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Enfrentamiento en el primer Consejo General de Ciudadanos sin Rivera

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Consejo General de Ciudadanos sin Rivera
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Enfrentamiento en el primer Consejo General de Ciudadanos sin Rivera

Las reuniones del Consejo General de Ciudadanos solían ser un mero trámite, una balsa de aceite, en tiempos de Albert Rivera. Para encontrar la última reunión del máximo órgano entre congresos del partido naranja que tuvo algo de tensión hay que remontarse a 2016, cuando un consejo entonces compuesto casi exclusivamente por consejeros catalanes (la IV Asamblea General celebrada en 2017 en Coslada trasladó la expansión nacional del partido a sus órganos directivos) discutió, y a punto estuvo de tumbar, la pretensión del aparato de modificar el ideario para eliminar del mismo la socialdemocracia como una seña de identidad ideológica.

LD / Desde entonces, Rivera vivía los consejos generales con la misma tranquilidad que una reunión de amigos. Llegaba el último, normalmente acompañado de algunos de sus más próximos, en una escenografía diseñada al detalle por su equipo de prensa, pronunciaba un discurso durante el cuál podían acceder los periodistas, que posteriormente eran desalojados para continuar con el resto de la reunión a puerta cerrada.

Todo, o casi todo, era distinto este sábado en el Hotel Marriot de Madrid. Aunque Arrimadas, presidenta in pectore a la que nadie discute como tal, llegaba al modo de su antecesor la última, con todos los consejeros ya sentados, lo que se encontraba dentro distaba mucho de ser un buen comienzo para su etapa al frente del partido. Pese a que sólo se daba la palabra una vez, con tiempo limitado, a quién la pedía, la tensión no tardaba en estallar.

Igea y Carrizosa explotan

El vicepresidente de Castilla y León, Francisco Igea, el único dirigente que le dobló un pulso a Rivera, en las primarias en su comunidad, no dudó en calificar de «bochornoso» que se hubiera pasado directamente a la votación de la gestora (de tinte continuista) que dirigirá el partido hasta el congreso extraordinario del 15 de marzo, sin un debate previo. Igea se dirigía a los consejeros para decirles que debían de ser capaces de resolver los problemas de manera «democrática» y en «libertad».

Le daba replica el portavoz en el Parlament, Carlos Carrizosa, alguien muy próximo a Arrimadas, quien tirando de argumento de autoridad afirmaba que «me cuesta creer que no defendemos la libertad. Especialmente los que estamos en Cataluña». También arremetía contra la prensa, dando carta de naturaleza a una de las quejas más instaladas desde hace meses en el entorno de Rivera: «No nos vamos a abrir en canal porque los medios de comunicación estén deseando cogernos por las vísceras para hacernos daño», afirmaba, recibiendo una fuerte ovación.

Según alguno de los asistentes, la tensión entre ambos creció por momentos. «Casi llegan a las manos» afirma otro de los consejeros. Todo ello con Arrimadas delante, sin que en ningún momento tomase la palabra.

Entre las voces críticas al procedimiento para aprobar la gestora se manifestaba también el ex vicepresidente del Congreso de los Diputados, Ignacio Prendes. Otros, como el ex líder en Murcia, Miguel Sánchez, lamentaban que no hubiese voto secreto, aunque fuentes próximas a la presidencia del Consejo General aseguran que nadie lo reclamó. E incluso un consejero, Javier Amador, anunciaba tras la reunión en Twitter que dimitía de su cargo y acusaba al aparato de «aplastar a la discrepancia».

Además de Carrizosa, otro dirigente catalán, Francisco Sierra, arremetía veladamente contra Igea, sacándole a relucir el caso del pucherazo en las primarias del Castilla y León. «El bochorno lo han provocado algunos que han querido destruir el partido desde dentro. Uno de ellos en plena campaña poniéndonos verdes ante altos funcionarios» señalaba en referencia al procedimiento legal que se sigue por el caso de la votación fraudulenta, en el que Igea declaró como testigo.

Tras la reunión, nadie decía una palabra más alta que otra ante la prensa, pero el ambiente ya se había enrarecido. Arrimadas tiene el reto de suceder a uno de los líderes más carismáticos de su generación, Rivera, y de lograr de nuevo la confianza de los millones de españoles que el 10-N dejaron de votar a Ciudadanos. Pero de manera más urgente tiene que pacificar un partido en el que las aguas comienzan a bajar muy revueltas.

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