- Raspamonedas.
Ah, si hubiéramos conocido esta palabra hace unos años, en el momento álgido de la crisis y los escándalos económicos. Este insulto era habitual en la Edad Media, cuando los cambistas solían limar un poco el canto de las monedas y acababan juntando unos cuantos kilos de oro o plata. Llamar raspamonedas a alguien es decir que es un ladrón. De guante blanco, eso sí.
- Tragavirotes.
Las palabras compuestas son perfectas para el insulto y por eso forman el grueso de esta lista. Son sonoras y muy visuales, y dejan al insultador mucho más satisfecho. ¿Quedarte en llamar a alguien “estirado” cuando puedes decir “tragavirotes”? ¡Nunca más! En la RAE todavía aparece la palabra, pero está claramente en desuso. No lo estaba en 1611, cuando aparecía definida en el Tesoro de la Lengua de Covarrubias como “los hombres muy derechos y muy severos, con una gravedad necia, que no les compete a su calidad”.
- Lechuguino.
También continúa en el Diccionario de la RAE, aunque no se use tanto como en el siglo XIX y a principios del XX. ¿A quién podemos llamar “lechuguino”? A cualquier muchacho joven e imberbe que empieza a intentar seducir a mujeres hechas y derechas fingiendo ser mayor de lo que es. Pero no se lo llames a la cara al pobre, seguro que destrozas su todavía joven y delicado ego.
- Zurumbático.
“Crónica del rey pasmado” es un gran título para un libro (y posterior película), pero podría haber sido todavía mejor: “Crónica del rey zurumbático”. El término, todavía recogido en el Diccionario de la RAE, proviene del portugués soombra< sorumbático, equivalente a “asombrado”. Eso sí, más en su acepción de persona con mala sombra y temperamento sombrío. Claro que hasta el más melancólico y pesimista tendría que esbozar una pequeña sonrisa al escuchar que alguien le llama “zurumbático”.
- Trapisondista.
Dice la RAE que un trapisondista es una persona que “arma trapisondas o anda en ellas”. ¿Sigues igual? Quizá no hayas leído suficientes novelas de caballerías y desconozcas el Imperio de Trapisonda, en Asia Menor, que existió de verdad y fue luego absorbido por los turcos, y del que Don Quijote llegó a imaginar que lo coronaban emperador. Las trapisondas son las hazañas inútiles y los trapisondistas los enredadores, los que se meten en líos casi imaginados de los que no sacan más que otros problemas.
- Pisaverde.
La forma clásica de referirse a los metrosexuales, aunque en este caso además de preocuparse por su acicalado personal son conocidos por la superficialidad de su carácter, por interesarse solo por los galanteos y por afectar elegancia. Por supuesto, normalmente carecen de fortuna. Covarrubias en el Tesoro de la Lengua (1611) explica de dónde sale el término: “La metáfora está tomada del que atraviesa en algún jardín (…) que por no hoxxar los lazos va pisando de puntillas”.
- Badulaque.
Aunque ahora relacionemos la palabra badulaque con la tienda de Apu en los Simpson, el significado real, todavía recogido por la RAE, es “persona necia, inconsistente” o “impuntual en el cumplimiento de sus compromisos”. Lo que no está tan claro es cómo se pasó de la primera acepción de la palabra, el afeite que usaban las mujeres en la cara, al insulto (que todavía se usa con distintas acepciones en Argentina, Chile y Ecuador).
- Ser de la cáscara amarga.
Esta expresión ha pasado por varios significados, así que podemos escoger el que más nos guste: los de la cáscara amarga eran en el siglo XVIII, según el Diccionario de Autoridades, “hombres traviessos y valentones, que presumen de pendencieros y alentados”. A partir del siglo XIX empezó a utilizarse para referirse, de forma peyorativa, a los progresistas, a esa gente de vida licenciosa que se pasa el día discutiendo ideas sin sacar mucho en claro.
- Estafermo.
Los estafermos son pasmarotes constantes, personas “paradas y como embobadas y sin acción”, según la RAE. Aunque literalmente se esté diciendo que esas personas “están firmes” (viene del italiano “stá fermo”), en realidad se les está comparando con lo que en el siglo XVII eran los estafermos: una figura de un hombre armado, espetado en un mástil, al que en las carreras se le golpeaba para que girase y diese con sus armas al corredor que venía detrás.
- Malquisto.
Literalmente, “mal querido”, un malquisto es alguien tan odioso y aborrecible que es rechazado allá donde va. Sigue en la RAE como “mirado con malos ojos por alguien” y se usa en distintas formas y derivados desde el siglo XIV. Existe también como verbo: deja de enemistarte con alguien y empieza a decir que os habéis malquistado. Por lo menos suena más interesante…
- Viceversa.
¿Usar la palabra “viceversa” para insultar a alguien? ¡Puedes hacerlo! Los viceversas son esas personas indecisas que no saben qué hacer o pensar, que acaban siendo contradictorios y cambiachaquetas (otro gran insulto, si lo piensas). Según cuenta Pancracio Celdrán en su Inventario general de insultos, el responsable de empezar a usar el adverbio como insulto fue el historiador Modesto Lafuente, que en el siglo XIX solía decir que “España es el país de los viceversas” para hablar de sus compatriotas ilógicos y contradictorios.