Por Carlos León Roch para elmunicipio.es
Poco tiempo ha transcurrido desde que mi entrañable amigo y camarada Eduardo López Pascual me convocó en Cieza para la presentación de un libro de un tal «Josele». Y, claro, como tengo formulado un viejo y vigente juramento de «acudir» a esas llamadas, tuve la oportunidad de conocer a «Josele». Y, desde entonces, he descubierto afinidades y coincidencias que se desarrollan de día en día.
Creo que nuestra mutua admiración por la «Consagración de la Primavera» esa fulgurante composición de Igor Stravinski que ambos -melómanos confesos- profesamos, se fundamenta, no solo en la espléndida, arrebatadora y progresista música sino, también, en su propia denominación. Porque «consagrarse» es una vocación que compartimos, siempre en el sentido convergente… Y la exaltación de la primavera constituye un anhelo que vincula el color, el calor, la alegría y la esperanza de un «verano» repartidor de frutos, de bienes para todos.
Y el otro día, en Cartagena -que descubrió en su historia y su futuro- presentó «Balada triste para España», una recopilación de artículos marcados, eso sí, en tempos musicales. Adagio; minueto; Allegro… van desgranando la triste balada que nos muestra el patético estado de nuestra patria, de nuestra España, a la que él -y otros como él- amamos aunque, o porque, no nos guste.
Brillantes escritores y periodistas, como César Vidal, Gustavo Morales, Zabala , González Zorrilla y otros han presentado o prologado esta «Balada triste para España» pero todos ellos (periodistas como él) lo conocían previamente. No es mi caso, deslumbrado por la fuerza, la sinceridad y el arrojo con las que Josele (¡qué nombre, Señor!) con las que desbroza las lacras que nos afligen, bellamente expuestas en los tiempos musicales que las enmascaran.
Pero detrás de las críticas compartidas al capitalismo, al neoliberalismo, a los populismos, a la monarquía hereditaria o al sionismo, detrás de su último «finale» en el que se declara «perdedor desde siempre» por estar a favor de los indios en vez de los vaqueros, como yo; de los palestinos, del Valencia CF (¡yo del Atleti!)… después de todo eso hay como en la novela anterior, una promesa oculta de una nueva primavera con flores precediendo a los trigos.
Y de un nuevo Amanecer.