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51 años de Mao, el genocida que provocó canibalismo

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Tan solo se han cumplido 51 años desde que, tal día como hoy, el presidente de la República Popular China declarara la guerra a la clase burguesa de su país en una asamblea secreta. Fue el inicio de la Revolución Cultural. Un hecho histórico tan macabro y sangriento, que se sitúa a la altura del régimen estalinista, el asalto al poder de Hitler o el fascismo indonesio.  

Esdiario / Siete meses después de esta declaración de guerra secreta, Mao Zedong alzó su copa en su 73 cumpleaños y anunció: “¡Por el nacimiento de una guerra civil en China!”, con una amplia sonrisa en su rostro. Fue el inicio de la barbarie comunista más irracional que jamás haya contemplado nuestra historia contemporánea. 

Tras el fracaso del Gran Salto Adelante, que jamás consiguió industrializar el país ni colectivizar las tierras agrícolas, China cayó en una hambruna de dimensiones bíblicas que se llevó por delante entre 15 y 40 millones de vidas civiles -sitúense ustedes mismos en el punto del continuum de cifras que prefieran-.

Pero, aunque no lo crean, lo peor aún estaba por llegar, ya que este hijo de uno de los agricultores más ricos de Shaoshan, inició una huida hacia adelante para retomar el control del Partido Comunista de China a través de una Revolución Cultural que, apoyada en su Libro Rojo, emprendió una inusitada violencia sobre la educación, el pensamiento, la cultura y las tradiciones, a las que él mismo nombró como las “cuatro antiguallas”.

A partir de aquel momento, la locura del poder aplastó como un rodillo todo lo que encontró a su paso. El dramaturgo Lao She se suicidó en un lago cercano a su casa tras una de las habituales sesiones de torturas y degeneración a las que también fueron sometidos todos los profesores, escritores e intelectuales de su época.

El PIB descendió un 30%. Más de quince millones de estudiantes fueron enviados a campos de reeducación, cientos de miles de asesinatos y millones de chinos perseguidos e investigados, en un demencial control civil sin precedentes.

Un dictador psicópata

 Si bien el fracaso del Gran Salto Adelante se pudo atribuir a una mala gestión política y económica, unida a catástrofes naturales, en la Revolución Cultural no se pudo echar mano de nada arbitrario para explicar aquel escenario dantesco, salvo de la psicopatía del enésimo dictador que ha engrosado esa ya larga y triste lista de simiescos monstruos sin una onza de humanidad, ni escrúpulos.  

 Hasta tal punto de sadismo llegó la Revolución Cultural comunista de Mao que, como cuenta el historiador Frank Dikötter en “The Cultural Revolution: A People´s Story”, los casos de canibalismo no tardaron en llegar a aldeas como Wuxuan, donde las autoridades se comían los trozos de carne humana más exquisitos, dejando para los campesinos las partes menos sabrosas de las víctimas de la revolución, como brazos y piernas.

Todo por evitar que Mao fuera víctima del revisionismo que la Unión Soviética había comenzado con Stalin, según Dikötter.

Retrato de Mao Zedong, obra de Andy Warhol

Al fin y al cabo, ya explicó Hayek, en 1945, en su “Camino de Servidumbre”, por qué los movimientos colectivistas extremos, sean de la ideología que sean, siempre van a estar formados por los peores individuos de la sociedad, y nunca por los mejores. 

(1) Cuanto mayor sea la educación e inteligencia de los individuos que forman un grupo, mayor será la diferencia entre sus respectivos gustos y opiniones, con lo cual será más difícil que se pongan de acuerdo en un proyecto social común.

(2) Las personas de ideas vagas e imperfectamente formadas, fácilmente moldeables, de pasiones prontas a levantarse, dóciles y crédulas, sin firmes convicciones propias, tienen un común denominador cognitivo más amplio, ya que este puede conformarse desde cero para formar una creencia totalitaria.

(3) Parece casi una ley de la naturaleza humana que le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo sobre un propósito negativo, sobre odio al enemigo o envidia hacia los ciudadanos que viven mejor, que sobre una tarea positiva.

Los defensores de Mao aún nos recuerdan, con cierta malévola fruición, que a comienzos de los 70 la tasa de mortalidad de China era inferior que la de Nueva York o que la tasa de alfabetización ascendió del 15 % al 80 % en tan solo 20 años.

A todos ellos les recuerdo dos datos a tener en cuenta: estas estadísticas se obtuvieron sesgando y retirando millones de vidas humanas de las cifras oficiales -a este respecto el comunismo y el fascismo no se diferenciaron en prácticamente nada- y Mao jamás leyó una sola palabra de El Capital, de Marx.

El dicho “no se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos” se suele atribuir a personajes como Robespierre -y su Reino del Terror tras la Revolución Francesa- o a Stalin. Pero, según el diccionario de Oxford, la frase proverbial la acuñó Charette de la Contrie, un noble católico contrarrevolucionario que atizó -y después se cruzó de brazos- las masacres que tuvieron lugar durante la primera mitad de 1793 en Francia.

Sea como fuere, es una expresión que se usa para justificar el exterminio de congéneres por un supuesto bien común, banalizando la vida humana.

El único problema es que, tal y como nos recordó Hannah Arendt, no somos huevos, sino seres humanos”.

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