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La España de posguerra dio nombres como Eugenio Nadal, un intelectual Falangista ejemplo de cultura

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El intelectual falangista, Eugenio Nadal
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La España de posguerra dio nombres como Eugenio Nadal, un intelectual Falangista ejemplo de cultura

Por Eduardo López Pascual para elmunicipio.es

A veces me pregunto si es posible que a la altura de estos años, existan personas que sin una mínima suerte de remordimiento, mantienen el mantra y la farsa de una desolación intelectual y, a lo que voy, literaria, en la historia española de los años de posguerra. Dicen estos pseudos notarios de la época en algún medio informativo, que, los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, por no extenderme más-, fueron una especie de desierto en las letras españolas, ya sea en la prosa o en la poesía, con un descaro una desvergüenza, que raya en la manía, la obsesión y el fraude a sabiendas. Porque no se entiende, y estoy seguro que tampoco lo aceptan los auténticos intelectuales que, sobre la realidad de un país destrozado por una guerra civil (la más horrible de todas) y un largo periodo de boicot internacional que, efectivamente, produjo la muerte o el exilio para muchas personalidades del mundo de la investigación o de las letras.- de uno y otro bando-, amanecía una pléyade de poetas, novelistas y ensayistas de probada categoría.

Porque negar que en esa época y, desde luego, en el tiempo de posguerra, pongamos diez o quince años, emergió una considerable confluencia de autores en todos los géneros literarios, sería una evidente mistificación de la historia cultural de aquellos años, además de la creación del Premio literario más antiguo, que adoptó el nombre de Nadal, en memoria de un gran intelectual, escritor, ensayista y paleontólogo, Eugenio Nadal, falangista por más señas, que ayudó enormemente a la aparición de muchos y excelentes autores. Cómo se puede decir que hubo un páramo intelectual, con escritores de la talla de Carmen Laforet, Eduardo Mendoza, Miguel Delibes, Juan Marset, Camilo José Cela, Sánchez Ferlosio, Ana María Matute, Eugenio. D´ors, José Mª Gironella, Pla, Luis Romero, Alvaro Cunqueiro, Elena Quiroga, Terenci Moix, Castillo Puche y tantos otros, eso sin contar a los consagrados de la generación del 27, que no se marcharon o murieron a causa de la guerra como Ridruejo, Rosales, Panero, Santamarina, Manuel Machado, José Hierro, Blas de Otero, Dámaso Alonso, o Foxá, Azorin o Pio Baroja, entre otros muchos que, sin ánimo de ser exhaustivos, daban en esos años tan vilipendiado por los profesionales del revisionismo anti régimen- por cierto algunos de ellos, de marcado talante izquierdista-, dos de las décadas literarias más ricas y brillantes de España.

Como se puede alegar una España huérfana de creadores en la novela, la poesía o el teatro o la música sin que se les caiga la cara de vergüenza, ante la lista casi interminable de autores y obras de comprobada calidad. Títulos como Nada, La sombra del ciprés es alargada, El jarama, Con la muerte al hombro, Un hombre, La mujer de las Bragas de oro, La familia de Pascual Duarte, por no citar a dramaturgos como A. Satre, Arrabal, Martín Iniesta, Lauro Olmos, Carlos Muñiz, Alfonso Paso. Miguel Mihura, o Buero Vallejo, etc., junto a músicos como E. Halffter, Placido Domingo, Caballé, Odón Alonso, Luis Cobos, Narciso Yepes, Miguel Fleta, García Abril, Enrique Franco, o Joaquín Rodrigo, quienes entre todos, dieron a España una de las épocas más importantes de la cultura española, y me atrevo a decir que universal, que dejan en ridículo a los que aviesamente tratan denegar el cambio espectacular, que con sus luces y sus sombras, aportó al mundo la España de la posguerra.

Y todo ello, es así, en medio de las graves dificultades que entrañaba una situación política como la que se vivía en el régimen del 36, nada deseable, pero que no fue obstáculo para la histórica capacidad de los españoles en demostrar su imaginación y su inteligencia, a veces, asombrando al mundo. Como dijo José Antonio Primo de Rivera, aquel gran hombre de formación y gran sensibilidad estética, y parafraseándolo cuando dijo aquello de “no nos atienden sin ni siquiera habernos escuchado”, podríamos decir: No saben lo que dicen sin apenas haber leído la verdad.

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