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El odio es su hecho diferencial

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Por Pedro Mur Llorente para elmunicipio.es 

He vivido casi treinta años en Cataluña lugar en donde en todo este tiempo se ha pasado de la calma al infierno social. Durante todos estos años he intentado desentrañar eso que algunos llaman el «hecho diferencial catalán». Esa especie de cofre lleno de ítems identitarios que los ideólogos del infierno social se han afanado tanto en convertir en un hecho indiscutible. Y la respuesta es que, salvo un odio de inoculación exógena, no existe el citado hecho diferencial.

Vayamos por partes. Todas las regiones de España poseen señas y aspectos que los hacen únicos, pero todo ello se centra en aspectos culturales, en las tradiciones, en el folklore, en cuestiones climáticas… en definitiva no en cuestiones de identidad o de hecho diferencial nacional.

Los nacionalistas catalanes presumen mucho de estas señas y las utilizan para apuntalar su «hecho diferencial», cosas como por ejemplo la sardana, inventada por un musico sevillano – Pepe Ventura – el cual se traslada a Figueras y allí, jugando a componer con un oboe, crea el famoso baile conocido en toda España. La famosa identidad de nación catalana que nunca existió. Los antepasados de nuestros vecinos del noroeste eran vecinos del sur del reino de Carlomagno hasta que este los expulsó al otro lado de los pirineos y estos «refugiados» encontraron acomodo y pudieron poblar unas tierras que hasta entonces pertenecían a los Layetanos. Utilizando esa palabra despectiva de la que tanto hacen uso los nacionalistas catalanes con el ánimo de insultar a los españoles afincados allí, podríamos afirmar que ellos no son mas que unos «charnegos francófonos». Luego está el tema del «idioma», el ariete al que todos los nacionalismos recurren a la hora de exigir y apoyar el hecho diferencial como coartada para sus aspiraciones de separación y de adquisición de territorios. Un dialecto del provenzal que si uno lo escucha con atención y es hablado de forma lenta y pausada se entiende prácticamente todo sin dificultad. Y sí, no es un idioma, es un dialecto cualitativa y cuantitativamente pobre, que en los últimos años se ha «reinventado» y que jamás…repito…jamás fue perseguido por nadie, hecho que centenares de catalanes añejos me han confirmado en estos años. Los «industriosos catalanes», otro mantra de proporciones épicas. Disfrutando durante cuarenta años de un vergonzoso proteccionismo por parte de Franco, quien no contento con instalar en Cataluña todo el sector textil, prohibió que éste existiera fuera de la región y además propició que la emigración española llenara las fábricas para llevar a cabo los trabajos que ellos no querían hacer, en cuanto dicho proteccionismo se terminó con la muerte del dictador, les faltó tiempo para vender la fábrica del abuelo a la primera multinacional de turno que llamó a su puerta. En román paladino, Cataluña fue una de las regiones más mimadas y protegidas por el régimen franquista… eso lo saben, lo llevan y dentro y les quema sobremanera en tiempos donde todos tienen que lavar su pasado y demostrar su catalanismo al precio que sea.

Podríamos seguir desmontando, uno a uno, toda clase de «hechos diferenciales» hasta llegar al que a mi se me antoja como el principal: El odio hacia España y hacia todo lo que huela, sepa o se vislumbre como «español». Este sí que lo es en todo su esplendor y amplitud. Un odio inoculado por los que, lejos de «sentimientos» o de «épica nacional» han convertido el proceso en un negocio. Pues se trata fundamentalmente de eso, de un monumental y vergonzoso negocio, ideado, planificado, montado y financiado a través de otro fenomenal expolio de desvío de dinero público. Un negocio que arranca con un enfermo resentido que vuelve a España con la obsesión de pasar cuentas y de la venganza. Un prestidigitador del discurso y de la mentira que instala las bases de ese enorme negocio durante más de treinta años, y que, sabedor del poder de la educación para la inoculación de ese odio, no parará hasta conseguir que un presidente del gobierno de España, obsesionado con seguir en su sillón, le otorgue el caballo de Troya, el arma definitiva con la que llevar adelante la inoculación masiva y transversalmente social del odio, y con ello la prosperidad para su futuro negocio. El MHP se hace con las competencias en educación y con ello se inauguran multitud de fábricas de odio en Cataluña que han funcionado como relojes suizos durante todos estos años, creando tres generaciones de seres que odian a España y a todo lo que ésta representa.

Este es su único «hecho diferencial», el visible, el que se palpa y se percibe cada día en la calle, en sus medios, en su cultura, en su deporte, en sus políticos y en muchos de sus lideres sociales e intelectuales. Lo que quizás no saben es que el odio, mantenido en el tiempo como sentimiento enfermizo, acaba por dañar los cerebros. Eso se lo tendrán que explicar a sus hijos o nietos ante el futuro que deviene para lo que antaño fue una maravillosa tierra en la que daba gusto vivir.

Pedro Mur Llorente

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