Por Laureano Benítez Grande-Caballero para elmunicipio.es
Hoy en día, todas las democracias occidentales se definen como Estados laicos, a pesar de que el cristianismo es la esencia de la civilización occidental ―en la Constitución europea no se menciona para nada sus raíces cristianas―. Fue el argumento de la laicidad del Estado ―que figura en el artículo 16.3 de nuestra Constitución― el que esgrimieron los podemitas a la hora de pedir la supresión de la Misa dominical en TVE2, ya que según ellos no se puede hacer propaganda religiosa en un espacio público.
En la polvareda que ha levantado este nuevo ataque de las hordas luciferinas al catolicismo en España, me sorprende sobremanera que nadie haya expuesto de manera clara y rotunda lo que yo considero el principal argumento a la hora de defender la Misa en la televisión pública.
Pero vamos a ver, si el 70% de la población española es católica, eso quiere decir que los impuestos que mantienen a todos los espacios e instituciones públicas son en su enorme mayoría de proveniencia católica, con lo cual los creyentes tenemos pleno derecho a exigir nuestro 70% de todo el ámbito público de nuestro Estado.
Es decir, que si financiamos el 70% de una televisión pública como la TVE2, tenemos un derecho incontrovertible a utilizar ese porcentaje de sus emisiones para nuestros fines, y no solamente el tiempo que dura la Misa dominical. En el fondo, ¿qué otra cosa es la democracia, sino el triunfo de las mayorías, que se expresa básicamente en una simple cuestión de estadística?
Aparte de esto, la izquierda ha dado un ejemplo más de su proverbial cobardía, pues ningún radical antisistema ha pedido que también eliminen los espacios que se dedican a otras religiones, minoritarias en nuestro país, y que, sin embargo, reciben un trato en absoluto equivalente con su porcentaje de aportación fiscal a la cosa pública.
El mismo argumento estadístico puede aplicarse a todos aquellos ámbitos estatales mantenidos mayoritariamente con los impuestos católicos, en especial el sistema educativo, del que también las hordas luciferinas quieren erradicar la enseñanza de la religión católica, denunciando que la educación debe ser laika, cuando su porcentaje de laicidad nunca debería sobrepasar el 30%.
Confieso que me da una rabia infinita que con los impuestos mayoritarios de los católicos estemos manteniendo a cargos públicos que han accedido al poder únicamente para perseguirnos. Por ejemplo, estamos manteniendo el 70% de Rita «la quemaora», para que asalte nuestras capillas, y el mismo porcentaje de unos diputados y concejales donde no escasean los impresentables, los maleducados, los gamberros, los ineptos y los filoterroristas, pero que casi en su totalidad son feroz y cojoneramente anticatólicos. O sea, que les mantenemos para que nos persigan.
Y aquí no pasa nada, ya que los creyentes estamos sufriendo una tremenda indefensión, ridiculizados por un sistema judicial que hace el claque a la radikalidad, ninguneados por unas cadenas de televisión que están en la pomada del NOM, sometidos a una triste orfandad por parte de un clero español que no alza la voz contra tanto desmán con la suficiente firmeza, que todavía no ha dado un puñetazo en la mesa, limitándose a pedir respeto. Desde luego, la persecución no va a acabar a base de hashtags como #respetamife, y cosas parecidas.
Nuestras únicas acciones de campaña se limitan a firmar peticiones en páginas webs de algunos escasos colectivos que pretenden plantear batalla ante tanta persecución, tanta blasfemia, tanta mentira. Todavía recuerdo que en la concentración que se produjo ante el Ayuntamiento de Sevilla para impedir la posible legalización de las procesiones de los coños insumisos había poco más de 300 personas.
Y así nos va, no sé si debido a que lo que define al cristiano es poner la otra mejilla, a que somos buenísimos, a que tenemos por atavismo espíritu de mártires. Pero yo más bien pienso que la causa de nuestra pasividad se debe, simplemente, a que somos cómodos y no queremos meternos en problemas, poniendo el pacifismo misericordioso como excusa para nuestro pasotismo. Aunque la razón más importante de nuestra desidia es que no vivimos una fe comprometida, ya que estamos instalados en una tibieza que nos lleva a abdicar de la defensa de unos principios que no encarnamos en su `plenitud en nuestra vida cotidiana.
Mientras tanto, las hordas luciferinas nos atacan con su Averno desencadenado, con sus legiones de endriagos, blasfemadores, femens, quemaoras, íncubos y súcubos, quemaconventos, matacuras, violamonjas, coñoinsumisos, y madresnuestras. Se han hecho los amos del cotarro, los zumosoles de nuestra Patria, los dueños del poblado.
Pero nosotros tranquilos, como si la fiesta luciferina no fuera con nosotros: seguimos sin salir a las calles, sin tomar las plazas, sin asaltar los púlpitos, sin invadir los hemiciclos, sin convocar manis ni escraches, para cantarle a las fuerzas infernales aquello de «A la calle, que ya es hora, de pasearnos a cuerpo; y demostrar que, pues creemos, anunciamos algo nuevo».
El Papa San Pío X, en las lecciones dominicales de catecismo, pedía a los niños de Roma que aprendieran de memoria sus enseñanzas. Un día preguntó las características esenciales de la Iglesia y los niños respondieron: «Una, Santa, Católica, Apostólica». Al decirles que faltaba una, se miraron sorprendidos. Al instante, Su Santidad dijo: «¡Mártir!».
Y, como España ha sido históricamente el bastión de la catolicidad, las mesnadas del Señor de las Moscas han desplegado en nuestro solar a sus tropas de élite, a sus pretorianos puñoenalto, para que instalen entre nosotros sus Coliseos, sus arenas circenses colmatadas de fieras ahítas de sangre cristiana, sus graderíos retumbantes de una gentuza hambrienta de mártires, enloquecida de psicosis piromaníacas.
Ya estábamos avisados, pues, en el transcurso de una visión, la religiosa beata María Rafols (1781-1853) recibió una revelación en la que se comunicaba que España, debido a su proverbial defensa de la catolicidad, sufriría más que otros países los embates de las fuerzas malignas.
De seguir así las cosas, que Dios nos coja confesados. Es decir: God save Spain.