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José Antonio Primo de Rivera habla sobre el señoritismo

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José Antonio Primo de Rivera
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Ya son bastantes los que cuando nos ven nos saludan con el brazo en alto. Pero da la casualidad de que muchos saludan así en presencia de un whisky, al que consagran, sorbo a sorbo, las mejores horas de un día cuyo rendimiento conocido empieza a la una de la tarde. 

Esos mismos que así intercalan el saludo romano entre el whisky y nuestra presencia son los más apremiantes en sus censuras por nuestra lentitud, los más exigentes en los propósitos de represalias y los más radicales en la elección verbal de los procedimientos combativos.

Bueno es hacer constar que luego, a la hora de la verdad, no se halla a los tales repartiendo y recibiendo, golpes. Ni, más modestamente, se los encuentra propicios a suministrar el más moderado auxilio económico.

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No es, pues, inoportuno empezar a poner las cosas en claro.

A Falange Española no le interesa nada, como tipo social. el señorito.

El “señorito” es la degeneración del “señor”, del “hidalgo” que escribió, y hasta hace bien poco, las mejores páginas de nuestra historia. El señor era tal señor porque era capaz de “renunciar”, esto es, dimitir privilegios, comodidades y placeres en homenaje a una alta idea de “servicio”. Nobleza obliga, pensaban los hidalgos, los señores; es decir, nobleza “exige”. Cuanto más se es, más hay que ser capaz de dejar de ser. Y así, de los padrones de hidalguía salieron los más de los nombres que se engalanaron en el sacrificio.

Pero el señorito, al revés que el señor, cree que la posición social, en vez de obligar, releva. Releva del trabajo, de la abnegación y de la solidaridad con los demás mortales. Claro que entre los señoritos, todavía, hay muchos capaces de ser señores. ¿Cómo lo vamos a desconocer nosotros? Estos reproches, por definición, no van con ellos. Sí van, en cambio, contra los señoritos típicos: contra los que creen que con un saludo romano en un “bar” pagan por adelantado los esfuerzos con que imaginan que nosotros vamos a asegurarles la plácida ingurgitación de su vhisky.

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Como aquí no se engaña a nadie, quede bien claro que nosotros, como todos los humanos que se consagran a un esfuerzo, podremos triunfar o fracasar. Pero que si triunfamos no triunfarán con nosotros los “señoritos”. El ocioso convidado a la vida sin contribuir en nada a las comunes tareas, es un tipo llamado a desaparecer en toda comunidad bien regida. La Humanidad tiene sobre sus hombros demasiadas cargas para que unos cuantos se consideren exentos de toda obligación. Claro que no todos tienen que hacer las mismas faenas; desde el trabajo manual más humilde hasta la magistratura social de ejemplo y de refinamiento, son muchas las tareas que realizar. Pero hay que realizar alguna. El papel de invitado que no paga lleva camino de extinguirse en el mundo.

Y eso es lo que queremos nosotros: que se extinga. Para bien de los humildes, que en número de millones llevan una vida infrahumana, a cuyo mejoramiento tenemos que consagrarnos todos. Y para bien de los mismos “señoritos”, que, al volver a encontrar digno empleo para sus dotes, recobrarán, rehabilitados, la verdadera jerarquía que malgastaron en demasiadas horas de holganza.

F.E., núm. 4, 25 de enero de 1934

José Antonio Primo de Rivera

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