La pensionista griega Dimitra dice que nunca imaginó que su vida se reduciría a recibir alimentos donados: algo de arroz, dos bolsas de pasta, un paquete de garbanzos, algunos dátiles y un envase de leche para todo el mes.
Diario Público / A sus 73 años de edad, Dimitra (que en otros tiempos ayudó ella misma a los más necesitados como repartidora de comida en Cruz Roja) está entre el creciente número de griegos que a duras penas se las apañan para sobrevivir.
Tras siete años de rescates en los que han fluido hacia el país miles de millones de euros, la pobreza no se reduce, sino que crece como en ninguna otra parte de la Unión Europea.
«Nunca se me pasó siquiera por la cabeza», dijo, negándose a dar su apellido por el estigma de aceptar donaciones de comida que todavía pervive en Grecia. «Viví austeramente. Nunca me fui de vacaciones. Nada, nada, nada», dijo
Ahora tiene que destinar más de la mitad de sus 332 euros de ingresos mensuales a pagar el alquiler de un diminuto apartamento ateniense. El resto: facturas.
La crisis financiera global y sus consecuencias obligaron a cuatro países de la zona euro a acudir a los acreedores internacionales. Irlanda, Portugal y Chipre tuvieron que pasar por rescates, de los cuales ya han salido los tres, y sus economías han vuelto a crecer. Pero Grecia, el primer país en ser rescatado en 2010, ha necesitado tres rescates.
Los fondos de rescate de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional salvaron a Grecia de la bancarrota, pero las políticas de austeridad y las reformas que los acreedores impusieron como condición han contribuido a convertir la recesión en una depresión.
El primer ministro, Alexis Tsipras, cuyo Ejecutivo de izquierdas está perdiendo apoyos en las encuestas de opinión, ha intentado hacer del sufrimiento de los griegos un grito de guerra en la última ronda de las prolongadas negociaciones con los acreedores que bloquean la entrega de más desembolsos.
«Tenemos que tener cuidado con un país que ha sufrido el saqueo y cuya gente ha hecho y sigue haciendo tantos esfuerzos en nombre de Europa», dijo este mes.
Gran parte de las enormes sumas de ayuda financiera ha llegado en forma de nueva deuda utilizada para pagar antiguos préstamos. Pero, independientemente de quién tenga la culpa del empeoramiento de las condiciones de vida, las cifras de pobreza de la agencia estadística comunitaria son alarmantes.
Grecia no es el miembro más pobre de la UE; la tasa de pobreza es más alta en Bulgaria y Rumanía. Sin embargo, Grecia no está lejos ocupando el tercer puesto, pues las cifras de Eurostat muestran que el 22,2 por ciento de su población sufría «privación material severa» en 2015.
Por otro lado, mientras que estas cifras se han reducido enormemente en los países balcánicos poscomunistas -casi en un tercio, en el caso de Rumanía-, el porcentaje griego casi se ha doblado desde 2008, el año en que arrancó la crisis financiera global. En general, la tasa de la UE bajó del 8,5 al 8,1 por ciento durante ese período.
«Simplemente existimos»
Diferentes organizaciones internacionales, incluida la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), han instado al Ejecutivo ateniense a priorizar la búsqueda de una solución para paliar la pobreza y la desigualdad.
El desempleo ha caído de un pico del 28 % del total de la fuerza laboral al 23%, pero el porcentaje sigue siendo el más alto del club comunitario. Desde que empezó la crisis, la economía se ha contraído en una cuarta parte y miles de empresas han cerrado para siempre.
Las esperanzas de que la economía repunte este año son altas, pero los datos publicados la semana pasada mostraron que volvió a contraerse entre octubre y diciembre tras dos trimestres consecutivos de crecimiento.
«Todo el mundo está pasando por malos momentos – toda Grecia está así», dijo Eva Agkisalaki, una exprofesora de 61 años que colabora como voluntaria en un comedor de beneficiencia dirigido por la Iglesia ortodoxa.
Agkisalaki no pudo acceder a una pensión porque su contrato acabó cuando se elevó la edad de jubilación a los 67 años en bajo el programa de rescate y no pudo encontrar otro trabajo. Parte de la pensión de su marido, reducida de 980 a 600 euros también como consecuencia de las reformas exigidas por los acreedores internacionales, va a las familias de su hijo y de su hija.
A cambio de su voluntariado, Agkisalaki recibe alimentos del comedor de beneficiencia, los cuales comparte con su hija desempleada y su hijo.
«Estamos vegetando», dijo mientras preparaba una larga mesa de madera para el próximo almuerzo, consistente en sopa de habas, pan, un huevo, un trozo de pizza y un manzana. «Simplemente existimos. La mayoría de Grecia se limita a existir».