Sabino Arana y el nacionalismo vasco: venciendo desde el subsuelo
Por Antonio Escohotano
Acaba de aparecer El patriota Sabino Arana, una biografía breve y actualizada de J. C. Franco sobre el padre del nacionalismo vasco, que murió a los 38 años, en 1903, legando no solo una causa sino una vida ejemplar en muchos sentidos. Hace pocos días, su principal vástago –el PNV– demostró hasta qué punto el gobierno de España puede depender de su voto, y no sobrarán dos palabras sobre don Sabín, hijo de un terrateniente carlista lo bastante próspero como para permitir que él viviera siempre de sus rentas agrarias, a despecho de menguar con la industrialización y el gasto hecho en favor del independentismo.
Tras empezar en Barcelona varias carreras –de letras y ciencias– sin terminar ninguna, volvió de allí fascinado por el catolicismo integrista del cardenal Sardá y Salvany, cuyo El liberalismo es pecado le acompañaría siempre como libro de cabecera. Entretanto, un vehemente amor a los vizcaínos le llevó a afirmar que siempre fueron independientes en función de razones curiosas, porque su falta de disposición al estudio le llevó a descartar obras de historia general o local, y tampoco se avino a distinguir entre leyendas y datos registrados, prefiriendo combinar esos cuatro elementos como mejor conviniera a la voz interior que le mandaba expresar algo ya sabido «gracias a Dios».
«…En 1894, con motivo de celebrar la primera asamblea nacionalista, Arana propugnó «ahogar en un baño de sangre» a españoles y liberales…»
De ahí decir que desde el año 800, cuando fue coronado Carlomagno, Vizcaya fue «una república soberana» hasta 1839, cuando «pasó a ser provincia española, una parte de la nación más degradada y abyecta de Europa». Está fuera de duda que durante ese milenio ocurrieron muchas cosas, y ninguna vagamente parecida a la soberanía alegada; pero la secuencia real le interesó tanto como al profeta Daniel distinguir el imaginario israelita del iranio, o al Institut Nova Historia la filiación de Leonardo, pues «el error histórico es un factor esencial en la creación de una nación».
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Dicha frase forma parte de la conferencia ¿Qué es una nación?, pronunciada en 1882 por Renan, uno de los grandes historiadores franceses de todos los tiempos, autor de la más conocida Vida de Jesús. Disertando en la Sorbona, Renan pensaba en todo menos en las Vascongadas al hacer su afirmación, aunque acabara resonando por círculos informados de toda Europa, hasta consolidarse en una fórmula todavía más contundente e intemporal: «Una nación es cierta sociedad unida por un error común sobre sus orígenes, asegurado por el odio común a sus vecinos».
En 1894, con motivo de celebrar la primera asamblea nacionalista –el Bizcai Buru Batzarrra–, Arana propugnó «ahogar en un baño de sangre» a españoles y liberales (en especial a estos últimos, «enemigos jurados de Dios»), y redactó un reglamento digno de cita textual en algunos pasajes, entre ellos el de que «no se podrán emitir ideas o frases españolistas o anticatólicas, ni tampoco blasfemias ni cantos impíos o españoles», y el de que «si un vizcaíno ve gritando y ahogarse a un maketo en la ría, no le socorra y le conteste en euskera: Nik eztakit erderaz (‘no entiendo castellano’)». También es memorable pasar por alto factores orográficos/climáticos, sin los cuales carece de sentido afirmar que «el bizkaino es laborioso (ved labradas sus montañas hasta la cumbre); el español, perezoso y vago (contemplad sus inmensas llanuras desprovistas en absoluto de vegetación)».
«…Nunca llegó a hablar y escribir correctamente idioma distinto del castellano…»
Leer números del Bizkaitarra, matriz del superviviente Diario Vasco, ayuda a comprender la combinación de titanismo y dislate implicada en poner por escrito una lengua solo oral, cuando acomete la empresa alguien sin nociones mínimas de lingüística comparada, que nunca llegó a hablar y escribir correctamente idioma distinto del castellano. Inventando neologismos a menudo sin apoyo real en el euskera de su tiempo, sus Lecciones de Ortografía del Euskera Bizkaino ofrecen soluciones como la desinencia ak para descontaminar bancos, teléfonos, etcétera, o un destierro de la uve apoyado sin saberlo en la Academia española, cuando decidió multiplicar las dificultades ortográficas, y al tiempo empobrecer la fonética castellana desterrando su diferencia con la be, algo por fortuna no impuesto aún en Latinoamérica.
Paz en la guerra (1897), una novela de Unamuno, describe precozmente el aranismo:
Del viejo fondo de la comunión carlista, nutrido de mera lealtad, de terco apego a una tradición indefinible e indefinida, iniciábase ya el desprendimiento de sus elementos componentes. De un lado, la aspiración a una política íntegra y exclusivamente católica; de otro lado, el regionalismo exclusivista y ciego a toda visión amplia, a todo lo que del horizonte natural traspase.
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Un año después, el rebrote patriótico que sigue a la guerra con los USA siembra el terror en don Sabín, que tras esconderse algún tiempo reemerge aliado con el sector vasco antes excluido por «fenicio» –pues representa a industriales partidarios de la descentralización económica y administrativa–, logrando un escaño en la diputación de Bilbao.
«…ETA retradujo el mensaje de don Sabin como invitación a la guerra revolucionaria, y el PNV navega desde Arzallus por las procelosas aguas que llevaron al Pacto de Santoña…»
A partir de aquí renuncia a la autarquía agraria para defender la industrialización como nueva prueba de la superioridad racial vasca, y declara «seamos también nosotros oportunistas […] pues haciéndonos españolistas convertiremos a los vascos en nacionalistas». El año previo se casa con una aldeana –Nicolasa Achicallende–a quien conoce trabajando la tierra con una azada, «no hermosa ni de cara ni de cuerpo pero humilde, obediente y económica». Poco después anota: «Son ya 126 los apellidos de mi futura esposa que tengo hallados y puestos en cuadro sinóptico o árbol genealógico: todos ellos son euskéricos. Procuraré suprimir el allende». Otro día explicará:
La mujer es vana, es superficial, es egoísta, tiene en sumo grado todas las debilidades propias de la naturaleza humana: por eso fue ella la que primeramente cayó. Pero por eso precisamente de ser inferior al hombre en cabeza y en corazón, por eso el hombre debe amarla: ¿qué sería de la mujer, si el hombre no la amara? Bestia de carga, e instrumento de su bestial pasión: nada más.
Muere un año más tarde, teniendo 38 años, confortado por saber que el PNV ha obtenido cinco concejalías en Bilbao. Tres décadas después, a comienzos de la guerra civil, los obispos de Vitoria y Pamplona reclaman lealtad a su memoria y ordenan al partido «no oponerse a un movimiento que defiende a la religión». Bastantes peneuvistas bilbaínos han defendido iglesias y conventos desde mayo, cuando arrecian los incendios y violaciones, y el informal Pacto de Santoña acuerda que el ejército nacionalista simule una derrota militar a cambio del perdón para tropas y dirigentes.
Franco solo lo cumplirá a medias, y el retorno al «baño de sangre» –con el cual Arana explicó la pervivencia de la «república soberana» establecida a su juicio desde los orígenes hasta 1839– se anuncia con el Vasconia (1963) del iluminado Federico Krutwig, un bilbaíno de padre alemán, que tras traducir al euskera el Libro rojo de Mao descubrió la identidad de guanches y vascones, y murió siendo miembro de la Real Academia de la Lengua Vasca. ETA retradujo el mensaje de don Sabin como invitación a la guerra revolucionaria, y el PNV navega desde Arzallus por las procelosas aguas que llevaron al Pacto de Santoña. Ahora, una vez más, su minúscula fracción inclina la balanza del interés general hacia una alternativa concreta, coincidente en todo con sus intereses particulares. Pero solo ahora esos intereses son descaradamente contrarios a que en su país, y en el de todos los españoles, la opinión pública sea consultada.
Arana y el cardenal Sardá le saludan desde la tumba, complacidos por su contribución a la causa de seguir pensando que el liberalismo es pecado.
Información ofrecida por Antonio Escohotano en el diario Libertad Digital