abrió la caja de los truenos haciendo referencia al «medio millón de niños iraquíes muertos, la destrucción monstruosa de Libia, el desastre sirio, bombardeo bárbaro de Yemen», a los que Makine consideró «mártires (…) sacrificados en el altar del nuevo orden globalitario mundial».

Ni qué decir tiene, que los aparatos mediáticos bienpensantes no tardaron en lanzar sus dardos contra Makine, motejándolo de «putinista» y «prorruso». Demasiado tarde para un prensa al servicio de un régimen republicano absolutamente corrupto, atenazado por el terrorismo propagado por sus propios amigos del golfo pérsico y que, para colmo de estupideces, ha decidido pisotear a la clase obrera, con una «reforma a la española» que ni siquiera asume con agrado la casta empresarial francesa.

Enésima bofetada, pues, para un régimen, encarnado en el tándem Hollande-Valls, que ha perdido el apoyo de los intelectuales «a lo Makine» y ya sólo cuenta con el fétido aliento de los Bernard-Henri Lévy, y cuyo último balón de oxígeno es, paradójicamente, un «facha» llamado François Fillon.

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