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Agredida brutalmente una monja: “He pasado mucho miedo y me cuesta respirar”

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monja agredida
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Rosario tiene los pómulos hinchados, quebrada la nariz y el miedo aún en el cuerpo. Esta religiosa de la Congregación de Esclavas de Inmaculada Niña fue víctima de una agresión el pasado jueves, cuando un desconocido la atacó sin previo aviso al grito de: «¡Por monja!».

ABC / Curiosamente, ella no viste con hábito, lo que le hace sospechar de que el varón que la agredió ya sabía quién era ella, aunque Rosario no le conocía.

Su familia, que reside en el extranjero, no sabe nada de este incidente. Tampoco quiere preocuparles. Es por eso que prefiere permanecer en el anonimato y salir lo justo ante la cámara fotográfica. Ni hablar de vídeos, aunque no tiene problema en recordar la sucesión de los hechos.

Borbotón de sangre y dolor

Como hace cada mañana desde que fue destinada a Granada en el mes de septiembre, Rosario llevó a un grupo de niños de la Escuela Hogar Divina Infantita del Cerrillo de Maracena -en las inmediaciones de la capital- a un colegio próximo. «Lo hacemos todos los días: los dejamos y los recogemos». Cumplida su misión, ya pasadas las 9 de la mañana, la religiosa se dirigía rápidamente de vuelta a su casa porque tenía cosas que hacer: «Yo iba por la acera y lo ví venir».

Se cruzó con ella un muchacho alto, joven, de tez oscura y complexión fuerte. Estaba vestido con bermudas y camiseta negra de manga corta. Rondaría los 25 años.

Lo que sí llamó la atención de Rosario fueron las marcas que el muchacho presentaba en brazos y piernas, que parecían arañazos o cicatrices. Ella se hizo a un lado -la acera se estrechaba en ese punto- y fue entonces cuando él aprovechó para acercarse y propinarle el puñetazo. 

«¡Por monja!», le gritó el individuo al tiempo que sacudía la cara de Rosario, que quedó completamente desconcertada. No hubo más golpes ni palabras. «Ni me dio tiempo a reaccionar», recuerda, aunque su memoria se cubre al momento de un borbotón de sangre y dolor, «mucho dolor». En ese momento de confusión, el joven huyó corriendo de la zona, en la que normalmente suele haber gente.

Esa mañana, las avenidas del Cerrillo de Maracena estaban desiertas por la ola de calor y sólo una señora que pasó cinco o diez minutos después se detuvo a auxiliar a la hermana Rosario.

Tras limpiar su rostro con pañuelos, Rosario se dirigió al hospital, donde las pruebas revelaron que tenía rota la nariz. Los médicos descartaron la intervención quirúrgica a cambio de colocarle una férula y algo de medicación para mitigar el dolor y bajar la inflamación de sus pómulos.Regresó con el resto de monjas a su domicilio. «La noche que he pasado ha sido horrorosa, me cuesta respirar…», reconoce Rosario, que, además de dolor, aún tiene miedo. Miedo a salir sola a la calle, miedo a volver a cruzarse con ese hombre al que no conocía de nada, aunque se siente perfectamente capaz de reconocerlo si volviera a ver su cara. 

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