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José Antonio, el hombre que soñó con acabar con la Guerra Civil y superar a su padre

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José Antonio Primo de Rivera en el centro de la imagen – Foto: I. Labayen
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Por Joan Maria Thomàs

José Antonio Primo de Rivera se lanzó a la política «tanto por el deseo de emulación del padre como por llegar a ostentar por sí mismo un poder político autoritario… Que lo hiciera inicialmente espoleado por lo que consideraba ataques injustos a la obra de su padre resulta plausible. Pero más en el fondo y desde antes, estaban el deseo de emularle y de alcanzar el mismo una posición relevante (…) Y pretendía hacerlo siguiendo la estela de su proyecto, tras analizar sus errores, insuficiencias y cortapisas, y superarlo con otro más radical, nacional-regenerador y social». Esta es la tesis esencial de «José Antonio, realidad y mito» (Debate, 2017), de Joan María Thomàs, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona y especialista en asuntos relativos a la Falange y al franquismo.

El autor confiesa que no pretende hacer una biografía del fundador de Falange, sino profundizar en las características de su personalidad «que le impulsaron y marcaron, así como de aquellas actuaciones políticas que me parecen más definitorias». Con todo, se trata de una biografía, en cuya armazón recrea algunas de sus peculiaridades.

José Antonio Primo de Rivera (Madrid, 1903-Alicante, 1936) fue el primogénito de una familia distinguida, pero no rica, en la que el gran personaje y héroe de su niñez fue su tío abuelo, Fernando Primo de Rivera (Sevilla, 1831-Madrid, 1921), compañero de Prim en la Gloriosa que derribó del trono a Isabel II, distinguido en la Tercera Guerra Carlista, donde se ganó el título de marqués de Estella y en la política, tres veces ministro de Guerra y capitán general de Filipinas, donde logró la última pacificación. Su padre, Miguel Primo de Rivera y Orbaneja (Jerez de la Frontera, 1870-París, 1930) alcanzó el generalato el 1912 y su tío Fernando Primo de Rivera y Orbaneja (Jerez de la Frontera, 1979-Monte Arruit, Marruecos, 1921), destinado en el Protectorado, era teniente coronel del regimiento de caballería de Alcántara.

Huérfano de madre desde los cinco años creció junto a sus cuatro hermanos bajo el gobierno de una tía, que les inculcó un fuerte sentido religioso, a la par que respiraban el espíritu castrense familiar. A la hora de elegir carrera se debatía entre una ingeniería o Derecho, decidiéndose por ésta al parecer bajo la influencia de Raimundo Fernández Cuesta –amigo desde niño y personaje relevante dentro de la futura Falange–, que acababa de licenciarse en Leyes. Pero –según Thomàs– en esa elección tuvieron, quizá, mayor influencia sus aficiones humanísticas, literarias y teatrales en las que hizo sus pinitos como autor y como actor. Según sus biógrafos, fue un niño tímido y serio, ordenado y exigente consigo mismo y con los demás. Sobre sus hermanos ejerció un liderazgo derivado de su mayor edad, pero, pasando los años, se fue manifestando como parte de su personalidad, demostrada, por ejemplo, en la universidad, donde fue elegido secretario general de la asociación de estudiantes de Derecho, de la que nombró presidente a un amigo de las aulas, Ramón Serrano Suñer, el alumno más distinguido de la facultad y el más destacado de los falangistas del futuro. Peculiaridad relevante fue su carácter apasionado y, a veces, volcánico: según Miguel Maura, con el que tuvo amistad durante la dictadura y animosidad en época republicana, «el temperamento de José Antonio era, como el de toda su familia y raza, fácilmente excitable. Por un quítame allá esas pajas montaba en cólera y era violentísimo». Su época universitaria, que culmina con la licenciatura en 1922, registró enormes convulsiones a escala universal, que tendrían poderosas repercusiones en su vida: terminó la Gran Guerra (1918) y la Conferencia de Versalles (1919) trazaba la vía hacia otro cataclismo. El conflicto demolió los imperios alemán, austriaco, otomano y ruso, combinando sus derrumbamientos con formidables fragmentaciones territoriales y revoluciones, como la soviética; en Europa surgieron dictaduras como hongos en otoño y el fenómeno se prolongaría hasta su muerte: Rusia, Italia, Turquía, Bulgaria, Portugal, Polonia, Lituania, Yugoslavia, Hungría, Alemania, Austria… y la más decisiva para José Antonio, España, porque fue su padre, Miguel Primo de Rivera, quien se proclamó dictador. Años también cruciales para la familia por los diferentes destinos del general, la incidencia del conflicto rifeño y los lutos familiares.

Frenar a García Prieto

Terminada la carrera aborda la tesis, pero no la finaliza porque el 13 de septiembre su padre instauró la dictadura. ¿Qué pretendía? En su confuso manifiesto propugna la regeneración política, salvar a España del marxismo, del separatismo, del pistolerismo, del caciquismo, de la sangría humana y económica de Marruecos. Según Thomàs, por entonces hacían poca falta tales remedios pues ni existía una amenaza revolucionaria, ni desórdenes sociales, económicos o separatistas. El auténtico motivo fue frenar el reformismo de García Prieto, la presión fiscal sobre las grandes propiedades urbanas y agrarias, la libertad de culto, el gravamen impositivo sobre las propiedades de la Iglesia y sobre los beneficios de guerra, el proceso por las responsabilidades de Annual, que no le afectaban personalmente, pero si a muchos militares e, incluso, al rey.

¿Qué aprendió José Antonio de la dictadura de su padre? Siguiendo siempre a nuestro autor, la utilidad del golpe para acceder al poder, pero con un proyecto fascista, obviando los errores paternos, añadiéndole una elaboración teórica e intelectual y decorándola con una estética acorde con la parafernalia en boga. Respecto a la «cuestión catalana» extrajo dos conclusiones: el rechazo a las demandas autonomistas de gran parte de los catalanes porque ponían en peligro la unidad española y el respeto por su lengua, su cultura y su tradición. Se enorgullecía del cumplimiento de la promesa paterna de terminar la guerra de Marruecos, principal activo de la dictadura, pese al desprecio de Alfonso XIII: tras el éxito del desembarco de Alhucemas espetó a José Antonio: «¡Vaya suerte que ha tenido el cochino de tu padre!». No se lo perdonaría. En general, la familia del dictador apareció poco en su vida pública. José Antonio y Miguel viajaron a Marruecos con su padre, que quería demostrar valor, serenidad y control de la situación pese a los problemas militares que se daban en 1924. Pero la pertenencia a esta familia imponía ciertos deberes sociales y comportaba ventajas sin tener que buscarlas, como el codearse con la aristocracia madrileña, o disponer de abundante clientela en su bufete pese a que no utilizara a su padre como palanca.

Al respecto, tuvo un sonado enfrentamiento con uno de los opositores más acérrimos de su padre, Ángel Ossorio y Gallardo, el fundador de la Democracia Cristiana en España, que acusó a Primo de Rivera de haber concedido el monopolio de la telefonía nacional a una empresa norteamericana a cambio de un empleo para José Antonio. Realmente, el empleo era anterior a la licitación y José Antonio había roto la vinculación y sus proyectos de instalarse en Estados Unidos antes de las acusaciones. Con todo, el caso volvería a colear en época republicana.

José Antonio apareció más tras la caída de su padre, en enero de 1930. Le defendió de los ataques que le llovieron por doquier con sus escritos e, incluso, a bofetadas, como ocurrió en la junta del colegio de abogados, en la que Luis Rodríguez de Viguri mencionó al dictador, ya exilado en París, por el caso de la Caoba, una prostituta que fue su amante y a la que trató de librar de un proceso presionando al juez. José Antonio sintió que se estaba insultando a su padre y, saltando por encima de las butacas de la sala, alcanzó al orador y le propinó dos bofetadas, retándole a duelo. Antonio Maura evitó el lance y cuenta que José Antonio le comentó: «Tengo que darte las gracias, pero nunca te perdonaré que me hayas impedido agujerearle la tripa a ese ciudadano».

Mayor gravedad tuvo otro incidente similar con el general Queipo de Llano, que terminó en una pelea multitudinaria y con todos en la comisaría. José Antonio, su hermano Miguel y su «primo» Sancho Dávila, oficiales de complemento, fueron procesados y perdieron sus empleos.

La notoriedad de estos sucesos suscitó la entrevista que le hizo González Ruano para el «Heraldo de Madrid». Preguntado sobre su posible acceso a la política, respondió: «De política ya hablaremos cuando pasen unos años; esas cosas son como las bofetadas: no se anuncian, se dan. Ya tendremos ocasión –dice bromeando– cuando yo sea dictador de España». Para Thomàs se trata de una declaración de intenciones. Se ha dicho que José Antonio entró en política a regañadientes, renunciando a su bufete y a sus aficiones literarias y que lo hizo en aras de proteger la memoria paterna, pero la entrevista se publicó el 13 de marzo, tres días antes de la muerte de su padre, es decir, José Antonio ya meditaba entrar en política y «bromeaba» con la dictadura desde hacía tiempo, como se ha dicho en la apertura de este artículo y que constituye una de las tesis del libro.

Todo lo cual no contradice que la muerte le causara un tremendo pesar y, también, un deseo de reivindicar su figura. Para ello se inscribió en la Unión Monárquica Nacional (UMN), presidida por el Conde de Guadalhorce –ministro de Fomento de su padre– cuya pretensión era agrupar a los simpatizantes de la dictadura y concurrir a unas elecciones cuando el sucesor, Dámaso Berenguer, restaurara la legalidad constitucional. José Antonio pronunció mítines por toda la geografía nacional propagando el ideario de la UMN, clamando por la «unidad indestructible» y «la supremacía del interés de España». Preconizando «un gobierno como los de antes», (la dictadura). Lanzando lemas como «¡Sálvese España aunque perezcan todos los principios constitucionales!».

Deriva republicana

La historia sería diferente. Berenguer no restauró la Constitución y España entró en una deriva republicana coordinada por los firmantes del Pacto de San Sebastián que plantearon las elecciones municipales del 12 de abril como un plebiscito entre monarquía y república. El triunfo republicano en las capitales de provincia fue abrumador y aunque los monárquicos los igualaron o, incluso, los superaron en las áreas rurales su resultado se conoció más tarde y el dato quedó para la Historia, pues el 14 de abril Alfonso XIII partió hacia el exilio y se proclamó la II República. El esfuerzo de la UMN había sido baldío y se disolvió. José Antonio, convertido en marqués de Estella, intentó conseguir un acta de diputado en las elecciones de 1931, pero no la conseguiría hasta las de noviembre de 1933, aunque antes había tenido lugar un acontecimiento capital en su biografía: la fundación de Falange Española, el 29 de octubre, en el Teatro de la Comedia de Madrid, que, por cierto, no se llenó.

En torno a José Antonio se agrupaban algunos hombres de acción, militares fieles al Directorio y una corte de intelectuales: Ruiz de Alda, Rodríguez Tarduchy, Rada, Arredondo, Sánchez Mazas, Giménez Caballero, Ridruejo, Miquelarena…

El 7 de diciembre de 1933 lanzó el periódico «FE», en cuyo número 1 se definía España como «Unidad de destino» y se señalaban los problemas del país y la receta para superarlos: las divisiones creadas por los separatismos, los partidos políticos y la lucha de clases. Frente a ellos se levantaría el Estado Nuevo, al servicio superior de España, que terminaría con el pluripartidismo, el parlamentarismo y las elecciones y preconizaría su antídoto: la familia, el municipio y el sindicato (vertical). Ese Estado –confesionalmente católico con separación de poderes– satisfaría los derechos y necesidades de sus súbditos, exigiría el cumplimiento de sus deberes y su fin supremo sería la unión de todos los españoles, incluso al precio de una «cruzada», violenta si fuera preciso. Ramiro Ledesma Ramos –según Thomàs, el «verdadero intelectual fascista español»– y aliado de José Antonio por esa época, quedó consternado: «Cuando sectores extensos de España esperaban que el periódico de Falange los orientara políticamente con consignas eficaces y certeras, se encontraba todo el mundo con un semanario retórico, relamido, en el que se advertía el sumo propósito de conseguir una sintaxis académica y cierto rango intelectual (…) Tremendo error».

En efecto, pese a la unión de Falange con las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS) de Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma, en 1934, que darían lugar a FE de las JONS, a la nueva formación se fueron uniendo «exprimoriveristas y jóvenes estudiantes en su mayoría, todo dentro de unas proporciones modestísimas» (Thomàs), tanto que, pese a su propaganda y decidida actuación en la calle, en las elecciones de febrero de 1936 no obtuvo ni una sola acta parlamentaria, lo cual y en consonancia con la turbulencia posterior a las elecciones ganadas por el Frente Popular, fue imprimiendo una deriva cada vez más violenta a Falange.

La consecuencia inmediata fue su ilegalización y la detención de José Antonio (14 marzo, 1936) que fue encarcelado por posesión ilícita de armas. Estuvo preso en Madrid hasta su traslado a Alicante (5 junio), desde donde mantuvo la dirección de Falange e, incluso, trató inútilmente de tener relevancia dentro de la conspiración militar cuyas líneas generales conocía; a última hora se puso incondicionalmente a su servicio, que sí fue considerada. Tras la sublevación militar empeoró su situación penitenciaria, quedando aislado, siendo inútiles sus quiméricas propuestas de intervenir como mediador para poner fin a la lucha. Según Thomàs, debió soñar que «sería considerado el gran conseguidor de la paz, el hombre providencial que había terminado nada menos que con la guerra civil, lo que le erigiría en nuevo salvador de España…». Meras ilusiones.

En el verano-otoño de 1936 fracasaron varios intentos por liberarle, el más curioso fue uno propuesto por Alemania que no tuvo el beneplácito de Franco. José Antonio fue juzgado, condenado a muerte y fusilado en la madrugada del 20 de noviembre de 1936. Franco recogería parte de su ideario y recolectaría a sus seguidores.

Artículo de Joan Maria Thomàs publicado en el diario La Razón

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