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A quienes nos habéis acompañado: La carta de Pablo Iglesias e Irene Montero

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Pablo Iglesias e Irene Montero en la sede de Podemos
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La carta de Pablo Iglesias e Irene Montero

A quienes nos habéis acompañado

Por Irene Montero y Pablo Iglesias

Han pasado ya dos meses desde que nuestros hijos nacieron prematuramente. Desde aquel 3 de julio en el que llegaron por sorpresa, nos repetimos una y otra vez la misma palabra: vamos. Se trataba primero de salir adelante y después de ir superando etapas de recuperación. Cada día les mirábamos y les repetíamos lo mismo: vamos hijos, vamos.

Dicen que la amnesia infantil hace que olvidemos todo lo que vivimos en nuestros primeros años. Nos alegra que Leo y Manuel nunca recuerden los tubos o los electrodos que les acompañaron en la unidad de cuidados intensivos, que olviden los sonidos de los monitores que medían su ritmo cardiaco y su respiración. Nos gusta pensar que un día mirarán con extrañeza las fotos que les hicimos cuando eran tan pequeños. Pero hay cosas que les contaremos y de las que no queremos olvidarnos nunca.

Antes de que pudieran alimentarse sólo de la leche de Irene, fue la leche de otras madres la que les ayudó a vivir. En cuanto fue suficiente, la de Irene fue también leche donada para otros niños. La sanidad pública hizo a nuestros hijos hermanos de leche de muchos niños y niñas como ellos.

Todo ha sido posible gracias a un equipo de profesionales de la sanidad pública además del cariño y apoyo de nuestra gente. Muchos prematuros como ellos, en otros lugares del mundo, no tienen la misma suerte. Nuestros hijos tienen hoy dos meses porque nacieron en un país que cuenta con algo mucho más importante que cualquier himno o bandera: un sistema sanitario universal. Les contaremos que nada merece más lealtad que eso. Su vida y su salud no sólo son el resultado de los avances médicos y científicos, sino también de una sociedad que todavía asegura los mejores cuidados para cualquier persona independientemente de su posición social. Muy pocos niños recibirían lo que necesitan y merecen si la salud estuviera sometida a las leyes de la oferta y la demanda. Explicaremos a nuestros hijos por qué vamos a ser siempre leales a lo que les permitió vivir: lo común.

Hemos tenido la suerte, como todos los padres y madres de niños prematuros del Hospital Gregorio Marañón, de que el Doctor Manuel Sánchez Luna fuera su ángel de la guarda. Muchos saben que Manuel es una eminencia mundial en el cuidado de los pulmones prematuros, pero sólo las madres y padres de sus niños sabemos que, ante todo, es un hombre cariñoso y bueno. A ese hombre y a su equipo les queremos dar las gracias.

Siempre recordaremos a la doctora Elena Zamora, que tras sus gafas redondas escondía una mirada a un tiempo irónica, sobria y dulce. A la doctora Ana Rodríguez, que nos regaló una y mil veces su voz y su alegría, además de los más precisos cuidados. A la doctora Concha Hernández, que nos acompañó desde la primera noche, discreta y cuidadosa, siempre con palabras y decisiones que abrazan. Al doctor Santiago Lizárraga, con su cariñosa firmeza, siempre atento. A la doctora Virginia Uzal, templada y discreta, que aún aparece por sorpresa para regalar un “cómo estáis”. Nosotros, como todas las madres y padres de niños prematuros de este hospital, hemos pasado por las manos de muchos otros médicos (la mayoría mujeres) del Hospital Gregorio Marañón, sin los cuales nada habría sido posible. Quedamos eternamente agradecidos.

También hemos tenido la suerte de disfrutar de los cuidados de profesionales de la enfermería que desde que llegamos al hospital no nos dejaron ni un segundo solos. Las manos de Sagrario, de Cristina, de Ohiane (que les hablaba en euskera) de Julián, de Neus, de Alejandro, de Paula, de Carmen, de Marisa y de tantos otros que además de cuidar y alimentar a nuestros hijos, les mimaron. Sólo las madres y padres de los niños que, como los nuestros, han pasado por una unidad de cuidados intensivos, saben lo que significan los mimos y caricias que reciben los prematuros.

Con esas madres y con esos padres tendremos siempre un vínculo muy especial. Dicen de los prematuros que son guerreros, pero las trincheras que nunca recordarán dejaron marcados para siempre a sus madres y padres, que siempre seremos compañeros.

Hemos estado con nuestros pequeños cada día, pero con nosotros estuvieron nuestras familias y nuestros amigos y compañeros que no han dejado de cuidarnos en ningún momento. Sin los abrazos de nuestra tribu todo habría sido mucho más difícil.

No hemos dejado de recibir el cariño de muchos militantes de nuestro espacio político que han encontrado unos minutos para mandarnos ánimo, preguntar cómo nos iba y llenarnos de abrazos. Un proyecto político se construye sobre todo con grandes dosis de amor. A todos y a todas, gracias.

Tampoco olvidaremos que algunas de las palabras más hermosas, algunos de los abrazos más sinceros, algunos de los consejos más provechosos, vinieron de nuestros adversarios políticos. Somos republicanos pero recordaremos que un rey y una reina llamaron para preguntar por nuestros hijos y que todos nuestros rivales preguntaron con frecuencia cómo estaban. Somos ateos pero explicaremos a nuestros hijos que nuestros amigos creyentes rezaron por ellos. Nos consta que la Virgen del Tránsito, Santa Rosa de Viterbo y Santa Maria Liberatrice fueron interpeladas (y nunca se sabe…) Hay pocos gestos de amor y amistad más hermosos. Enseñaremos a nuestros hijos que sean siempre respetuosos con el que piensa distinto porque la humanidad, la decencia y la amistad no son el patrimonio exclusivo de ninguna causa.

El nudo que tenemos en la garganta nos ha empujado a escribir para dar las gracias a quienes nos han ayudado a llegar hasta aquí.

Esta nota es una forma de cerrar una etapa cuidando la cicatriz que deja para no olvidarla nunca, porque esta cicatriz está llena de amor por nuestros hijos. Vamos.

Irene y Pablo, 3 de Septiembre de 2018

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