Lawrence John Ripple lo tenía todo pensado. El plan, se decía desde hacía semanas, era perfecto. Desesperado, harto de discutir e incapaz de aguantar un día más a su mujer, el pasado 8 de septiembre salió de su casa en Kansas City y se dirigió a la sucursal del Bank of Labor, en el 756 de la avenida Minnesota, a tan solo unos metros de la comisaría. Una vez dentro, Lawrence se acercó a uno de los empleados y le mostró una nota en la que había escrito: «Tengo una pistola, deme el dinero». Sin decir una sola palabra, el hombre esperó a que el cajero le entregara los 2.924 euros que en ese momento había en la caja. Luego, sin inmutarse, ante un grupo de empleados incapaces de dar crédito a lo que estaban viendo, se sentó a esperar que llegara la Policía, tal y como han informado desde el diario El Correo y otros medios digitales.
Cuando irrumpieron los agentes y fue interrogado, Ripple les contó que esperaba con impaciencia a ser encarcelado. Cualquier cosa antes de volver a casa con Remedios, la mujer con la que, hasta entonces, había compartido su vida.
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En septiembre del año pasado, Ripple entró en el banco y le dijo al cajero: «Tengo un arma, dame el dinero». Le entregaron casi 3.000 dólares, pero en lugar de salir con el dinero en efectivo se sentó en la recepción. Cuando un guardia de seguridad del banco se le acercó, declaró: «Soy el hombre que estás buscando».
Un agente del FBI contó cómo Ripple había discutido con su esposa, que lo acompañó al juicio, y le escribió diciendo: «Prefiero estar en la cárcel que en casa».—Una mujer se tira un pedo en el parto y provoca un incendio en Tokio—
Como era de esperar, se declaró culpable y podría haber sido condenado a 37 meses de prisión, pero su abogado y fiscales federales pidieron clemencia.
El juez Carlos Murguia sentenció a Lawrence a seis meses de arresto domiciliario, así como tres años de libertad vigilada, incluyendo 50 horas de servicio comunitario.
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El plan de Ripple habría resultado perfecto si no fuera por esos extraños giros que a veces da el destino cuando mueve los hilos de la Justicia. El hombre se las prometía muy felices en la cárcel sin nadie haciéndole la vida imposible, pero el juez del distrito, Carlos Murguia, ha echado por tierra todas sus ilusiones al condenarle, en una sentencia que se acaba de hacer pública, a seis meses de arresto domiciliario, tres años de libertad vigilada y 50 horas de trabajo comunitario, además de pagar una multa de 220 euros al banco para compensar las horas que no hicieron los empleados el día del robo, ya que tras el susto fueron enviados a casa. Su abogado y los fiscales federales, creyendo que quizá Ripple estuviera exagerando y que su vida con la señora Remedios no fuera tan horrible como él decía, reclamaron a su señoría clemencia para el acusado.
Eso, a pesar de que él se había declarado culpable soñando con una condena de al menos tres años. Decidido a no volver al hogar que compartían bajo ningún concepto, durante su estancia en prisión preventiva escribió a su mujer anunciándole que no debía albergar ninguna esperanza: «Prefiero estar en la cárcel que en casa», le dijo. Y es que, durante las semanas en las que permaneció en el centro de detenciones del Condado de Wyandotte, y más tarde en la prisión federal de Leavenworth hasta la celebración del juicio, Lawrence fue un hombre feliz.