Contar banderas por la calle es un ejercicio incómodo. En un paseo de diez minutos por el Eixample de Barcelona sumamos 31 esteladas -una adornada con el arcoíris homosexual-, 12 ‘senyeras’ y una con los colores de España, descolorida por el sol y la lluvia. Repetimos en el Poble Sec y en Sarriá. La proporción varía según la calle y el edificio, pero la aritmética de los símbolos deja un saldo apabullantemente partidario a la independencia.
El Confidencial / El ratio no parece ser un reflejo de los ánimos de la población si nos atenemos a las encuestas, que siguen retratando una mayoría partidaria de permanecer dentro de España. Y la desproporción se repite a la hora de contar manifestantes: frente a los cientos de miles de personas que participan el 11 de septiembre en los actos de la Diada -planteados abiertamente como una reivindicación secesionista-, sus rivales nunca han conseguido congregar a más de 20.000 personas.
Pedro (nombre ficticio) vive en la Villa Olímpica y guarda en casa una rojigualda. La tiene doblada en un armario y solo la saca a la ventana en situaciones especiales. “No me gustan mucho las banderas y nunca pensé que pondría una. Lo hice en 2012 y la empecé a utilizar para celebrar logros deportivos. Lo hice por reacción ante lo que empezaba a pasar, como un acto de libertad, de reivindicar mi libertad. Si ellos pueden sacar unas banderas, yo tengo derecho a sacar la mía”, comenta.
Las primeras veces que la desplegó en su ventana, algunos vecinos le mostraron su apoyo en el ascensor. “Lo hicieron discretamente. En el pasillo también hay varios independentistas y ellos no comentaron nada”.
Un año después, en 2013, se afilió a Ciudadanos y ahora ocupa un cargo como conseller del distrito. Nos permite fotografiar su fachada pero él prefiere permanecer en el anonimato. “Podría perder clientes y perjudicar mi trabajo, que a nivel profesional es más importante que mi actividad política”, se disculpa.
Fuera de los partidos políticos, la desmovilización del bloque contrario a la independencia es palmaria. Sociedad Civil Catalana es una de las principales asociaciones civiles creada con este propósito, pero su capacidad de convocatoria palidece ante la de Ómnium Cultural o la propia Asamblea Nacional Catalana (ANC). Su vicepresidente, el médico Álex Ramos, nos recibe en su modesta sede -un piso al lado de la Diagonal-. Asegura que hay entre 18.000 y 20.000 personas “adheridas a su manifiesto fundacional”. En el otro bando, la ANC decía haber superado los 80.000 afiliados a principios de 2015, de los cuales la mitad estaban pagando cuotas. Omnium Cultural, por su parte, tiene registrados unos 65.000 socios.
El flanco empresarial
“Empresarios de Cataluña” intenta cubrir el flanco económico con una organización que también se ha posicionado abiertamente contra la secesión alertando de “la ruina económica” que generaría en el tejido económico. Su presidente, José Bou Vila, dueño de una fábrica de pan y de una pequeña constructora, nos atiende por teléfono tras una jornada maratoniana. “Llevo todo el día con esto. He hablado en Televisión Española y dos veces con la COPE”, comenta.
Su exposición mediática contrasta con los recursos de una organización que funciona gracias al voluntariado. Bou Vila reivindica cerca de 480 asociados, “la mayoría pymes, pero también grandes empresas, directivos y ejecutivos”. Más de la mitad se mantienen en el anonimato porque no quieren exponerse en público. “La enseñé una vez en televisión, desde lejos, para demostrarlo. Eran diez hojas, a cuarenta o cincuenta personas por folio. Algunos pagan la cuota y otros solo son simpatizantes. Tenemos incluso algún presidente de banco, pero la mayoría no quieren salir porque el poder en Cataluña es total y tiene tentáculos por todos lados. Es muy incómodo estar en contra”.
No existe explicación sencilla sobre la desmovilización del bando opositor. Fuera del activismo, se suele hacer mención a la división. Lo hace por ejemplo Pedro, un ingeniero de Lleida que militó durante años en el PSC y que recuerda que solo una parte de quienes están en contra de la independencia lo están también en contra de la celebración del referéndum. “Eso nos impide ir juntos a ningún sitio. Muchos queremos seguir en España pero creemos que es necesario votar. No vamos a desfilar junto al PP con una bandera de España, por ejemplo. Desde fuera se ve blanco o negro, pero aquí hay relaciones familiares, amigos… y muchos matices. Hay que entender que el que quiere ir a votar y votar ‘no’ está más cerca de un independentista que de un españolista anti-referéndum».
Ramos subraya que es un problema de recursos, de que no compiten en igualdad. “Estamos convencidos de que somos más que ellos, pero nos falta de todo. La ANC empezó en 2011 con mucha fuerza y un presupuesto de varios millones. Ellos están desacomplejados y tienen un mensaje muy sencillo. El nuestro es más complicado. Además, siempre es más difícil movilizar a la gente en la defensa del status quo La animadversión que están generando hace que muchas personas no se atrevan a posicionarse en contra. Es un silencio impuesto”.
Pedro, el conseller de distrito que guarda una rojigualda en casa, cree que muchos catalanes contrarios a la independencia “están en su casa tranquilamente y no sienten que tengan que demostrar nada”. “Hay gente que lo hace por no meterse en líos, pero la mayoría simplemente no sienten que haga falta. El silencio duele a los oídos, la cosa se ha enrarecido y la omertá es espectacular. Es una situación muy peligrosa porque está todo escondido y antes o después explotará”, pronostica.
Bou Vila y Ramos coinciden en que la diferencia está en el apoyo político. “Ellos cuentan con la estructura del poder. Si nosotros tuviésemos su maquinaria, su altavoz, las retransmisiones en directo, reuniriamos a más gente», dice Ramos. «El próximo 12 de octubre habrá una manifestación grande, yo creo que ahora sí que vamos a reunir a mucha más gente”.