Πολιτική (Política)
Vivo en una continua encrucijada y sospecho que no debo ser el único. Cuando careces de poder real, cuando el lamento no deja de ser un sordo desahogo, la resignación amenaza con doblegarte. Pero hay algo en la política que me atrae de forma irremediable y que, pese a todo, despierta en mi un afán sincero, un motivo para incorporarme y seguir caminando. Tal es la pasión por ella que desdibuja casi todo lo demás. Sé cuánto vale un café y una barra de pan; llevo algo más de medio siglo viviendo en la España de veras, viendo de cerca sus sueños y sintiendo sus lamentos. Sé que hay una España enlomada, de corazón manso y anchuroso, de espaldas dobladas y manos callosas y confieso, es cierto, que es la única que me inspira. A esta misma España todos llaman mas después la olvidan.
Tengo cincuenta y tres años y sigo buscando respuestas. La política es la ciencia que se ocupa de los asuntos de la polis y, como soluciones inaplazables, debe indagar sobre quiénes, cómo y para qué.
Protejamos el legado de nuestros ancestros y honremos el presente. Es cuanto tenemos porque el futuro no es más que una quimera incierta o, con mucho, una página por escribir lo cual no es poco cosa. No veo en disidentes a adversarios por neutralizar ni siento miedo ante ideas diferentes. Todo lo contrario. Son, en realidad, una oportunidad para crecer, una urgencia para reconocer la propia confusión. Nos sobra orgullo, también soberbia y naturalmente prejuicios, que no son más que el juicio anticipado basado en conjeturas y presunciones.
La democracia ha sido definitivamente secuestrada por poderes que no han sido refrendados en las urnas. Un dominio que sienta sus posaderas en las alturas y ejerce su jurisdicción por donde las alcantarillas. Permiten que votemos cada cierto tiempo para que sigamos creyendo que llevamos las riendas; pero no es cierto. Somos peones de escaso valor, perfectamente prescindibles. Nos deslizan por un tablero blanquinegro donde las jugadas maestras ya fueron diseñadas.
Nos hacen ver enemigos donde sólo hay españoles y acantilados donde yo atisbo puentes. Nos dicen cómo hemos de vivir, qué comprar, a quién idolatrar y qué soñar. No diré que los desafíos catalán y vasco o, quién sabe si navarro, sean cuestiones menores. No lo diré porque faltaría a la verdad. Pero los asuntos que debieran privarnos de sueño son de naturaleza distinta. Cuestiones que tienen que ver con nuestras vidas, con nuestra felicidad, con nuestra plenitud y dignidad como personas. Afanados estamos en la exhumación de Franco y enfrentados a cuenta de Cataluña. Mientras tanto, las pensiones, nutridas con el sudor y esfuerzo colectivos de los de ayer y de los de ahora, deambulan en la incertidumbre. Mientras todo español, para hallar descanso, debe cotizar no sé cuántos años, a sus señorías, aunque jamás hayan dado palo al agua, les bastarán unos pocos. Mientras usted y yo debemos soportar colas y atascos, sus Señorías viajarán en primera, a gastos pagados. Cuando ustedes, como yo, dediquemos una parte indecente de nuestro sueldo para pagar el recibo de la luz, recuerde que hay expolíticos sentados en los consejos de administración de las compañías eléctricas; no por su valía sino por su complicidad. Recuerden que la Justicia no es igual para todos. Si usted roba o hurta seis millones de euros, lo pagará muy caro; infinitamente más caro que el cuñado del Rey. No lo duden y no se aventuren en comprobarlo. No hay apoderamiento más honroso que el recibido en las urnas y, en consecuencia, nuestros representantes deben gozar de la dignidad y honores debidos. Son los privilegios y prerrogativas injustificadas e injustificables lo que lo convierte el decoro en un atropello moral.
Hemos estado gobernados por quienes cobraban sobresueldos y financiaban el aparato con dinero más negro y sucio que el hollín, procedente de adjudicaciones de obra pública amañada. Por quienes, por latitudes sureñas, malgastaban los dineros de la formación de los parados en cocaína y putas o compraban votos con dinero público. Un tal Pujol, que ni él mismo sabe lo que ha robado, se pasea altivo y chulesco por el Pirineo gerundense. Sabe demasiado y con sólo un apretón de insignes escrotos, la monarquía y grandes partidos podrían caer. O eso dicen. Pero algo o mucho debe haber de verdad porque, pese a lo mucho que ya sabemos, no hay juez ni fiscal que le eche el lazo. El Molt Honorable Josep Tarradellas ya nos advirtió del peligro de este elemento pero nadie quiso escucharle.
Mientras España se desintegra territorialmente, mientras otra crisis económica está en ciernes, mientras, ante la mirada cómplice de mercenarios políticos, la codicia capitalista clava sus incisivos en la educación y la sanidad públicas, mientras la agricultura española se desangra ante la desprotección arancelaria de nuestros productos, mientras hay una España seca y otra húmeda, mientras colmamos de honores al hijo pródigo y despreciamos al justo, mientras la Ley ampara al malhechor y abandona al manso, mientras la igualdad de los españoles no es más que un espejismo, mientras estas y otras cosas suceden, hay quienes, por solución a tan gravísimos problemas, nos ofrecen la exhumación de un cadáver.
Pero la solución tampoco pasa por un capitalismo salvaje que, arrodillado ante el dinero, cosifica y estruja al individuo, despojándole de su dignidad. Eso o confiar nuestras vidas a quienes defienden tesis que allí donde se implementaron sólo trajeron miseria y tiranía. Nos dan a elegir entre lo malo y lo peor.
España, es decir los españoles, necesita un horizonte vertebrado bajo unos determinados e irrenunciables principios. España no es una entelequia ni es una realidad discutida y discutible. España es nuestra patria, única e indivisible, que, en cuanto tierra de nuestros padres, debe velar por nuestros sueños y debe garantizar la dignidad de todos y cada uno de los españoles. España debe dejar de ser la coartada de ladrones y sinvergüenzas para convertirse en el ideal de esfuerzos y anhelos colectivos. España y patria siempre fueron palabras muy hermosas y conviene sacudirlas de la inmundicia y falsedad acumuladas en estos últimos años.
El trabajo debe ser el instrumento para que cada español ejercite sus dones y lleve un sueldo honroso a su casa. La creación de riqueza, la innovación, el desarrollo y la investigación deben ser amparadas por el Estado pero con el objetivo irrenunciable de que las plusvalías económicas y morales alcancen a todos.
Naturalmente, España debe ser aconfesional pero no indolente y, mucho menos, amnésica. Europa, y España con ella, tiene raíces cristianas que no podemos ni debemos soslayar. El alemán Konrad Adenauer, el ítalo-triestino Alcide de Gasperis, el franco-alemán Robert Schuman y el francés Jean Monnet son considerados los padres de la actual Europa. Los tres primeros tenían profundas convicciones cristianas, no así el último. Adenauer, el artífice del milagro económico alemán tras la II Guerra Mundial y, quizá, el mejor canciller de su historia, dejó escrito: “Es ridículo ocuparse de la civilización europea sin reconocer la centralidad del Cristianismo”.
Los padres europeos, socorridos por excepcionales intelectuales, sabían muy bien que Europa no podía ceñirse a una mera concertación de intereses económicos y técnicos; necesitaba un alma; un alma basada en la concepción cristiana del hombre, de la libertad y de la democracia. La extraordinaria aportación de la Atenas del siglo VI a.C. logra el espaldarazo definitivo con la verdadera dimensión cristiana del individuo. Si exceptuamos los sangrientos acontecimientos de los Balcanes (acaecidos tras la desintegración de Yugoslavia), Europa ha disfrutado de un periodo de paz y bienestar sin precedentes en su Historia.
Europa, y España con ella, se enfrenta a rivales de envergadura que ven en la ética y moral cristianas el principal escollo para imponer una tiranía des-almada y destructiva. Una dictadura que prime lo inmediato para relegar lo trascendente; una dictadura que cosifique al ser humano para negarle su inalienable dignidad; una dictadura que anda tras el linchamiento legal de la familia por ser el principal baluarte contra el desamparo y la soledad del hombre; una tiranía que disipa toda esperanza para sumirnos en la resignación.
Como ven, la democracia real tiene muchos enemigos. Algunos la combaten abiertamente y son plenamente identificables. Pero los más peligrosos, los más duros de roer, son aquellos que, aparentando filiación democrática, andan sólo interesados en desnaturalizarla para convertirla en una fábula. Por poco perspicaces que seamos, parece evidente que la voluntad democráticamente expresada en las urnas es pervertida, cuando no sodomizada, por los poderes reales. De ahí el desarraigo y desafección de los españoles respecto a la política.
Hay formaciones de la izquierda real que también coinciden en este diagnóstico. Las diferencias, y no menores, aparecen a la hora de determinar el tratamiento y las terapias complementarias aunque, para serles franco, estoy de acuerdo con algunas de sus medidas. Tiempo ha que alguien, con suma maestría, nos regaló, entre otras, estas citas intemporales:
“El ser derechista, como el ser izquierdista, supone siempre expulsar del alma la mitad de lo que hay que sentir”.
“Menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda del hombre”.
La política española está demasiado polarizada y, con un interés espurio, ha traslado esa división a la sociedad. Nadie quiere mover ficha; nadie está dispuesto a reconocer la parcialidad e ineficacia de sus recetas. La humildad intelectual ni está ni se le espera. Se les ve cómodos en su ortodoxia ideológica; incluso renunciarían a lo irrenunciable de aconsejarlo los vientos.
Hay esperanza. La tenemos frente a nuestras narices pero pasamos de largo una y otra vez. Es inaplazable acabar con la falsa dialéctica derecha-izquierda que tanto sufrimiento y odio ha generado en nuestra Historia. Europa, salvo alguna honrosísima excepción, y España con ella, está en franca decadencia pues, en algún momento de la reciente Historia, ha olvidado el espíritu con el que fue concebida.
Sin altos ideales, sin valores cristianos, España, como Europa, quedará reducida a un mercado, a un bazar sin alma, sin espíritu, sin esperanza.
Es hora de recobrar el camino.
Fdo. José Antonio Vergara Parra.