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Coronavirus y castigo divino

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jóvenes llevando una cruz
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Coronavirus y castigo divino

Si Dios es Omnipotente, todo lo que sucede depende de Él. En efecto, si algo no dependiese de Él, no sería Omnipotente. Porque en esa hipótesis, habría algo que, al no depender de Dios, podría no darse, aunque Dios quisiese que se diese, o podría darse, aunque Dios quisiese que no se diese. Y entonces no sería verdad que Dios puede todo lo que quiere, o sea, no sería verdad que Dios es Omnipotente.Porque decir que Dios es Omnipotente es decir que puede todo lo que quiere (y puede querer todo lo que no implica contradicción).

Ahora bien, que todo dependa de Dios no quiere decir que Dios sea causa de todo. Dios no es causa del pecado.

Pero sí debe permitirlo, para que el pecado pueda ocurrir. Eso quiere decir que la permisión divina es condición de posibilidad del pecado.

Lo que el Omnipotente no permite, no ocurre.

“Causa” y “condición” no son lo mismo. La causa es “lo que influye el ser en otro”, la condición es “aquello sin lo cual algo no es posible”. Se puede ser condición y no ser causa: el oxígeno es condición de la vida pero no la causa, un cadáver puede estar muy rodeado de oxígeno. Pero sin oxígeno, seguro que nos transformamos en cadáveres.

Así es como Dios controla todo: por la causación o por la permisión, y fuera de estas dos elecciones divinas, no sucede absolutamente nada en el mundo.

Cuando Dios quiere una buena acción del hombre, elige que el hombre haga libremente esa acción; cuando permite el pecado del hombre, no elige el pecado, sino que elige permitirlo.

Por eso mismo ha sido de todo punto de vista necesario distinguir en Dios una Voluntad antecedente y una Voluntad consecuente. Porque Dios no quiere, sin duda, que pequemos, y sin embargo, pecamos. ¿Qué pasa entonces con la Omnipotencia divina?

Pasa que Dios es Omnipotente, y por tanto, lo que quiere categórica y simplemente, se hace sin más, y lo que quiere en forma condicionada, se hace si se cumple la condición, y si no, no se hace. Lo primero es lo que Dios quiere con Voluntad consecuente; lo segundo, lo que quiere con voluntad antecedente.

¿Y de qué puede depender el cumplimiento de esa condición de la que depende la Voluntad divina antecedente? De nuevo, no puede depender de algo que no dependa a su vez de Dios, porque eso no existe.

En definitiva, el cumplimiento de la condición de la que depende la Voluntad divina antecedente depende de lo que la misma Voluntad de Dios quiere permitir en lo creado.

Así se cumple lo que dice San Pablo en la Carta a los Romanos, cap. 11, v. 36:

“Porque de Él, por Él, y para Él son todas las cosas. A Él la gloria por los siglos. Amén.”

Por tanto, la peste del coronavirus se puede deber a la malicia humana, o a algún accidente de laboratorio, o a algún fenómeno natural, no importa: cae dentro del Plan providencial de Dios, depende de Dios, que podría perfectamente haberla evitado.

A los católicos, y especialmente a los discípulos de Santo Tomás de Aquino, no hace falta avisarles que existen las leyes naturales, que existen las casualidades o accidentes, o que existen las catástrofes naturales, o que existe el mal uso que el ser humano hace de su libre albedrío.

Todo eso son las causas segundas, que sin duda que tienen su consistencia y actividad propias, pero se subordinan inevitable y totalmente a la Causa Primera Omnipotente, que quiere o permite, como se dijo.

¿Y qué sentido puede tener, en el plan de Dios, el coronavirus?

Curiosamente, lo menos cruel de todo es decir que se trata de un castigo divino por nuestros pecados.

Porque supongamos que no lo es, y que es, por ejemplo, solamente un intento de llamar nuestra atención … ¿de ese modo? ¿Con todas esas muertes y esos sufrimientos de tantas personas?

¿No sería más lógico llamar “cruel” a semejante procedimiento de comunicación, si fuese solamente eso, que a la aplicación de la justa pena (temporal, además, que no eterna) por el pecado?

Donde está el castigo, está la justicia, y está el orden moral, está el bien. La pura catástrofe sin castigo, sin justicia, sin orden moral, o es el puro sinsentido del mal, o es, peor, la crueldad gratuita.

En todo castigo hay dos componentes o aspectos: uno perjudicial y doloroso, que por eso mismo, es un mal, y otro que restablece el orden de la justicia, y que por eso mismo, es un bien.

El bien nunca es simplemente permitido por Dios, sino que es querido directamente por Él. Por eso el castigo, en tanto implica un restablecimiento del orden de la justicia, es querido directamente, y no solamente permitido, por Dios.

Lo que pasa es que muchas veces la palabra “permisión” viene a la mente cuando queremos expresar la idea de que para un Dios Omnipotente ningún mal que ocurre en la Creación puede ser algo imprevisto, superviniente, algo que escape al control de la Providencia divina infalible.

Pero, en el caso del castigo divino, es más que eso, no es que Dios solamente lo permita, sino que lo quiere directamente. Lo único que Dios permite sin quererlo es el pecado de los ángeles y los hombres.

A nosotros nos parece que, por el contrario, el pecado es cosa de poca monta, lo que sería verdaderamente inaceptable sería el castigo divino por el pecado…

Sin duda que Dios nos está hablando mediante esta plaga, pero nos habla ante todo mediante el castigo mismo, mediante la pena temporal que busca restablecer en algo el orden de la justicia tan bárbaramente pisoteado por la humanidad en los últimos tiempos.

Desde 1921, fecha en que la URSS legalizó el aborto, hasta el día de hoy, han sido abortados unos mil millones (1.000.000.000) de seres humanos inocentes.

Hoy, 25 de Marzo, celebramos la Anunciación del Ángel a María Santísima, cuando el Verbo de Dios fue concebido como hombre por obra y gracia del Espíritu Santo.

Por eso se celebra hoy también el Día del Niño por Nacer, en memoria de todos esos niños concebidos a los que nuestra cultura de la muerte no permite nacer, al mismo tiempo que es incapaz de dejar pasar diez minutos sin hablar de los Derechos Humanos.

Y eso es solamente un aspecto, una página, un capítulo del libro de las rebeldías humanas contra Dios y contra la ley moral natural acumuladas en las últimas décadas.

Hemos visto adorar al ídolo de la Pachamama en los jardines del Vaticano.

Eso solo hubiese bastado para que los Profetas bíblicos saliesen corriendo y dando gritos, y lo sabemos.

Hemos presenciado la relativización de la ley moral propugnada por altas jerarquías de la Iglesia.

Y eso ha sido solamente el toque final de un proceso que hace décadas viene acumulando corrupción, ante todo doctrinal, en el interior de la Iglesia, en el cual ha jugado y sigue jugando un papel esencial la herejía modernista.

Tenemos en la sociedad, ya no la promoción, sino la imposición de la homosexualidad, especialmente a los niños mediante el sistema educativo.

Sabemos de una red homosexual clerical en la Iglesia.

Ahora se está legalizando la eutanasia, y ya han salido voces a favor de legalizar la pedofilia.

que se está cumpliendo a la letra lo que el libro de la Sabiduría le dice a Dios, en los capítulos 11 y 12:

“Tu inmenso poder está siempre a tu disposición, ¿y quién puede resistir a la fuerza de tu brazo? El mundo entero es delante de ti como un grano de polvo que apenas inclina la balanza, como una gota de rocío matinal que cae sobre la tierra. Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan. Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, porque si hubieras odiado algo, no lo habrías creado. ¿Cómo podría subsistir una cosa si tú no quisieras? ¿Cómo se conservaría si no la hubieras llamado? Pero tú eres indulgente con todos, ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida, porque tu espíritu incorruptible está en todas las cosas. (…) Por eso reprendes poco a poco a los que caen, y los amonestas recordándoles sus pecados, para que se aparten del mal y crean en ti, Señor. Como eres justo, riges el universo con justicia, y consideras incompatible con tu poder condenar a quien no merece ser castigado. Porque tu fuerza es el principio de tu justicia, y tu dominio sobre todas las cosas te hace indulgente con todos. Tú muestras tu fuerza cuando alguien no cree en la plenitud de tu poder, y confundes la temeridad de aquellos que la conocen. Pero, como eres dueño absoluto de tu fuerza, juzgas con serenidad y nos gobiernas con gran indulgencia, porque con sólo quererlo puedes ejercer tu poder.”

Es decir, es muy moderado, como castigo, el coronavirus, si atendemos a probable tasa de mortalidad, aunque eso mismo es poco claro hoy por hoy.

Véase además en este texto el sentido medicinal que tiene el castigo divino temporal:

“Por eso reprendes poco a poco a los que caen, y los amonestas recordándoles sus pecados,
para que se aparten del mal y crean en ti, Señor.”

¿Y si mediante el castigo temporal Dios nos evita el castigo eterno del infierno, que no tiene nada de medicinal, sino sólo de pura restauración de la justicia?

¿Y qué pasa con los inocentes que mueren hoy por el coronavirus? ¿Son también castigados por Dios?

Ante todo, recordar que según nuestra fe, sólo Nuestro Señor Jesucristo y su Madre María Santísima son inocentes. Todos los demás, después del pecado de Adán, nacemos con el pecado original, como dice el Salmo 50: “Mira que en la culpa nací, pecador me concibió mi madre”.

Por eso, los únicos inocentes de que se puede tratar aquí son aquellos a los que por el Bautismo se les ha borrado el pecado original y están en gracia de Dios, sea porque no han cometido pecados mortales, sea porque los han cometido y se han arrepentido y recibido la absolución del sacerdote, o en su defecto, han podido hacer un acto de perfecta contrición.

Es de fe que los que mueren en ese estado se salvan, sea que vayan directamente al Cielo o que tengan que pasar antes por el Purgatorio.

¿En su caso no se podría hablar de “castigo»? Hay que recordar que por el pecado original se merece también una pena temporal además de la pena eterna. De hecho, la muerte y las enfermedades son consecuencia del pecado original, y son penas temporales. Y no dejan de sufrir estas penas los bautizados que están en gracia de Dios, de donde se puede deducir que tampoco son perdonadas por el Bautismo, el cual perdona solamente la pena eterna debida al pecado original.

En realidad, esto habría que haberlo puesto al comienzo de todo el “post”: todos vamos a sufrir la pena temporal por el pecado original, que es la muerte. Lo del “coronavirus” es nada más que una forma particularmente llamativa de aplicarse ese castigo, y lo de “llamativa” se debe en parte a su repercusión en los medios y al paro mundial que ha provocado. Pero en esencia, es lo mismo que nos espera a todos.

Los cristianos esperamos, según nuestra fe, que la muerte nos alcance en gracia de Dios y nos abra así la entrada a la vida eterna.

Luego, recordar que en el centro del misterioso designio de Dios está la muerte del Inocente por excelencia, para salvar a los culpables, es decir, a todos nosotros.

Por el Bautismo se borra el pecado original, y de no mediar el pecado mortal, o de darse éste, si se dan también el arrepentimiento y la confesión, se está en gracia y amistad de Dios. En esos casos, el sufrimiento puede ser una prueba por la que Dios hace pasar a sus amigos, y una participación en los sufrimientos de Cristo por todos los hombres.

Hay que orar por todos aquellos cuyos sufrimientos y cuya muerte hayan sido asociados por Dios a los sufrimientos y la muerte de Cristo por la salvación de un mundo que vive de espaldas a Dios. Y no sería raro que muchos de ellos puedan ya orar e interceder por nosotros.

Recordar también que la pena temporal es una verdadera bendición de Dios para nosotros, si mediante ella se logra nuestra conversión y evitamos la pena eterna.

Una sociedad atea no tiene otra respuesta, ante una plaga como ésta, que la desesperación, o el escapismo, o la encerrona totalitaria, o el voluntarismo que nos hace persistir en el error de creernos dioses. El cristiano no puede ver así las cosas: su principal preocupación en estos días (y siempre) debe ser estar en gracia de Dios, con la esperanza de la vida eterna.

Por supuesto, todas estas cosas son verdaderas, y hay que decirlas. Luego de decirlas, el que las dice, contemplando su propia fragilidad y pecaminosidad, debe suplicar a Dios su gracia y su misericordia, y a los hermanos que se unan a esa súplica, por él y por todos.

Por otra parte, todo lo que hemos dicho se aplica igualmente a todos los otros azotes que día a día o periódicamente afligen a la humanidad. Pero lo hemos dicho a propósito del coronavirus, y eso se debe, pienso, al carácter absolutamente excepcional del paro de actividades humanas a nivel planetario que ha implicado, por primera vez, sin duda, en la historia de la humanidad.

Un paro planetario que origina grandes interrogantes para el futuro próximo, porque no pensamos que la civilización terrestre, ni tampoco un país particular, pueda resistir demasiado tiempo sin trabajo, sin comercio, sin producción de bienes, es decir, sin una actividad económica razonable.

Eso parece más preocupante, a la larga, que la enfermedad misma, y debe hacer que nos preguntemos qué proyectos pueden aparecer en un horizonte tan particular y a qué finalidades pueden servir, desde que no estamos autorizados ni por la experiencia histórica ni por la fe a creer en la inocencia absoluta de los grandes poderes de este mundo.

L’articolo Coronavirus y castigo divino proviene da Correspondencia romana | agencia de información.

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