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Matando ruiseñores (o los cuatro jinetes del Apocalipsis)

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Por Laureano Benítez Grande-Caballero para elmunicipio.es

En 2015, una agrupación del carnaval de las Palmas presentó una canción donde aparecían palabras como «mariquita», «maricón», y «sarasa». Como era de esperar, una asociación LGBTI presentó una denuncia, cuyo resultado fue que la canción fue censurada, hasta el punto de que ni siquiera se llegó a estrenar.

El argumento bajo el cual tuvo lugar la denuncia fue que «El Carnaval no puede ni debe ser utilizado para alentar e incitar la vergüenza, la invisibilidad, el escarnio o la exclusión».

2017: «Drag Sethlas» es elegida «reina» de l@s «drags» con una performance grotescamente blasfema donde se burla de la Virgen y de Jesús crucificado. La asociación «Abogados cristianos» presentó una denuncia, que, por supuesto, es archivada por la fiscalía, argumentando que, aunque la actuación del «Drag» puede ser «objetivamente irrespetuosa», «no constituye un delito contra los sentimientos religiosos», pues «se hizo sin ánimo de ofender» (¡¿)

Ya estamos ante otro «urdanga», es decir, ante un procedimiento judicial típico de nuestro desdichado país, mediante el cual se archiva un delito absolutamente punible recurriendo a una execrable ingeniería jurídica que sospechosamente sólo se aplica a determinados casos, en especial a todos los que tengan que ver con las blasfemias y los ataques a la hispanidad por parte de separatistas y radicales antisistema. Por supuesto, el colectivo LGBTI queda completamente al margen de las «urdanganadas», hasta el punto de que en su nombre los jueces persiguen con saña a todo aquel que denuncie la dictadura de la «identidad de género», una de las joyas de la corona del pensamiento único que nos quiere imponer el NOM.

O sea, que en España, el país que históricamente más ha defendido el cual constituye una parte esencial de los valores de la hispanidad, se ha legalizado la blasfemia, sin necesidad de ninguna proposición de ley en el Parlamento, legalización que forma parte del programa de la izquierda. ―El juez en excedencia Juan Pedro Yllanes, diputado podemita por Baleares, ha abogado por la supresión del delito de blasfemia―. (¡?)

Rita «la quemaora», sacerdotisa contrapoderiana, ¡contigo em…pezó todo! La hierofante vestálica de Femen llegó a decir que entrar en ropa interior en una capilla amenazando con piromanía desatada a los católicos no es ofensivo. Bondad graciosa. Tampoco atenta contra el derecho constitucional a la libertad religiosa que un «artista» componga la palabra «pederastia» con Hostias consagradas, ni pasear coños insumisos por parte de luciferinas cofradías cuya intención era blasfemar contra la Virgen María; ni presentar imágenes de dos Vírgenes besándose, como sucedió en Valencia.

Los «urdangas» utilizan como recurso el derecho a la «libertad de expresión». Sospechosamente, no aplican ese derecho a todas aquellas manifestaciones que van contra el pensamiento políticamente correcto. Un ejemplo lo tuvimos con la polémica que se originó en torno la campaña antitransexualidad del famoso autobús de «HazteOír.org», que fue rápida y fulminantemente denunciada y condenada por las instancias judiciales madrileñas. Sin embargo, la campaña del colectivo «Chrysallis» ―«Asociación de familias de menores transexuales»― en algunas localidades del norte de España, que se hizo en base a poner carteles en lugares públicos con niños con vulva y niñas con pene, se pudo hacer sin ningún problema.

He dicho en repetidas ocasiones que los podemitas nos han invadido desde obscuras cavernas con la declarada intención de ejercer un anticatolicismo militante, heredero directamente de los horrores del período republicano. Y ahora viene el Coletudo a meterse con la misa dominical de la TV2, alegando que somos un Estado aconfesional, el otro argumento que esgrimen los anticatólicos para perseguir a la Iglesia.

¿Estado laico? En una democracia, el Estado debe construirse sobre la voluntad de la mayoría, a la cual representa, en vez de violentar a esa mayoría con la excusa de respeto a las minorías, a las cuales pretende dar el mismo trato que a las creencias mayoritarias de una sociedad ―el Madrid podemita financia con la misma cantidad el Ramadán y el año nuevo sino que la Semana Santa… perdón, que laSemana de Festividades―.

Si en España el 70% de la población se considera católica, el Estado español también es católico, pese a quien pese, aunque solo sea por una cuestión estadística. ¿Qué clase de democracia existe en una sociedad que retira el crucifijo de las aulas de enseñanza solamente porque no le gusta a un padre, violentando la voluntad de una mayoría de padres? ¿O porque hay que respetar a la musulmanía, que puede sentirse ofendida? ―Al parecer, esto sí ofende los sentimientos religiosos, cosa que no sucede con las blasfemias―.

¿Qué clase de democracia existe un Ayuntamiento como el de Madrid, cuya alcaldesa dice que no pone belenes porque no todos los madrileños son católicos? ―pero ponen la bandera LGBTI durante las celebraciones del «Día del orgullo gay», aunque no todos los madrileños seamos gays―.

La Iglesia ahorra al Estado 32.000 millones de euros, cifra en la que coinciden todas las investigaciones. ¿Cuánto ahorran al Estado español las otras confesiones religiosas, a las que se da el mismo trato que a la católica? Se ve que el Estado es laico y confesional solamente para perseguir a la Iglesia, pero no a la hora de recibir los beneficios que ésta le otorga por su ingente labor benefactora y subsidiaria del Estado.

También he afirmado en ocasiones que España se encuentra ahora en el Armageddón, momento histórico decisivo de la humanidad que los españoles estamos inaugurando, al ser cabeza de puente de un luciferino experimento del Nuevo Orden Mundial, que ensaya en nuestro país las estrategias para finiquitar la civilización occidental europea, enraizada en el cristianismo. Para esto surgió Podemos.

Y en un Armageddón no pueden faltar los cuatro jinetes del Apocalipsis, que nos invadieron con sus caballos locos ―entrenados en Troya―, y sus komancherías. Cuatro son: los medios de comunicación totalmente apesebrados por el NOM de George Soros; una educación laika entregada a la ideología de género y al progre pensamiento único; un pueblo español vergonzosamente lobotomizado que vota al progrerío rojo antiespañol y anticatólico; y unos jueces para los que vale absolutamente todo lo que conviene al NOM, que sólo actúan contra los disidentes del pensamiento «políticamente correcto».

Y aquí vienen estos jinetes, trompeteando el Armageddón, arrasando nuestra hierba, persiguiendo y matando ruiseñores en su loca carrera hacia los abismos… ruiseñores, criaturas inocentes parecidas a los mártires que ha producido la Iglesia desde su misma fundación. Como se dice en la película «Matar un ruiseñor»: «Prefiero que dispares a latas en el patio trasero, pero sé que vas a ir tras los pájaros. Dispara a todas las urracas que quieras, si puedes golpearlas, pero recuerda que es un pecado matar a un ruiseñor».

«Los ruiseñores no hacen nada malo, sino que hacen música para que disfrutemos: no comen los jardines de la gente, no anidan en graneros, pero cantan en sus corazones para nosotros. Por eso es un pecado matar un ruiseñor».

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