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INSTITUCIÓN MILITAR

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Un viejo militar decide viajar a una ciudad dentro del país, localiza a un compañero de promoción que no ve desde hace más de 20 años. Al día todos los compañeros de promoción de esa ciudad, sin duda y sin reparos se reúnen a comer con el recién llegado, al que tampoco han visto desde hace más de 20 años. ¿Sucede esto en otras profesiones? Seguramente no. ¿Por qué sucede en la profesión militar? ¿Por qué pertenecieron todos al Ministerio de Defensa? ¿Por qué pertenecieron todos a las FFAA? No. Sucede porque pertenecen a la Institución Militar.

La Institución Militar no es un marco legal administrativo u organizativo. Es un marco moral y ético que proporciona al militar el consuelo y la guía para entregar hasta la última gota de su sangre.

Es un bien inmaterial compuesto por nosotros mismos y por los que nos precedieron. Todo militar, por el hecho de serlo, pertenece y contribuye a la institución mediante su ejemplo, su amor a la patria, su integridad, mediante la formación de sus subordinados en valores, su compañerismo o con el sacrificio de su propia vida en el cumplimiento del deber.

Es obligación moral de todo militar fortalecer la Institución Militar porque es el factor de cohesión que proporciona la respuesta al grito “Libertad o Muerte”.

No hay marco legal, administrativo u organización que proporcione la debida paz de espíritu para que un militar mate o muera.

Los militares más bisoños encuentran su ejemplo a seguir en aquellos jefes que mandan bien. Y mandar bien no es solo seguir la ley. Eso es lo fácil. Pero aun siguiendo la ley se puede mandar mal. Porque el buen mando vuelve a situarse en el plano moral y ético que nos proporciona la Institución Militar y que nos obliga a dar ejemplo permanente, a la preocupación constante por nuestros subordinados, a la lealtad y a la disciplina asumida, interiorizada.

Sin embargo, parece que en los últimos años el concepto de Institución Militar anda de capa caída. El desarme moral de la sociedad afecta indudablemente al militar como parte de ella que es.

Una excesiva asimilación del militar como funcionario desdibuja las exigencias propias de la condición de soldado y puede llegar a afectar la esencia del mismo; la permanente disposición para la guerra. Todo lo que el militar hace en el desempeño de su profesión deja cada vez menos sitio a la motivación moral.

Así, en la liturgia de los actos militares se depositan por igual la tradición, el amor a la patria, y el respeto por nuestros caídos. Es una muestra extrema de la disciplina externa de la unidad, es decir de la lealtad y fidelidad. Un acto militar ha de ensalzar el espíritu, tiene que hacer aflorar nuestras emociones y hacer que nos sintamos parte de la colectividad, es factor de cohesión. No se deben minimizar los actos militares. No se puede disminuir la fuerza en la parada militar, descuidar el entorno o simplificar la liturgia.

Porque cada honor a la bandera, cada entrega de condecoraciones o cada acto a los caídos es una oportunidad para reafirmar internamente nuestro compromiso moral con la Institución Militar, es la oportunidad para fortalecer nuestro sentimiento de formar parte de algo que va más allá del presente y del mundo inmediato que nos rodea. Son momentos para reconocer la valía de nuestros compañeros, de sentirse orgulloso de ser militar, de recordar aquel compañero que un día formaba con nosotros y ya nunca más lo hará.

No es fácil encontrar escritores en la actualidad que publiquen sobre la profesión, que reflexionen sobre “lo militar”. Y es importante porque la reflexión lleva a la crítica, y la crítica al cambio que, a su vez, conduce al enriquecimiento de la colectividad. No está de moda el pensamiento militar, ni siquiera entre los militares.

Y en el plano moral siempre se necesitan referentes, ya sean intelectuales, ya sean destacados guerreros.

Escribimos de historia, estrategia, táctica, técnica o relaciones internacionales, lo cual es necesario y denota una inquietud por estos temas. Sin embargo, escribimos poco de ética o de moral militar, no escribimos suficientemente sobre los valores de la Institución Militar, no reflexionamos lo suficiente sobre nuestra vocación, o como diría Calderón de la Barca, sobre la esencia de esa “religión de hombres honrados”.

Tal vez convenga recordar las palabras del filósofo Ortega y Gasset: “Solo quien tenga de la naturaleza humana una idea arbitraria tachará de paradoja la afirmación de que las legiones romanas, y con ellas todo gran ejército, han impedido más batallas de las que han dado (…) debe un pueblo sentir su honor vinculado a su ejército, no por ser el instrumento con que puede castigar las ofensas que otra nación le infiera; este es el honor externo, vano, hacia afuera. Lo importante es que el pueblo advierta que el grado de perfección de su ejército mide con pasmosa exactitud los quilates de la moralidad y vitalidad nacionales. Raza que no se siente ante sí misma deshonrada por la incompetencia y desmoralización de su organismo guerrero, es que se halla profundamente enferma e incapaz de agarrarse al planeta”.

Es labor de todos y cada uno de los militares coadyuvar al valor de la Institución Militar. Se lo debemos a los que nos precedieron; se lo debemos a los que vendrán. Si dejamos que la Institución Militar decaiga, si dejamos que lo administrativo pueda con la ética y con la moral, los viejos militares del futuro podrán viajar por todo el país, pero no comerán con sus antiguos compañeros de promoción.

A.J.A.García Cnel de A. (España)

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