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Fallece Chiquito de la Calzada a los 85 años de edad

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Chiquito de la Calzada
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El reconocido cómico Chiquito de la Calzada ha muerto la madrugada de este sábado 11 de noviembre de 2017 en el Hospital Regional de Málaga a los 85 años de edad tras sufrir una angina de pecho el pasado 30 de octubre. Su capilla ardiente se instalará a partir de las 12.00 horas de este sábado el auditorio de la Diputación de Málaga. El presidente de la Diputación Provincial de Málaga, Elías Bendodo, ha explicado que así será por petición expresa de la familia de Chiquito de la Calzada, según ha publicado en un comentario en su cuenta en Twitter.

Su nombre real era Gregorio Esteban Sánchez Fernández, nació en 1932 en el barrio de La Trinidad de Málaga, popularmente conocido como la “Calzada de la Trinidad”. El malagueño se ganó el cariño de todo su público y se convirtió en uno de los personajes más queridos de la televisión por su tan personal sentido del humor.

«Después de la muerte no sé si hay vida, pero seguro que hay Fanta y Coca-Cola». Chiquito de la Calzada nació después de los dolores y ahora que se ha muerto los dolores son nuestros. Su aparición en el programa de televisión Genio y figura, en 1994, es uno de esos momentos que marcan la memoria de una sociedad. Primero fue la perplejidad. Luego, revolcarse por el suelo de risa. Y, de repente, todo el mundo comenzó a hablar como él, en aquel idioma inventado por Chiquito. Las conversaciones se llenaron de «quietorl», «cobarde», «fistros», «animales bravidos», «diodenos» y «guarreridas». Las verdades se juraban «por la gloria de mi madre», se cantaba «siete caballos vienen de Bonanza» o «lo maté en agosto, la calor apretaba», y se despedía a todo el mundo con «hasta luego, Lucas», sin importar que la persona despedida se llamase así o no. Niños y adultos emitían gemidos como de ahogo, mientras se llevaban las manos a las lumbares y daban saltitos como si el suelo quemase. Todas las palabras terminaban en «el» y España era feliz.

Todo esto lo consiguió un señor de 62 años que contaba chistes de borrachos y orejones. Pero Gregorio Sánchez Fernández, llegado a este mundo en 1932 en el malagueño barrio de la Trinidad (la Calzada de la Trinidad, como se la conocía, de ahí su sobrenombre), no era un mero humorista. Igual que pasa con Faemino y Cansado, si cualquier otro se pone a contar sus chistes, lo más probable es que no tenga ni puta gracia. Pero él logró inventarse de la nada un lenguaje corporal único y un vocabulario surrealista que lo convirtieron en el mayor renovador de la lengua española de finales del siglo XX. Más de 20 años después de su irrupción televisiva, con sus camisas estampadas, sus pantalones sobaqueros y sus patillas colgando de la calva, las expresiones chiquitescas siguen presentes en nuestro día a día. A veces sin que nos demos cuenta.

La capilla ardiente de Gregorio Sánchez se instalará a partir de las 12.00 horas de este sábado en el auditorio de la Diputación de Málaga. El presidente de la Diputación Provincial de Málaga, Elías Bendodo, ha explicado que así será por petición expresa de la familia.En realidad, que Chiquito de la Calzada acabase como icono cultural fue fruto de muchas casualidades. Empezó a cantar de niño, pero más por necesidad que otra cosa. «Yo he pasado más hambre que todo el mundo», recordaba de sus comienzos durante la posguerra. Así que se enroló en compañías como los Capullitos malagueños y diversos ballets de la época, en los que cantaba por Farina y por Porrina de Badajoz en ventas y tablaos. En una gira por Córdoba conoció a Pepita, con la que se casó a los 18 años y con la que compartió su vida durante seis décadas, hasta su muerte, en 2012. En la boda el cura se comió una torta de algarrobos «como una palangana de grande» y Chiquito invitó a cinco o seis a churros y café. No llegaba para más.

Empujado por la necesidad, Chiquito viajó a Japón para conseguir algo de dinero. Allí coincidió con otras figuras o futuras figuras del flamenco, como José Mercé. Tuvo que defenderse en tablaos con ratas en el escenario, y del zapateo para echar al bicho de allí, sumado a las reverencias japonesas y los konichiwas locales empezó a destilar lo que terminaría siendo su estilo.El escritor Luis Landero, en un artículo publicado en El País en 1995, en pleno apogeo del fenómeno Chiquito, habló de su revelación como «la nostalgia de las vanguardias que se fueron». Y aún más: «Chiquito no era un bufón cualquiera. Chiquito estuvo de gira por Japón y allí aprendió a caminar con pasitos celestiales de geisha. Como Bertolt Brecht, Chiquito se quedó fascinado con el laconismo gestual y ceremonioso del Oriente. Por eso él no hace gestos completos: sólo los esboza. O los inicia y enseguida los suspende y se echa atrás, como asustado o maravillado de ellos. Chiquito es un artífice del asombro: los gestos maquinales, de los que no somos conscientes, él los interpreta como si los acabara de inventar».

Tras dos años en Extremo Oriente, ahorró lo suficiente para comprarse una casa con Pepita en Málaga y, de nuevo en España, siguió ganándose la vida, rulando por tablaos. Allí fue descubierto por el productor de televisión Tomás Summers, quien lo fichó para un nuevo programa de humor que preparaba para la cadena Antena 3. Aquel señor a punto de la jubilación no pegaba con el espíritu juvenil del programa, dijo algún directivo que quiso quitárselo de en medio. Pero, al final, se convirtió en un emblema nacional e intergeneracional.

El éxito se multiplicó con galas, programas de radio y televisión, merchandising y una invasión de Chiquito de todos los aspectos de la vida cotidiana. También, con una trilogía cinematográfica dirigida por Álvaro Sáenz de Heredia y compuesta por Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera (1996), Brácula: Condemor II (1997) y Papá piquillo (1998), las dos primeras junto al actor Bigote Arrocet y supurantes de delirio.

Aquel éxito provocó que una legión de imitadores se lanzasen a intentar aprovecharse de los giros inventados por Chiquito. «Sí, algunos tunelas de la televisión han explotado personajes míos», se quejaba a Bertín Osborne el año pasado durante el programa Mi casa es la tuya dedicado a la vida del humorista. Pasaron los años y Chiquito fue retirándose de la vida pública (a pesar de que hubo quien le veía ya como presidente del Gobierno), cada vez más instalado en sus bares de Málaga (sobre todo el Chinitas, su segunda casa) y en la vida cotidiana con su Pepita. La muerte de ésta, hace cinco años, le rompió «el corazón y el sentío» y le dejó con una profunda pena de la cual nunca terminó de recuperarse. Y eso que a los cinco minutos de salir del tanatorio ya estaba diciéndole que no se le ocurriese aparecerse como fantasma.

Su ingreso, a mediados de octubre, debido a una deshidratación que le provocó una caída y que obligó a los bomberos a entrar en su casa, y su segundo ingreso, pocos días después, alertaban sobre su estado de salud. Finalmente, el genio se ha apagado con 85 años. Hay que seguir viviendo en un mundo sin Chiquito, acaso uno de los últimos elementos que cohesionaban España. Sabemos que se estará tomando un coca-cola, pero se hace un poco cuesta arriba y «no puidorl». Pero luego te pones sus vídeos y la cosa remonta. Como ese niño que llega a su casa y dice: «Paparl, paparl, llévame al circo…».

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