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No hay que eliminar el nombre de Falange Española sino la actitud de los camaradas
Por Eduardo López Pascual para elmunicipio.es
Hay, entre los que se consideran falangistas, una corriente de opinión empeñada, aun con buena fe, (en eso no voy a ser cicatero), en eliminar el nombre de Falange Española como reclamo de una acción política, al entender que su utilización en cualquiera de los procesos electorales, no conducirían mas que a la frustración y hasta el ridículo, poniendo como ejemplo de esta desafección generalizada los paupérrimos resultados de las pasadas elecciones municipales, por no citar otras similares. Lo cierto es que esta idea no es nada nueva y desde hace mucho tiempo, en numerosos círculos de camaradas, se venía proponiendo una decisión tan inquietante como esa. Todos recordamos los repetidos intentos de aparecer con otras siglas y aun con otra simbología. Los mismos, pero con distintas caretas.
Evidentemente la experiencia nos muestra su realidad. No ha servido para nada. Y esto me hizo pensar por las causas que nos han llevado a esta lamentable situación. Y en esto, (confieso que no soy politólogo aunque algo de sentido común me anoto), llego a creer que el antídoto no está nunca prescindir o eliminar de un golpe voluntarista, la genuina denominación de nuestro partido: Falange Española, cuya historia de cerca de un siglo- con luces y sombras, como todos, merece una reflexión objetiva de sus circunstancias, y quedo convencido de que no es el nombre, sino la actitud de quienes decimos sentirnos falangistas, el principal obstáculo para la supervivencia y luego el reconocimiento de lo que es y significa Falange Española.
Parto de la base -asumida en décadas de militancia- y miles de contactos “falangistas”, de que en términos generales (no puedo asegurar más), pocos creen en la viabilidad de la idea nacional sindicalista y menos aún en que se pueda llevar a cabo políticas falangistas como nacionalizar algunas industrias, cambiar las relaciones de trabajo, la empresa sindical, crear el crédito sindical, o defender el humanismo cristiano: la vida, la libertad plena de educación, la misma unidad de la patria o la República. Pienso, y no dramatizo por ello, que el franco-falangismo ha imperado en demasía y que quienes debieron luchar por establecer las normas de una doctrina nacional sindicalista- no es necesario dar nombres, han ido perdiendo su compromiso, si lo tuvieron algún día, y hoy defienden ideas socialdemócratas o liberales que nada tienen que ver con la auténtica Falange Española.
Es decir, no creen en la Falange. Y por supuesto no mantienen ningún compromiso, con lo que es difícil que hoy en día, huérfanos de líderes, optemos por una representación equilibrada de nuestro mensaje. No, lo que habría que pedir no es borrar el nombre, hay que cambiar la actitud de los “azules”, que no confían en su doctrina. Y que no les de reparo en admitir públicamente su pertenencia a la Falange Española. Sentirnos orgullosos de caminar junto a las palabras de un hombre como Jose Antonio Primo de Rivera. No es el nombre, es el descompromiso, la incapacidad de reconocer lo que somos y lo que queremos lo que tendremos que cambiar. En eso estamos un puñado de convencidos camaradas.