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Las exhumaciones de Jose Antonio Primo de Rivera: ¡Devuélvanlo a una tierra libre!

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Tumba de José Antonio Primo de Rivera en el Valle de los Caídos
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Las exhumaciones de Jose Antonio Primo de Rivera: ¡Devuélvanlo a una tierra libre!

Por José Ignacio Moreno Gómez para El Municipio

Los restos de cualquier mortal, al fin y al cabo, son polvo y cenizas; materia compuesta por átomos indiscernibles, destinados a alimentar tanto los ciclos del mundo mineral como los de la vida genérica que se alimenta de las sustancias orgánicas. Pero existe también otro tipo de materia que está adscrita irrevocablemente a un nombre concreto. Un nombre que no se confunde con ningún otro, pues fue soñado por Dios antes de la creación del mundo. Sus átomos fueron luego trascendidos por las entrañas de aquella alma humana que en su tiempo conformaron, y no forman parte de resto sino de sumando. No son piezas de un despojo, sino sustento de un valor añadido: corpúsculos de una sublime promesa de resurrección. Dichos átomos escapan al dominio terrenal, pues habitan en moradas mucho más extensas y libres que los ataúdes y los sepulcros. Alguien, igual que a Lázaro, les dijo llamándolos por su nombre: Levantaos y andad. Esta materialidad trascendida pasea por la memoria de quienes amaron, y siguen amando, a la persona ausente. Sus partículas están trabadas, una a una, por medio de las buenas obras, los pensamientos nobles y la voluntad resuelta de quienes les dieron una humanidad específica y personal. De estos restos ninguna potestad humana, afortunadamente, puede disponer.

José Antonio Primo de Rivera no quiso una cruenta guerra civil entre españoles, e intentó detenerla. Tampoco quiso una dictadura militar ni, mucho menos, la restauración de una mediocridad conservadora burguesa orlada, para mayor escarnio, con el acompañamiento coreográfico de sus camisas azules.

Tras los primeros días posteriores al 18 de julio, José Antonio, preocupado por la situación de guerra civil en que ha derivado el intento de golpe de Estado, escribe una carta al presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, proponiéndole una mediación con el Gobierno de Burgos. La carta viene motivada por la reflexión que previamente ha hecho el jefe cautivo de la Falange acerca de la situación provocada por la sublevación militar. En su guión de manifiesto inconcluso redactado desde la cárcel y, tras un periodo de incomunicación, hace el conocido análisis de la situación que se encontró entre sus papeles póstumos. Dada la incomunicación y la falta de noticias posteriores, hay que considerar que vierte en dicha reflexión las ideas y juicios que le merecían los conspiradores desde fechas anteriores al levantamiento.

Considera la situación como una consecuencia del carácter insoportablemente sectario del gobierno del Frente Popular, pero piensa que detrás de los alzados aparecen meros tópicos elementales: el orden, la pacificación de los espíritus… Pero que lo que realmente se esconde es una política cerril, los intereses de las clases conservadoras: interesadas, cortas de vista, perezosas, el capitalismo agrario y financiero. Es decir, la clausura en unos años de toda posibilidad de edificación de la España moderna. La falta de todo sentido nacional de largo alcance. Sólo ve una salida posible: La deposición de las hostilidades y el arranque de una época de reconstrucción política y económica nacional sin persecuciones, sin ánimo de represalia, que haga de España un país tranquilo, libre y atareado. Aspira a un “gobierno nacional” y entiende por tal un gobierno integrador, que intente superar el enfrentamiento civil por medio de una amnistía, como medida general; la deposición de las hostilidades con el desarme de todas las milicias partidistas; el recobro de las garantías constitucionales en lo que afecta a derechos fundamentales de los individuos y la independencia de la justicia (vulneradas por leyes posteriores a las elecciones del 16 de febrero); la atención a las demandas más urgentes de ambos bandos contendientes: la Reforma Agraria, por un lado, y la libertad de enseñanza religiosa, por otro. Finalmente, propone un plazo de seis meses para que el gobierno que se designe actúe mediante decretos, con las Cortes clausuradas. Es un plazo corto de tiempo y no se trata, por tanto, de ninguna Dictadura Nacional Republicana. El gobierno propuesto para llevar a cabo este programa estaría compuesto, mayoritariamente, por figuras del centro político y algunas personalidades notables por las que nunca disimuló su admiración. Para tal gobierno pacificador no cuenta con ningún miembro de la CEDA ni con ningún monárquico. Al prisionero de Alicante no le parecía un serio inconveniente para hacer una política de reconciliación nacional el hecho de que el gobierno que afrontase tal misión estuviera compuesto por masones acreditados, por socialistas moderados o por intelectuales liberales. Al parecer, no le tenía miedo a las “conspiraciones judeo-masónicas”, tema tan recurrente luego, durante el franquismo. Incluso parece que más recelos le producía una posible conspiración derechista con la extrema derecha, pues no piensa, como decíamos, en ninguna figura de este sector para ese gobierno de salvación.

El gobierno de “concentración nacional” habría de obrar con arreglo no sólo a los puntos señalados anteriormente, sino también teniendo en cuenta las directrices de una retomada política de auténtico frente nacional, la cual comprende combatir al capitalismo industrial, aligerando la industria de consejos onerosos y acciones liberadas abusivas. También al capitalismo financiero, mediante la nacionalización del servicio de crédito. Todo ello para devolver a los españoles la fe colectiva en su unidad de destino, así como una resuelta voluntad de resurgimiento.

José Antonio Primo de Rivera representa la alternativa al fracaso de nuestra Guerra Civil. Su espíritu inspira coordenadas opuestas a las del guerracivilismo, aunque sus restos, por voluntad de Franco,   están sepultados en lugar preeminente en la basílica del Valle de los Caídos. Pero los restos del fundador de la Falange han sido ya exhumados por tres veces: lo fueron de la fosa común, donde fue arrojado por brazos rojos como despojo de delincuente infrahumano, tras su fusilamiento el 20 de noviembre de 1936 – sin mortaja ni ataúd– para ser depositados en el nicho 515 del cementerio alicantino de Nuestra Señora del Remedio; lo fueron en 1939 para ser trasladados, sobre hombros azules, con impresionante pompa a San Lorenzo de El Escorial – ahora era un enterramiento propio de reyes y príncipes–; y lo fueron, por tercera vez, en 1959 para ocupar su, parece ser, precaria ubicación actual en el altar mayor de la basílica de Cuelgamuros. En esta ocasión como mito que, en apresurada Anábasis, se condenaba al alejamiento y a la mixtificación de su memoria escamoteada.

Hace tiempo hubo una campaña promovida por la denominada Falange Auténtica que denunciaba lo inapropiado de este último emplazamiento, pues la personalidad del Jefe falangista no merecía ser confundida con el régimen que había secuestrado su figura y deformado su doctrina. Si entonces unos fantasmones colocaron allí sus huesos con farisaica fastuosidad, unos insignificantes petimetres quieren hoy desalojarlos de ese mismo sitio con vilipendio y difamación. ¡Malditos sean los unos y los otros!

No sé si su sobrino Miguel o alguno de sus sobrinos nietos tendrán alguna preferencia en cuanto al próximo destino de sus restos mortales. José Antonio, en su testamento, dejó consignada claramente su voluntad: “espero que todos perciban el dolor de que se haya vertido tanta sangre por no habérsenos abierto una brecha de serena atención entre la saña de un lado y la antipatía de otro. Que esa sangre vertida me perdone la parte que he tenido en provocarla, y que los camaradas que me precedieron en el sacrificio me acojan como el último de ellos”.

“Deseo ser enterrado en tierra bendita y bajo el amparo de la Santa Cruz”.

¡Acogido como el último de ellos! Es pues seguro que no se sintieron a disgusto sus restos, confundidos en macabra amalgama, con los de Luis López López, Vicente Muñoz Navarro, Ezequiel Mira Iniesta, Luis Segura Baus y los de algún otro humilde caído. A sus compañeros en el paredón había animado con estas palabras: ¡Ánimo muchachos, esto es cuestión de un momento! ¡Alcanzaremos una vida mejor! Y Dios, acogiéndolo como último, lo habrá colocado entre los primeros porque los últimos serán los primeros en el Reino de los Cielos. Sospecho, sin embargo, que a su finísima ironía no se le escapó ningún detalle de los homenajes y pompas que vinieron luego. ¡Con qué aceradas palabras habría contestado a las hipócritas voces de cuantos aplastaron su memoria con losas tan irresistibles como los muros de una prisión!

Quería una tierra bendita y amparada por la Cruz de Cristo, pero, ¡No! José Antonio no debe sentirse a gusto en sepulturas magníficas. La losa pesada y fría hace de prisión eterna. Los revolucionarios, como él, prefieren, como el grano de trigo, pudrirse en tierra consagrada, pero más suelta y libre; fundirse con el humus cálido, a la intemperie, bajo el sol de justicia o expuesto a los bramidos del trueno y a la caricia de la lluvia. En espera de ese día, que vendrá, en que las espigas nuevas anuncien que ha ocurrido lo inesperado. Y el viento proclame en ecos sonoros, hasta por los más escondidos recovecos, que un hombre al que creían muerto ha resucitado en el Pueblo.

¡Devolvednos a José Antonio!

José Ignacio Moreno Gómez

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2 COMENTARIOS

  1. Gracias a Dios quedan personas de la calidad intelectual y moral como la del camarada José Ignacio que has escrito, nos da una lección de fidelidad y de lealtad doctrinal que nos hace sentirnos esperanzados en la recuperación del mensaje Jose Antoniano. Desde aquí quiero dar las gracias a este camarada, sin cargos, sin prebendas, sin halagos, pero que representa para mi al menos, la más seria opción por una Falange nueva y reivindicativa. Es un honor tener a José Ignacio entre los nuestros.

  2. José Ignacio escribe muy bien y conecta con el sentimiento de muchos de nosotros. Un abrazo desde el MFE a este gran camarada.

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