Un político decidido que ayudó a poner en jaque al gobierno zarista. A día de hoy, la imagen que ha prevalecido de Vladimir Ilich Uliánov (más conocido por Lenin, su nombre de guerra) es la de un mito con barba de chivo. Un icono para el pueblo soviético (primero), y ruso (después). Sin embargo, el líder comunista tuvo también una cara privada que suele pasarse por alto en los libros de Historia. Ejemplo de ello es que, a nivel personal, dejó su libido a un lado en favor de la Revolución y, a pesar de que se rodeaba de «compañeras», jamás creyó en la liberación sexual de la mujer.
ABC / Pero no solo eso, sino que este mito de la URSS también vivió una buena parte de su adultez a costa de su madre (a quien desangró económicamente) y, según una nueva biografía sobre su persona, carecía de amistades masculinas debido a que solía cambiar drásticamente de opinión.
Este Lenin más escondido (el menos conocido por la sociedad) es hoy noticia debido a que, en pleno 2017 como estamos, Rusia celebra el centenario de la Revolución de 1917. Un año en que los rusos se alzaron para derrocar al zar Nicolás II en un movimiento que costó más de un millar de muertos al país. En base a todo ello, queremos recordar la otra cara de este curioso personaje.
«Envíame todo el dinero que puedas»
La figura del Lenin anterior a la Revolución jamás estuvo ligada a la bonanza económica. Más bien todo lo contrario. Tal y como afirma la popular historiadora Diane Ducret en su obra «Las mujeres de los dictadores», cuando nuestro protagonista no superaba las 24 primaveras era un abogado afincado en San Petesburgo que apenas tenía clientela suficiente como para pagar un plato de comida. Por entonces, la frase que más solía repetir en las cartas que enviaba a su progenitora era la siguiente: «He superado mi presupuesto, y no espero poder salir de apuros por mis propios medios. Si es posible, mándame unos 100 rublos más».
Ella jamás dudó en lo referente al «cash» si era su pequeño quien se lo pedía. Para María Aleksándrovna el futuro líder revolucionario era el niño de sus ojos. Por él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa. Y no era raro pues, al fin y al cabo no quedaba otro hombre en la familia (pues tanto su padre como su hermano mayor habían fallecido).
María Aleksándrovna demostró el apoyo incondicional a su hijo cuando vendió la vivienda familiar en la que había visto nacer a sus pequeños allá por 1887. Una medida que tomó para conseguir dinero con el que comprar una granja por 7.500 rublos. El mismo lugar en el que esperaba que Lenin se ganase un porvenir a golpe de azadón y trabajo duro. Sin embargo, su joven hijo tenía otros planes. «Mamá quería que me ocupase de los trabajos del campo. Lo intenté, pero aquello no funcionaba», dijo posteriormente el revolucionario. Por el contrario, cuando el calendario marcaba 1895, Vladimir abandonó todo y se marchó a vivir a Europa. ¿Cómo se costeó los gastos? Simple: con la pensión de su madre.
Durante aquel viaje no fue extraño que enviase misivas a su madre pidiéndole dinero para poder sufragar sus gastos. Entre otros, caprichos como comprar libros. «Con gran susto veo que sigo teniendo dificultades financieras. El placer de comprar libros es tan grande que el dinero se va como el agua. Me veo obligado una vez más a pedir ayuda: si es posible, mándame 50 o 100 rublos», escribió en una ocasión. Y es que, el futuro líder rojo devoraba realmente los textos de los grandes filósofos rusos.
Por entonces Lenin ya había hecho sus pinitos en lo que política se refiere. Y no se sentía atraído precisamente por los mandamientos de los zares. Por ello -y porque se había dedicado a visitar a multitud de personalidades revolucionarias en su viaje a través de Europa- fue detenido poco después de regresar a su hogar, allá por septiembre de 1895.
Poco después de pisar la tierra que le había visto nacer, tuvo que ver como le encarcelaban de forma preventiva mientras esperaba juicio. Durante ese tiempo, su madre y su hermana mayor (Anna) volvieron a demostrar por enésima vez que Vladimir era el niño de sus ojos al enviarle multitud de trajes, ropa blanca, mantas o chalecos de lana.
Tampoco le faltó la comida a Lenin. Al fin y al cabo, se la llevaba habitualmente mamá Aleksándrovna. Así lo dejó claro el futuro líder en varias cartas: «Tengo una reserva de víveres, podría abrir por ejemplo un comercio de té». El hombre de la barba de chivo habló incluso, con cierto desprecio de los alimentos que recibía de su familia. Algo que dejó claro a su hermana en una misiva: «Pan como muy poco, intento seguir una dieta. Y tú me has traído tal cantidad que necesitaré una semana para acabarlo». Otro tanto sucedía con los trajes antes mencionados: «No me envíes más ropa blanca, no se donde ponerla», señalaba.
Tanto Ducret como Danilkin (autor de una nueva biografía sobre Lenin y entrevistado por el medio internacional «Russia Today» hace apenas unas jornadas) son partidarios de que María y Anna fomentaron en Lenin una actitud negativa con respecto a las mujeres. La autora belga es la más específica con respecto a esta idea, tal y como determina en su obra: «Este apoyo femenino del cual se vio rodeado le parecía tan habitual y obvio que los esfuerzos de quienes le mimaban apenas merecían su gratitud». Se convirtió, en definitiva, en un «niño mimado» a pesar de que, como señala el autor ruso, jamás conoció la bonanza económica.
Un reprimido sexual
Después de casi un año en prisión, Lenin fue juzgado y deportado a Siberia en 1887. Allí pasó tres años que no fueron del todo malos, pues los sufrió junto a una de sus admiradoras: Nadejda Krupskaia. Una mujer que -a pesar del frío y las malas condiciones- decidió pasar con el líder revolucionario su exilio. Ambos se casaron en el verano de ese mismo año. Sin embargo, la explosión de amor que vivieron en primera instancia no duró demasiado y terminó transformándose rápidamente en complicidad y cariño. Así lo afirma la belga en su obra: «Muy pronto el deseo se desvaneció. Lenin pareció dejar su libido a un lado durante varios años, pues prefería invertir su energía en la tarea revolucionaria».
En palabras de la experta, Nadia vivió entonces una situación difícil en lo que respecta a su feminidad. Un sentimiento que se acrecentó cuando supo que, por un problema médico, tendría serias dificultades para dar un hijo a su esposo.
«Siberia acabó con su vida íntima [la de ambos], pero a cambio les dio una complicidad que duraría hasta la muerte. A partir de entonces, Vladimir jamás podría separarse ni un solo día de ella», añade la historiadora. En lo que a sexualidad se refiere, la vida entre ambos no mejoró después de la liberación de Lenin. Y es que, ni en Zúrich primero, ni en París después, pasaron mucho tiempo a solas. Por el contrario, el revolucionario prefería dedicar las horas que podría haber invertido en sus relaciones íntimas, a la Revolución.
La misma Nadia así lo dejó escrito en multitud de cartas, como bien recoge la historiadora en su obra: «Para encontrar un momento de intimidad y estar a solas con él, Nadia no tenía más remedio que arrastrar a Lenin hasta el Jardín público de la esquina». La mujer, en sus misivas, tampoco escondió su frustración y el aburrimiento que -en ocasiones- sentía al estar con su esposo: «Por la noche no sabíamos como matar el tiempo. No teníamos ningunas ganas de quedarnos en nuestra habitación fría e incómoda, y salíamos todas las noches al cine y al teatro».
Su posterior viaje a Francia no modificó nada la situación. De hecho, en él quedó claro que Lenin no había cambiado ni un ápice en ningún ámbito de su vida. Ejemplo de ello es que (aunque por entonces ganaba algo de dinero escribiendo artículos), en diciembre de 1908 volvió a pedir dinero a su madre para alquilar una vivienda de la que se había encaprichado en París. Más y más monedas a pesar de que ya casi rozaba las cuatro décadas de vida.
En los meses posteriores, además, recibió multitud de paquetes de su madre. En ellos, María le envió desde tocino, hasta pescado ahumado, jamón o mostaza. «Golosinas», como señala Ducret, para que a su pequeño no le faltase absolutamente de nada.
El extraño trío
Por si aquella fuese una situación poco extraña para Nadia, la esposa de Lenin tuvo que ver como su marido se echaba una amante frente a sus narices durante la estancia de ambos en París. La nueva pareja del revolucionario fue Inessa Armand, una mujer cuatro años menor que él que cautivó instantáneamente a nuestro protagonista. Lo más preocupante es que la mujer que había pasado más de tres años en Siberia junto a Vladimir tuvo que convivir desde ese momento junto a la amante de su esposo.
El historiador español Iñigo Bolinaga afirma en su obra «Breve historia de la Revolución rusa» que Nadia conocía perfectamente la relación de su marido con Inessa. «Armand fue amante de Lenin, con el conocimiento de su esposa. El mito del líder-héroe de moralidad intachable que quiso legar el estalinismo se rompe entonces para dar paso a un hombre lleno de pasiones y debilidades».
Desde que conoció a Inessa, Lenin inició una relación con ambas. Nadia, de hecho, llegó a proponerle en varias ocasiones que se fuera con su nueva amante. Sin embargo, el revolucionario se negó, pues siempre consideró a la que oficialmente fue su esposa como un pilar básico de su vida. Al final, parece que los tres se acostumbraron a esta extraña situación.
Ducret llega a tildar al líder revolucionario, a Nadia y a Inessa como un «trío» cuyo pegamento no solo era nuestro protagonista, sino también la buena relación de amistad que mantenían ambas. A ellas, de hecho, les unía el carácter y su pasión por el feminismo. Este raro triángulo amoroso queda perfectamente definido en una carta escrita por la misma Nadia: «Todos queríamos mucho a Inessa, siempre parecía estar de buen humor. Todo parecía más cálido y más vivo cuando ella estaba presente».
«¡Chorradas!» sexuales
Ya con aquellas dos mujeres de la mano, y después de cientos de discursos hablando de revolución e injusticias, Lenin comenzó a ganarse una legión de seguidores a comienzos del siglo XX. Lo curioso es que muchos de ellos eran mujeres que se sentían atraídas, como afirma Ducret, «de forma hipnótica por él». Nuestro protagonista, sabedor de que era como un imán para el sexo opuesto, explotó esta faceta haciéndose pasar por un defensor del feminismo. «No puede haber un verdadero movimiento de masas sin las mujeres», solía señalar. Sin embargo, la realidad es que únicamente apoyaba el levantamiento de las hembras en el trabajo, y no en el ámbito sexual.
«Aunque yo no sea un asceta, esa pretendida “nueva vida sexual” de la juventud me parece puramente burguesa»La autora llega incluso a afirmar que su forma de actuar da a entender que no tenía empatía por el sexo contrario. Así lo demuestran varios comentarios que hizo sobre la liberación sexual de la mujer: «Considero esa superabundancia de teorías sexuales, la mayor parte de las cuales son hipótesis, y a menudo hipótesis arbitrarias, como procedentes de una necesidad personal de justificar ante la moral burguesa la propia vida anormal o hipertrofiada».
No se dejó influir, ni quiera, por las teorías de Freud ni de sus seguidores, como él mismo señaló: «El texto más difundido en este momento es el folleto de un joven camarada de Viena sobre la cuestión sexual. ¡Chorradas! La discusión sobre las hipótesis de Freud le confiere un aire “culto” e incluso científico, pero en el fondo no es más que una vulgar redacción escolar».
A su vez, Lenin se dedicó a cargar contra la idea de la libertad sexual. Y es que, para él, aquello era una mera excusa burguesa para satisfacer los más bajos instintos. «Aunque yo no sea un asceta, esa pretendida “nueva vida sexual” de la juventud —y a veces también de la edad madura— me parece puramente burguesa, como una extensión del burdel burgués. […] Sin duda conocéis esa famosa teoría según la cual la satisfacción de las necesidades sexuales será, en la sociedad comunista, tan sencilla vaso de agua ha enloquecido totalmente a nuestra juventud».
El líder revolucionario llegó, incluso, a señalar que las mujeres no podían aspirar a una liberación sexual debido a que no contaban con «conocimientos profundos y variados sobre el tema». A Clara Zetkin, una popular teórica del feminismo, le espetó que jamás había conocido a una hembra capaz de leer «El Capital», consultar un horario de trenes o jugar al ajedrez. Así lo afirma, al menos, la autora en su obra «Las mujeres de los dictadores».
Sin embargo, y a pesar de todo ello, Lenin solía estar rodeado siempre de mujeres. Al parecer, porque se fiaba más de ellas que de los hombres. Así lo afirmaba Danilkin a «Russia Today» hace apenas unas jornadas: «Era un polemista. Daba mucha importancia a los matices, a las pequeñas diferencias. Por eso su entorno le detestaba. Era un compañero poco fiable. Por ejemplo, cuando era presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, en una sesión podía apoyar un punto de vista, pero cambiar de opinión con facilidad poco después. Se puede decir que no tenía amigos. Sin embargo, esto quedó compensado con una gran cantidad de amistades femeninas».