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El jefazo de los masones españoles fue incapaz de nombrar un solo masón ejecutado por el Tribunal Franquista de represión de la Masonería (decía que fueron 8.000)

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El miércoles 15 de febrero, dentro del ciclo de conferencias magistrales que organiza el Colegio de Abogados de Madrid, se celebró la denominada Masonería y catolicismo, a cargo de Jesús Soriano Carrillo. Ojo al dato: Gran Comendador de la Masonería regular española, acompañado por un jesuita español, catedrático de la Universidad de Comillas, Pedro Álvarez Lázaro. Ya saben: hay que dialogar.

Según explicaron, masón y jesuita vienen impartiendo estas charlas con nutrida asistencia a lo largo de la geografía española, quizás por aquello de hacer buena la tan sorprendente como asombrosa carta del cardenal italiano Gianfranco Ravasi, presidente del Comité Pontificio para la Cultura (ante todo, queridos amigos, la cultura) en la que el purpurado abría sus fraternales brazos a los hermanos masones.

Volvamos al colegio de abogados, masón protagonista y jesuita aplaudidor. Inició la temida, perdón, la intervención, el masoncete Soriano con una presentación de la Orden como una institución amable y eminentemente teísta. Según él, la evidente adscripción católica de la primera masonería gremial y operativa avala la tesis de que los masones no son enemigos ni de Dios ni de ninguna de sus iglesias.

La primera en la frente dado que no creo que al Creador, Dios celoso, le guste que le sitúen, en paridad de estima, junto al resto de confesiones, religiones, sectas y mamonadas varias.

La lectura de la Primera regla de las Constituciones de Anderson (1723, creadores del gnosticismo masónico actual) evidencia, según el ponente, que la nueva masonería especulativa nacida en el siglo XVIII rechazaba la idea del estúpido ateo y del libertino irreligioso. Desde 1721 hasta ahora, la Masonería no ha hecho otra cosa que fomentar el amor y la fraternidad entre todos los hombres y especialmente con los católicos, credo al que pertenece el Grado 33, según dijo.

Muy cierto. De hecho, los masones que inspiraron y ejecutaron las grandes matanzas de católicos durante estos tres siglos, con decenas de miles de cristianos asesinados por masones -por ejemplo, en el México de los cristeros o la España de la II República y la Guerra Civil- no eran otra cosa que lamentables herejes de las logias, cuyos instintos homicidas nuestro masoncete está dispuesto a condenar, siempre que la cristofobia anexa a la masonería no se identifique como esencia de la misma. O sea, mientras se mienta.

El catedrático Álvarez negó estar allí como jesuita o representante de institución u orden alguna. O sea, a título personal. Como quien dice, asumiendo su responsabilidad. Di que sí. Su presencia era a título particular y como catedrático de Historia. Una cosa como muy neutral.

Más adelante, nuestro páter negó las acusaciones de ser masón que en su día le hiciese Ricardo de la Cierva. Sobre ese planteamiento el catedrático de Comillas dijo que en las relaciones de la Gran Logia con la Iglesia ha habido tres momentos que -sin mucho esfuerzo- posicionó en los siglos XVIII, XIX y XX. En los dos primeros, tanto Clemente XII con su bula In Eminenti, como León XIII con la Humanum Genus se enfrentaron a los francmasones en base a los prejuicios y conceptos de la época que hoy han desaparecido.

¿Lo cogen verdad? Nuestro muy ignaciano y querido amigo considera que estos papas se dejaban arrastrar por los apriorismos de la época: nos pringaos.

Y luego vino el doble salto mortal de nuestro buen cura. Bueno, de nuestro cura. Prueba de lo anterior, nos ilumina con que Juan XXIII y el Concilio Vaticano II proclamaron la libertad de religiones y de conciencia, lo que, según él, viabiliza el reconocimiento positivo de las logias en el marco de la Iglesia Católica.

O sea, para entendernos, que según el dúo dinámico -masón y jesuita-, el Vaticano II asegura que puedes ser católico y luego dedicarte a matar por odio a la fe y a Cristo, Y ambas cosas porque las permite el Vaticano II. ¡Qué concilio habrá leído este tío!

Pero como resulta que todos los papas han condenado la masonería antes y después del Vaticano II, nuestro ignaciano concretó la compatibilidad entre católicos y masones en la precitada carta abierta que en 2016 dirigió el Cardenal Ravasi para propiciar un dialogo Iglesia-Masonería basado en los “valores comunes”. A falta de Papa pro-masón, bueno es Ravasi.

Pero toda tragicomedia tiene su fin. Terminadas ambas ponencias, se abrió un turno de preguntas en donde el tono edulcorado de las charlas fue adquiriendo ciertos toques políticamente incorrectos. Verbigracia: la masonería no aceptaba mujeres porque en el siglo XVIII a éstas no se les consideraba personas libres. Ahora, de hecho, existen numerosas logias masónicas exclusivamente femeninas -decía el masón-, poniendo el ejemplo de que él había querido pertenecer sin éxito a la Asociación Europea de Mujeres Científicas.

A preguntas de otro letrado, dijo no estar probado que Franco hubiese querido ser masón, pero que sí fue un brutal dictador y creador del único tribunal en el mundo dedicado específicamente a la Represión de la Masonería y que ordenó la muerte de 8.000 masones.

Y aquí llegó el pitorreo. Otro letrado intervino para confirmar que efectivamente Franco nunca quiso ser masón, que a la vista de la documentación obrante en 1976 en el Archivo de Salamanca esa fue una noticia falsa y propalada para facilitar el reconocimiento público de la Masonería.

El letrado -un grosero de mucho cuidado, naturalmente- negó la existencia de una sola ejecución del Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo y hubo de recordar cómo el Gran Maestre había omitido decir que la masonería femenina es llamada “Masonería de adopción” en la jerga de los hijos de la viuda.

Aquí el tono del debate subió de tono: el 33 increpó al letrado llamándole mentiroso y éste por alusiones le requirió a que allí, públicamente, el Gran Maestre dijese un nombre, un solo nombre, de algún masón ejecutado por serlo y por orden del TRMC.

El Gran Maestre divagó y el interviniente insistió: “Diga aquí el nombre de uno, sólo uno”. Nada, nuestro grado 33 no conocía ni un solo caso y allí quedó la evidencia sobre quién mentía.

Al final, el otro conferenciante, nuestro querido jesuita, Pedro Álvarez, hubo de reconocer que él también había investigado en el archivo de Salamanca, donde se hallan todos los legajos del TRMC, y que, efectivamente, no existía ninguna condena de muerte por el simple hecho de haber pertenecido a la masonería; ello -aclaró- sin perjuicio de que, en los momentos del Alzamiento, si se produjeron fusilamientos de masones, como luego, a lo largo de la guerra fueron condenados injustamente muchos republicanos con independencia de pertenecer o no a la Masonería.

Y el letrado protestón no es que se pasara: es que se quedó corto. Porque resulta que la feroz persecución y matanza de católicos perpetrados por los muy democráticos milicianos socialistas, comunistas y anarquistas, sí fueron permitidas, incluso promocionadas, por un Gobierno de la II República, trufados de políticos masones.

Sea como fuere, la conferencia se está repitiendo por toda la geografía nacional con un notable interés y éxito de público, repitiendo las mismas mentiras sin que el nivel o talante de los asistentes permita recordarles que la llamada masonería moderna se crea en 1721 en Inglaterra y como consecuencia del triunfo de la revolución protestante denominada “Gloriosa”; que desde las Constituciones de Anderson esta secta secreta se convirtió en el brazo político del protestantismo y siempre ha tenido por objetivo difuminar a la Iglesia “Papista” en un conglomerado de religiones panteístas desprovistas de dogmas y creencias firmes.

De hecho, hubo que recordarles que allí como donde los masones han entrado en los gobiernos, los jesuitas han sido expulsados; ello fue así porque los jesuitas viabilizaron la Contrarreforma en la Europa del siglo XVIII y XIX, convirtiéndose en la bestia negra de la masonería hasta que los propios efluvios masónicos se introdujeron por las ventanas ignacianas, dando paso a una corriente de plena simpatía con los hermanos masones, de las cuales los catedráticos Ferrer Benimelli y el conferenciante, Álvarez Lázaro, son un claro exponente.

Porque algunos son malos, otros tontos, y más allá los hay que son malos y tontos.

Hay algo todavía más tonto que un obrero de derechas: un varón feminista. Pero aún hay algo más tonto que un varón feminista: un cura masón.

Información ofrecida por Andrés Velázquez en el diario Hispanidad

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2 COMENTARIOS

  1. Eso de ser abducidos por otras ideologías, le ha ocurrido también a muchos miembros de la ignaciana Compañía de Jesús con el marxismo. De acérrimos defensores del papado, en su origen, han pasado con el tiempo a defender dogmáticos «papismos», por qué no papanatismos, como la ideología comunista. Qué pena. Si levantara la cabeza Ignacio de Loyola, que aunque era un innovador no creo que llegara a tanto como a identificarse en plenitud con sus enemigos, que, por ejemplo, se llevaron en nuestra guerra civil a tantos de ellos por delante.

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