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Confieso que soy falangista

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Confieso que soy falangista

Por Eduardo López Pascual para elmunicipio.es

Ha ocurrido algo terrible en esta España faldicorta y democrática, como nunca había pasado. Bueno, no del todo precisamente, porque por mucho que sea triste, hay precedentes de que cosas como estas pueden pasar y pasan.  Ha sido con ocasión de la presentación de la candidatura europea de un partido, no hace falta decir el nombre, al que han estigmatizado, despreciado,  por incluir en sus listas a un antiguo afiliado falangista hace veinte años. Naturalmente el hecho de haber militado en Falange Española es para algunos -todos del discurso políticamente correcto-, un escarnio que merece el rechazo, incluso latigazos “cívicos” de cualquier partido de los llamados progres. Ha pasado en Barcelona, pero podría suceder en cualquier punto del país, porque la vara de medir “fachas” es tan larga como impresentable. Ya, aquí, en esta misma región de Murcia, vivimos situaciones parecidas cuando algún ingenuo con pasado azul, pretendió tras normal evolución, participar en esta aventura, creyendo que su paso por otras formaciones políticas, más que un estorbo sería un aval, como ocurre con otros políticos (caso de Marín en Andalucía, o recientemente  el de Madrid, caso presidente de la Comunidad,  Garrido PP, o caso Sra. Rodríguez, portavoz socialista en el Congreso. Hay mas ejemplos, pero ya sobra.

Pero estamos en España, donde el sectarismo y un sentido perverso de la revancha ideológica todavía no se ha extinguido, y sacan a pasear no solo escenas de nuestra historia, sino hasta el diario de Anna Frank si fuera útil para descalificar, inculpar y despreciar a quien no beba de su vaso o, como en el caso del ex –camarada de Barcelona, someterlo a la más repugnante exclusión por el mero hecho de haber pertenecido a Falange. Claro, eso no pasa con quienes han sido miembros activos del comunismo, o de grupos terroristas (los hay), o con los muchos tránsfugas que hemos visto a lo largo de tantas elecciones. Solo con los que en un tiempo o en otro, han vestido el azul mahón de la Falange.

Pues bien, confieso. Confieso que soy falangista y por ello he crecido humana y políticamente bajo el paraguas de la solidaridad y de la convivencia, de la igualdad para todos los hombres y mujeres de aquí y de fuera de aquí. Confieso mi admiración y fidelidad al mensaje de José Antonio Primo de Rivera que me hizo creer en la patria, el pan y las justicia. Que me cautivó con palabras que hablaba de respeto, hermandad, de trabajo en común. O que el capital (vulgo dinero), esté al servicio del hombre. La poesía. La libertad. Y me convenció para pensar que la Patria es algo más que el paisaje, la lengua o las costumbres de un territorio, sino que lo entendía como protagonista de un destino universal, la cultura, hispano América.  Confieso que defiendo la vida, la familia o que creo en Dios. Por lo tanto, me acuso de ser falangista y creer en el hombre como eje del sistema.

De modo, que solo me queda preguntar a esos fiscales del mundo: ¿Es esto pecado? ¿Hemos tenido errores?, Pues claro que sí, pero también los demás: desde socialistas, derechistas, comunistas, centristas sindicalistas   hasta anarquistas, y nadie – que sepamos- pone en entredicho su trayectoria política. Es verdad que personas provenientes de la Falange colaboraron con momentos y situaciones que pueden ser controvertidas o contradictorias, pero vamos, ¿quién no las ha vivido? ¿Los comunistas en brazos del estalinismo, los socialistas en la Dictadura del general Primo, los monárquicos en los regímenes absolutistas, los podemitas apoyando a las dictaduras castristas y chavistas…? En fin, en todos hay un trasfondo que se quisiera evitar, pero solo a los Falangistas ¡caray¡ les condenan a la intemperie democrática, como si los otros fuesen santos de peana. Y eso ni es equilibrado ni es justo. 

Pero no importa. Nosotros seguiremos en la intemperie, verso al brazo, y en lo alto la idea de un mundo mejor, libre y auténticamente democrático.

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