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El honor mancillado de los soldados españoles en Irak

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Un mes y medio antes de la Batalla de Nayaf del 4 de abril de 2004, el Mando de la Coalición en Bagdad ordenó a la Brigada Multinacional Plus Ultra II (BMPUII) que preparase la llamada Operación Ley y Orden en Nayaf, con el objetivo de «neutralizar al imam al Sadr y a su milicia del Ejército del Mahdi y cerrar los juzgados islámicos basados en la Sharia».

El Mundo / El general Fulgencio Coll, jefe de la BMPUII, recordó a sus superiores que las cortes islámicas funcionaron durante el régimen de Sadam Husein sin que el dictador consiguiera cerrarlas, a pesar de la violencia que practicó contra los chiíes.

Los españoles advirtieron que al Sadr «es una figura discordante, pero tiene su cuota de apoyo y que cualquier operación militar puede finalizar con la desestabilización general», tal como se recoge en un memorando secreto al que ha tenido acceso este diario.

En el documento también se recordó que una operación de tal calibre nunca contaría con el apoyo de Ali al Sistani, el gran ayatolá iraquí, y que tampoco existían tropas iraquíes preparadas para cumplir esas órdenes.

Los estadounidenses querían utilizar métodos expeditivos con los rebeldes, mientras que los españoles habían apostado por negociar con sus líderes. El modelo español estaba obteniendo resultados positivos y la División Multinacional, en la que estaban encuadrados los soldados españoles, había animado a las brigadas polacas y ucranias a seguir sus pasos.

Pero Nayaf fue el principio del fin de las buenas relaciones. A las pocas horas del inicio de la batalla, los responsables de la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA, por sus siglas en inglés) en la Base Al Andalus y el jefe de la compañía de seguridad Blackwater enviaron mensajes envenenados a Bagdad, acusando a los españoles de no combatir y de «estar sentados sobre sus traseros en los blindados» mientras soldados estadounidenses morían «ante sus propios ojos».

Este periodista estaba en el interior de la base aquel 4 de abril, cuando se produjo el primer disparo, y puede asegurar que nunca ocurrió algo parecido. De hecho, el número de bajas se redujo gracias a la actuación de los blindados españoles. Decenas de soldados centroamericanos y reclutas iraquíes fueron rescatados también por los españoles cuando estaban rodeados por los insurgentes y a punto de combatir cuerpo a cuerpo.

El teniente general estadounidense Ricardo Sánchez, jefe supremo de todas las fuerzas desplegadas en Irak, se reunió con los mandos de la BMPUII esa misma tarde para aclarar esas acusaciones y escuchar las órdenes tomadas por el coronel Alberto Asarta, máxima autoridad en Nayaf. Su valoración fue muy positiva y así se lo transmitió al general Fulgencio Coll.

Durante los días siguientes, las relaciones entre los Blackwater y el coronel Asarta se fueron agrietando. El 9 de abril, fecha en que se produjo otro ataque contra la base, los mercenarios cortaron sin permiso hilos telefónicos que comunicaban el centro de transmisiones con el cuerpo de guardia porque les molestaba para el aterrizaje de sus helicópteros. Ese mismo día le quitaron una ametralladora de 12.70 mm a un soldado salvadoreño y dispararon de forma indiscriminada contra mujeres y niños ante la mirada atónita de oficiales españoles y un teniente coronel estadounidense.

El jefe de los Blackwater reprochó al coronel Asarta que no ordenase disparar a sus soldados desde los tejados. «¿A dónde quieren que disparen si no se ven objetivos armados?», le contestó Asarta. El mercenario replicó enfurecido: «Recordaré esto».Al día siguiente, el 10 de abril de 2004, se recibió un mensaje del Mando de la Coalición en Bagdad con una pregunta capciosa: «¿Las tropas españolas van a defender la CPA en caso de ser atacados?».

El coronel Asarta mantuvo una reunión urgente con Phil Kossnet, jefe de la CPA en Nayaf, y le exigió «realizar las averiguaciones pertinentes para comprobar si desde su oficina ha salido un informe» con tan graves acusaciones y «remitir un mensaje interno desmintiendo esas mentiras». Kossnet no fue capaz de confesar que él fue el responsable de los comentarios injuriosos contra los españoles durante la batalla del 4 de abril y que su oficina era, de nuevo, la que había hecho correr el bulo, tal como demuestran los cruces de correos de esa misma mañana a los que ha tenido acceso este periodista.

En una carta confidencial enviada un día después por Coll al general polaco Mieczyslaw Bieniek, jefe de la División Multinacional, se transmitió la más enérgica protesta por «los comentarios falsos basados en suposiciones y por la intromisión en operaciones militares» y se exigió una carta de disculpa del embajador Paul Bremer, la máxima autoridad de la CPA en Irak.

Bremer no sólo no mandó esa carta de rectificación, sino que usó los correos electrónicos enviados esos días por su personal en Nayaf para su libro My year in Irak (Mi año en Irak), publicado en enero de 2006, en el que volvió a acusar a las tropas españolas de pasividad durante la batalla y los días posteriores a la misma.

Esa publicación cayó como un jarro de agua fría entre los mandos responsables de la BMPU II, que ya se encontraban en sus nuevos destinos. El coronel Hugo Omar Orellana Calidonio, jefe del batallón salvadoreño Cuscatlán, que se encontraba en la Base Al Andalus durante el ataque, envió una carta al general Coll el 17 de enero de 2006 desde El Salvador: «Considero que nuestro trabajo en Nayaf no hubiese sido posible sin el enorme apoyo que recibimos de sus soldados, que demostraron un alto grado de profesionalidad».

También recalcó el papel de las tropas españolas para evacuar «a la docena de heridos que sufrimos durante los combates y la recuperación de nuestra única víctima mortal». Resaltó, además, que «la destrucción del hospital de Nayaf hubiese sido una catástrofe».

El 18 de enero de 2006, el general Coll recibió un correo electrónico de Mieczyslaw Bieniek, que había sido su jefe en Irak. Escrito en inglés y en mayúsculas, Bieniek criticó a Bremer por «dar una imagen no fiel» a lo ocurrido con las tropas españolas y «buscar culpables para cubrir su propia incompetencia y la indolencia de la CPA». «Fue una placer tener tantos excelentes soldados bajo mi mando», remarcó al final de la carta.

Hoy, 13 años después de que se produjera la batalla más violenta contra un acuartelamiento español en las últimas cuatro décadas, el honor mancillado de los soldados españoles en Irak aún no ha sido limpiado.

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