José Antonio Primo de Rivera ¿fascista?
José Antonio y el fascismo
Introducción
A principios del siglo XIX, uno de los más grandes filósofos de la Historia, Hegel, distinguía entre entendimiento y razón. El entendimiento es la facultad cognoscitiva que nos hace considerar las cosas estática y aisladamente, sin penetrar en la relación dialéctica que medra entre ellas. La razón, por el contrario, es la facultad cognoscitiva enemiga del “sano sentido común” que nos hace captar las cosas y la relación dialéctica que las une. Así, el concepto (el “qué” de la cosa, su esencia, su verdad) se percibe una vez se ha recorrido su proceso de formación y se han contemplado y comprendido todos los elementos y circunstancias que han desembocado dialécticamente en dicho concepto. Por ejemplo, lo que es un hombre determinado no se agota en lo que actualmente es, sino que su concepto abarca su nacimiento, su niñez, su madurez y todos los acontecimientos que en estas etapas de su vida se han dado. El concepto es tanto el resultado del proceso como el proceso mismo.
Esta breve consideración a la distinción hecha por Hegel entre entedimiento y razón ha sido a propósito de nuestra intención de realizar una interpretación racional (en el sentido antes apuntado) de la figura de José Antonio Primo de Rivera, concretamente acerca de su supuesta condición de fascista. Porque si hay algún tópico sobre su persona, es el de que fue fascista. Y no es un tópico infantil ni incoherente. Grandes historiadores, algunos de los cuales son autoridades intelectuales en materia de fascismo, no dudan en catalogarlo como tal. Tal es el caso de Stanley G. Payne, Ian Gibson, Émile Gentile y, en cierta manera, Julio Gil Pecharromán (uno de los biógrafos de José Antonio más imparciales y objetivos). Otros, empero, como Arnaud Imatz, lo niegan.
El mero e irreflexivo entendimiento, en efecto, nos dice que José Antonio fue fascista y, por ende, que la Falange Española fue un movimiento fascista. Saludo romano, subvención de la Italia de Mussolini, varios escritos elogiando el fascismo italiano y un notable parecido ideológico en los 27 Puntos programáticos de la Falange. Pero, así como la mariposa es mariposa y no gusano, pese a que pasó por una fase de gusanidad, José Antonio fue un nacional-sindicalista y no un fascista, aunque tuvo una época de fascisticidad. En efecto, José Antonio empezó su andadura política deslumbrado por el fascismo italiano. José Antonio estaba profundamente preocupado por el conflicto social, pero no aceptaba la solución bolchevique. Quería un régimen que instaurara la justicia social a la vez que afirmara el fervor patriótico que uniera a todos los españoles en una unidad de destino, requisito para mantener un orden justo basado en la cohesión social y el hermanamiento entre los españoles. Esta mezcla de lo social y lo nacional estaba en el fascismo italiano[1], y por eso lo defendió (aunque nunca se declaró fascista). José Antonio tenía una imagen idealizada del fascismo, el cual se presentaba como una auténtica revolución anticapitalista, lo cual resultó ser un espejismo. José Antonio, que era profunda y sinceramente anticapitalista, vió como el fascismo seguía manteniendo el alma del capitalismo bajo una fachada aparentemente revolucionaria. Para él, que leyó El Capital y compartía las tesis de Marx sobre la plusvalía y otros aspectos del capitalismo, el fascismo resultaba insuficiente. Y no sólo eso, sino que chocaba frontalmente con su concepción del hombre y del Estado. Así, la razón puede mostrar cómo este hombre, que empezó elogiando el fascismo, no incluye el elemento “fascismo” en su esencia humana ni política.
En este ensayo intentaremos demostrar que José Antonio nunca fue fascista, por mucho que lo pareciera. Mostraremos que sus elogios a Mussolini y su régimen proceden de una visión distorsionada del fascismo, y lo mostraremos mediante dos procedimientos. El primero será mostrar brevemente cómo, a partir de 1935, dirigió críticas al fascismo (recordemos, además, que nunca se autoconsideró fascista). El segundo procedimiento será mostrar cómo su pensamiento es esencialmente distinto de la ideología fascista.
Críticas al fascismo
“Nosotros hemos venido a salir al mundo en ocasiones en que en el mundo prevalece el fascismo y esto, le aseguro al señor Prieto, que más nos perjudica que nos favorece, porque resulta que el fascismo tiene una serie de accidentes externos intercambiables que no queremos para nada asumir”[2]
“Este recurso [el corporativismo] mantiene hasta ahora intacta la relación del trabajo en los términos en que la configura la economía capitalista; subsiste la posición del que da el trabajo y la posición del que arrienda su trabajo para vivir”[3]
En esta crítica se deja entrever la lectura de Marx: el régimen capitalista se basa en la propiedad privada de los medios de producción en manos exclusivas del capitalista, el cual ofrece trabajo al obrero, que debe vender su fuerza de trabajo para obtener un salario con el cual adquirir sus medios de subsistencia. Por su parte, el capitalista obtiene la plusvalía. Ésta, que es el alma del capitalismo o la sustancia del capital, será considerada por José Antonio de forma muy parecida a la de Marx, como veremos más adelante. En otros textos, José Antonio califica al fascismo de “fundamentalmente falso” y lo acusa de “fatigoso por la permanencia en la crispación” y por la “absorción del individuo en la colectiviad”.[4]
Podríamos citar más pasajes en los cuales José Antonio dirige críticas al fascismo, pero creemos que estas pocas son suficientes y bastante explícitas, por lo que seguiremos con la segunda parte del ensayo: comparar el pensamiento joseantoniano con la ideología fascista a fin de demostrar que ambas son esencialmente diferentes.
El pensamiento joseantoniano y la ideología fascista
Para comparar el pensamiento joseantoniano con la ideología fascista, primero debemos hacer algunas consideraciones sobre las características del fascismo. En primer lugar, señalar que no utilizamos el término “fascista” en sentido despectivo[5], sino que pretendemos denotar sus características fundamentales de manera objetiva e imparcial. Sin embargo, caracterizar el fascismo no es tarea fácil. El fascismo genérico es una entidad política etérea, puesto que los diversos movimientos fascistas fueron muy distintos entre ellos. Existen dos “fascismos paradigmáticos”, que son el italiano y el alemán, mas hay fuertes divergencias incluso en la cuestión de si el nacionalsocialismo fue realmente un movimiento fascista. De todas formas, parece ser que hay una serie de comunes denominadores que se dan en todos los movimientos fascistas, los cuales han sido estudiados en profundidad por Renzo de Felice, Ernst Nolte, Stanley Payne y Gentile entre otros. Aun así, el debate no está del todo cerrado, y consideramos que el juicio de Angelo Tasca (juicio muy hegeliano) es muy acertado: “Definir el fascismo es, ante todo, escribir su historia»[6]. Ernst Nolte propuso unos “mínimos fascistas” que consistían en antimarxismo, antiliberalismo, anticonservadurismo, principio del liderazgo, un ejército del partido y el totalitarismo como objetivo. Sin embargo, estos mínimos son demasiado vagos, algunos fueron adoptados por movimientos comunistas (antiliberalismo, anticonservadurismo, el principio del liderazgo y el ejército del partido en la Rúsia de Lenin y, más acentuadamente, en la de Stalin, por poner un ejemplo), y el último “mínimo”, referente al totalitarismo, resulta demasiado ambiguo, puesto que el totalitarismo ha generado un debate aparte que genera tanta divergencia (o más) que el propio debate sobre el fascismo.[7] Así pues, hay que desarrollar esos mínimos para caracterizar de forma correcta el fascismo, así que apelaremos a las autoridades en esta materia para esclarecer la exposición. Paralelamente, iremos sentando las diferencias esenciales entre el fascismo y el pensamiento joseantoniano.
1.-Estado y totalitarismo
“[Los fascismos] reclamaban el monopolio del poder político y el control total de las masas, envolviendo a la sociedad en las espiras de un régimen totalitario que subordinaba individuo y colectividad al partido único en nombre de mitos nacionalistas y racistas, de potencia y de expansión”[8]
En efecto, el fascismo aspiraba a la dominación total del Estado y, a través de éste, de la sociedad, lo cual se dio a conocer con el nombre de “totalitarismo”. Sin embargo, existen, como ya hemos dicho, divergencias en torno a este término, por ejemplo, Gentile y la mayoría de historiadores no dudan en calificar el la Italia fascista de régimen totalitario, pero Hanna Arendt y Payne no consideran que el régimen de Mussolini fuera totalitario, lo cual ha sido corroborado por el estudio de Tannenbaum del régimen fascista italiano en su obra “La experiencia fascista”. Pero existe un acuerdo más o menos consensual en afirmar que el fascismo es, esencialmente, totalitario (y, por lo tanto, todo régimen fascista es totalitario o, como mínimo, potencialmente totalitario). José Antonio, no puede negarse, utilizó el término “totalitario” para exponer la doctrina del Estado nacional-sindicalista. Ahora bien, ¿se refería a lo mismo que se referían Mussolini o Hitler?
Para Mussolini y Hitler, el Estado debía ser el máximo guía de la nación. Defendían un panestatismo absoluto y una sumisión total de los ciudadanos a la maquinaria estatal, única garante del bienestar así como fin último del pueblo. En el fascismo, la nación se identifica totalmente con el Estado[9], y éste rige la vida del pueblo, el cual no tiene que decidir nada, puesto que el Estado decide por él[10]. Ya hemos visto cómo José Antonio criticaba la absorción del individuo por parte del Estado en el fascismo. Como veremos, José Antonio afirmaba la libertad invididual y el respeto al hombre, portador de valores eternos. Más adelante veremos cómo reconcilia la individualidad con la colectividad eludiendo el panteísmo estatal. En el nazismo, en cambio, el Estado es el conservador de la raza aria[11], única heredera legítima de la soberanía mundial[12]. El Estado nazi, pues, ejerce un control absoluto sobre los ciudadanos y los reduce a una colectividad homogénea cuyo único destino es afianzar la pervivencia y el dominio ario. No hace falta señalar nada en este caso: José Antonio concebía España como una unión de pueblos diferenciados entre sí, y no la consideraba una unidad lingüística ni racial, sino una unidad de destino[13]. De hecho, llegó a expresar su repulsa hacia el racismo.
Vayamos ahora con la concepción de José Antonio del Estado y lo que para él era el totalitarismo. Ya en los 27 Puntos programáticos de Falange surge este término:
“26. Nuestro Estado será un instrumento totalitario al servicio de la integridad patria. Todos los españoles participarán en él a través de su función familiar, municipal y sindical (…).” (la cursiva es nuestra)
Para José Antonio Primo de Rivera, el totalitarismo no significaba el control total del Estado sobre los ciudadanos, sino la participación total de la totalidad de los ciudadanos en el Estado. Los ciudadanos no son sólo el cuerpo del Estado, sino que son su espíritu. Ellos deben formar parte, a través de las organizaciones familiares, municipales y sindicales, del Estado nacional-sindicalista, y participar en él mediante dichas organizaciones, y no a través de los partidos políticos. Ahora bien, eso no significa que José Antonio abogara por un Estado relativista y que aceptara cualquier decisión. Afirmaba la existencia de verdades eternas y de unos mínimos establecidos que no eran sujetos de discusión: el respeto por el hombre y la unidad de España:
“7. La dignidad humana, la integridad del hombre y su libertad son valores eternos e intangibles.
Pero sólo es de veras libre quien forme parte de una nación fuerte y libre.
A nadie le será lícito usar su libertad contra la unión, la fortaleza y la libertad de la Patria. Una disciplina rigurosa impedirá todo intento dirigido a envenenar, a desunir a los españoles o a moverlos contra el destino de la Patria”
José Antonio Primo de Rivera, pues, postulaba un sagrado respeto por el individuo[14], y reconciliaba la colectividad de individuos que conforman la nación en la idea de España como unidad de destino. Cuando dice que España está por encima de todos los individuos no se refiere a una abstracción vaga de reminiscencias mitológico-románticas como hace el fascismo, sino que tiene en mente la idea metafísica concreta de España como unidad de destino. Unidad de pueblos y, por tanto, de individuos. Unidad que debe establecerse espiritualmente a través del bienestar material de los hombres y una profunda justicia social. Y esto es importante. La Patria es un fin en sí mismo, y lo es en tanto que es la unidad de las personas en un mismo destino colectivo. No es que el Estado o la Nación (entendiendo ésta de manera abstracta) estén por encima del pueblo (como en el fascismo), sino que la colectividad está por encima del individuo, pero dicha colectividad no puede ser feliz si no lo son todos y cada uno de sus individuos. En el fascismo, Italia como Estado está por encima de los ciudadanos; en el falangismo, España como unidad de individuos está por encima de los individuos. Cuando José Antonio dice que la Patria es una entidad metafísica superior aun al conjunto de todos los individuos tiene en mente una entidad metafísica que incluye implícitamente a los individuos, porque una unidad (unidad de destino en lo universal) es unidad de pueblos, y los pueblos están constituídos por individuos. Es una exaltación a la fraternidad y a la hermandad entre los españoles, unidos por el transcurso de la Historia. Para José Antonio, la unidad de España no se reivindica porque sí, no solamente porque es lo que hay que hacer por exigencias históricas (como hace, supuestamente, la derecha), sino porque en ella es como puede erigirse un sistema justo y solidario. Esa unidad de España que la Historia nos impele a conservar es, a la vez que un imperativo espiritual, una exigencia para implantar la Justicia Social. Es la armonía entre espíritu (patriotismo) y materia (distribución absolutamente equitativa y justa de las riquezas). Hay, pues, una reciprocidad entre interés individual e interés común. Pero el interés común prevalece sobre el privado. Por eso José Antonio es anticapitalista y antiliberal. Más adelante nos ocuparemos de su anticapitalismo. Esta simbiosis entre bienestar colectivo/bienestar individual sólo puede darse en el Estado, el cual debe defender con determinación los principios básicos del modelo nacionalsindicalista de respeto al hombre, unidad de la Patria y justicia social (anticapitalismo), pero no debe ser el intérprete de las necesidades individuales ni el administrador de la vida y bienes de los ciudadanos:
“Y el Estado español puede ceñirse al cumplimiento de las funciones esenciales del Poder descargando no ya el arbitraje, sino la regulación completa, en muchas aspectos económicos, a entidades de gran abolengo tradicional: a los Sindicatos, que no serán ya arquitecturas parasitarias, según el actual planteamiento de la relación de trabajo, sino integridades verticales de cuantos cooperan a realizar cada rama de producción”[15]
Vemos pues, que, en el pensamiento joseantoniano, el Estado tiene una función y una esencia completamente distinta del Estado fascista. No es el “intérprete de las necesidades del pueblo”. Es un conciliador de la colectividad con la individualidad (no absorción de ésta por aquélla), un firme defensor de la unidad nacional y un pilar que mantenga las relaciones laborales con justicia, es decir, un muro inquebrantable que impida que el capitalismo pervierta las relaciones de producción. No puede negarse que hay un autoritarismo intrínseco en José Antonio, muy marcado durante los años 1933-34, pero que a finales del 34 va evolucionando hacia la concepción que acabamos de exponer, más cercana a la democracia orgánica que a un régimen autoritario, si bien sigue siéndolo respecto a lo que él considera las verdades eternas. ¿Acaso no es justo imponer, aunque sea autoritáriamente, la Justicia? Ninguna Revolución puede hacerse sin autoridad. Curiosamente, en su pensamiento político puede rastrearse un cierto rousseaunismo (pese a la poca estima en que tenía a Roussseau) en las cuestiones de participación ciudadana al margen de los partidos políticos[16] y en la defensa de la individualidad y la libertad del pueblo, pero dentro de unos límites marcados por verdades indiscutibles[17]. Obviamente, no puede clasificarse a José Antonio como un seguidor de Rousseau (¡ni mucho menos!). Estas similitudes, al examinarlas atentamente, son sutiles y tienen matices. Pero ahí están. Curiosamente, José Antonio jamás abogó explícitamente por la pena de muerte, como sí hizo el demócrata Rousseau.
Sea como sea, nada tiene que ver el humanismo pro-individualista (a la vez que colectivista) joseantoniano con el afán dominador y antiindividualista del fascismo:
“Históricamente, sólo el fascismo, de entre los regímenes de partido único del siglo XX, se autodefinió como Estado totalitario, refiriéndose con esto a su concepción de la política y a su régimen de tipo nuevo, , fundado en la concentración del poder en las manos del partido y del Duce, y en la organización capilar de las masas, con el propósito de “fascistizar” la sociedad a través del control del partido en todos los aspectos de la vida individual y colectiva, con el fin de crear una nueva raza de conquistadores y de dominadores”[18]
2.-Economía
El fascismo siempre se ha jactado de ser anticapitalista. Los fascistas, para corroborar eso, apelan a las mejoras en las condiciones de trabajo que instauraron, al menos formalmente, Mussolini y Hitler. Derecho a paro, vacaciones pagadas, más descansos, pagas extras, etc. Incluso afirma Tannenbaum que, en ocasiones, los sindicatos fascistas consiguieron ciertas ventajas para el obrero respecto al empresario. El fascismo se proponía elevar el nivel de vida del trabajador. Dice Mussolini
“En el terreno económico, el objetivo de nuestra marcha es la realización de una más alta justicia social para el pueblo italiano”[19]
“Nosotros no queremos oprimir al proletariado(…), lo queremos elevar material y espiritualmente…”[20]
El fascismo italiano se constituyó en un sistema corporativo, del que Ernst Nolte dirá que “es el sistema del Estado de partido en el que el proletariado se encuentra a la disposición de su dirigente como una masa que obedece”[21]. El fascismo, pues, instauró una revolución estética, moral y espiritual, pero dejó intacto el modo de producción capitalista, si bien camuflado bajo concesiones a las demandas sociales de la clase trabajadora. Para comprender en profundiad el sistema capitalista, sus fundamentos y por qué es injusto, es necesario leer a Marx[22]. El capitalismo se basa en el enriquecimiento por unos a costa del trabajo de otros, lo que en economía se traduce en la autovalorización del capital mediante la compra de la fuerza de trabajo del obrero. En efecto, tanto en la Italia fascista como en la Alemania nazi se siguieron dando estas mismas relaciones de producción. Seguía habiendo una masa de trabajadores a los que se les sustraía el valor producido durante su jornada de trabajo, entregándoseles el precio de su fuerza de trabajo en forma de salario, pero nunca retribuyéndoles el valor producido durante su jornada laboral. El fascismo se ganó a una parte de la clase trabajadora y campesina debido a la mejora en las condiciones laborales y, como hemos dicho, a concesiones cedidas a las demandas de los trabajadores. Pero, bajo esa fachada de justicia social, la maquinaria capitalista seguía intacta, y el capital seguía alimentándose de la fuerza de trabajo de los obreros, si bien con dificultades debidas a la fuerte centralización económica intrínseca del fascismo. Conviene recordar las palabras de José Antonio que ya hemos citado más arriba: “Este recurso [el corporativismo] mantiene hasta ahora intacta la relación del trabajo en los términos en que la configura la economía capitalista; subsiste la posición del que da el trabajo y la posición del que arrienda su trabajo para vivir”. Esto coincide plenamente con las críticas que han dirigido al fascismo tanto los teóricos marxistas (que, obviamente, no pueden ser imparciales) como con las constataciones de historiadores especializados en materia de fascismo[23]. La política socio-económica del fascismo es, pues, populista. Las reformas pueden ser más o menos significativas, pero para hacer una revolución anticapitalista no basta con modificar las relaciones de producción; hay que cambiarlas. ¿Qué opinaba José Antonio al respecto?
“El que con la economía capitalista, tal como está montada, nos dediquemos a disminuir las horas de trabajo, a aumentar los salarios, a recargar los seguros sociales, vale tanto como querer conservar una máquina y distraerse echándole arena en los cojinetes. Así se arruinarán las industrias y así quedarán sin pan los obreros.
En cambio, con lo que queremos nosotros, que es mucho más profundo, en que el obrero va a participar mucho más, en que el Sindicato obrero va a tener una participación directa en las funciones del Estado, no vamos a hacer avances sociales uno a uno, como quien entrega concesiones en un regateo, sino que estructuraremos la economía de arriba debajo de otra manera distinta, sobre otras bases, y entonces sucederá, señor Gil Robles, que se logrará un orden social mucho más justo”[24]
Queda soberanamente claro que José Antonio era enemigo del populismo y de las migajas que los capitalistas dejan caer de sus mesas para que los trabajadores puedan comer y sobrevivir para tenerlos cada día a las puertas de las fábricas. José Antonio aceptaba la coleboración entre clases sociales que postulaba el fascismo (aunque no es exclusivo de éste, Ortega y Gasset también abogava por tal colaboración en miras al bien común). Ahora bien, hay una diferencia sustancial: el fascismo quiere basar la colaboració de clases en los intereses nacionales entendidos éstos como el enriquecimiento de la nación. La justicia social es un medio para el enriquecimiento de la Patria. Para José Antonio, en cambio, la justicia social no es un medio, sino un fin. Al abolir la propiedad privada en sentido capitalista[25] y al realizar el ideal de “la empresa es de quien la trabaja” asignando la plusvalía al trabajador mismo y no al empresario[26], el capitalismo muere, pues las empresas son propiedad privada comunitaria, de todos los trabajadores. José Antonio no negaba una jerarquía en las empresas, ni diferencias retributivas. Pero negaba la alienación del trabajo y de la plusvalíam que debía ser atribuída a cada trabajador que la ha producido. Así, la figura del empresario capitalista desaparece. Todos son trabajadores y, a la vez, todos son propietarios. Por eso hablamos de propiedad privada comunitaria: la empresa, en el nacionalsindicalismo, deviene necesariamente una cooperativa. En este aspecto, el pensamiento joseantoniano conecta con el pensamiento de Marx en la crítica al capitalismo, ofreciendo soluciones distintas pero destruyendo igualmente las bases del capitalismo: la propiedad privada capitalista de la empresa y la apropiación de la plusvalía producida por el obrero por parte del empresario[27].
Así pues, mientras que el fascismo se quedaba en un populismo encarnado en reformas sociales más o menos notables pero nunca radicales, José Antonio logra comprender la esencia del capitalismo (probablemente gracias a la lectura de El Capital, tarea que muchos marxistas se han dispensado) y propone soluciones fecundas y auténticamente revolucionarias. En el libro de Mussolini El espíritu de la revolución fascista, libro clave de la ideología fascista, no hay ninguna referencia a la plusvalía, ni a la propiedad privada capitalista (ni, por supuesto, la necesidad de abolir ambas). Más bien dice cosas como que “ahora comienza la verdadera historia del capitalismo, pues éste no es tan sólo, como decís, un sistema de opresión, sino también una selección de valores, una coordenación de jerarquías y un sentido más amplio de la responsabilidad personal”[28]. Mussolini también dice:
“(…)hay un límite para el capital y un límite para el trabajo. El capital, de no ir al suicidio, no puede pasar más allá de una cifra en el dato trabajo, y éste no puede ir más allá de un cierto signo con respecto al capital”[29]
Y, teniendo en cuenta la diferenciación entre capital y trabajo:
“(…)sólo en la unión armoniosa y sistemática de todas las fuerzas productivas encontrarán alivio las condiciones materiales de vida de todas las clases…”[30]
La ideología fascista, pues, presenta la propiedad privada del capital como algo que puede conciliarse con el bienestar material de la clase trabajadora. Y aunque es cierto que con una sabia política socio-económica podría conseguirse, no menos cierto es que eso no sería justicia social, porque en tal caso, por muchas mejoras laborales y por mucho nivel adquisitivo que ganaran los trabajadores, el sistema seguiría siendo injusto: unos se enriquecerían a costa del trabajo de otros. Por eso el fascismo no es anticapitalista, porque el capitalismo vive en su seno mismo, ya que no cambia las relaciones de trabajo. ¿Qué piensa José Antonio de la armonización entre capital y trabajo?
“¿Qué es esto de armonizar el capital y el trabajo? El trabajo es una fución humana, como es un atributo humano la propiedad. Pero la propiedad no es el capital: el capital es un instrumento económico, y como instrumento, debe ponerse al servicio de la totalidad económica, no del bienestar personal de nadie. Los embalses de capital han de ser como los embalses de agua; no se hicieron para que unos cuantos organicen regatas en la superficie, sino para regularizar el curso de los ríos y mover las turbinas en los saltos de agua”[31]
3.- Violencia
Otra de las caracteríticas del fascismo es la evaluación positiva y glorificación de la violencia. Aunque esto no sea exclusivo del fascismo (Marx consideraba la violencia como la partera de la Historia), lo cierto es que en él se da de una forma más acentuada que en otros movimientos, aunque hay que decir que ha habido regímenes comunistas mucho más salvajes y despiadados que la Italia de Mussolini. Como dice Payne:
“Lo exclusivo del fascismo, en relación con la violencia, fue su evaluación teórica por muchos movimientos fascistas, para los cuales la la violencia poseía por sí misma y en sí misma un cierto valor positivo y terapéutico, y que estimaban necesaria cierta dosis de lucha violenta y continua, a la manera soreliana y del darwinismo social extremo, para la salud de la sociedad nacional”[32]
Suele achacársele a la Falange y a José Antonio una actitud extremadamente violenta. Para ello se recuerda una y otra vez lo de “la dialéctica de los puños y las pistolas”. Esta frase, sacada de contexto, no fue pronunciada como una apología de la violencia desenfrenada contra los adversarios, sino como un alegato a la opción de la violencia como último recurso, porque “bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria”[33]. Leída la frase entera y contextualizada (el clima de violencia en esa época estaba generalizado) y, sobretodo, comparada con otras declaraciones de anarquistas, comunistas y socialistas (en especial, Largo Caballero), se ve que la violencia de José Antonio no sobrepasaba a la violencia reivindicada (y practicada) por otros. Cabe señalar, además, que José Antonio siempre fue reticente respecto de la violencia mortal. La primera represalia que mandó tomar contra los socialistas era una respuesta a la undécima víctima falangista (Juan Cuéllar) a manos de los socialistas. Después de tomar la decisión, muy difícil para él, le dijo a Ernesto Giménez Caballero: “yo no he nacido para esto, Ernesto. Yo he nacido para matemático del siglo XVII”. O, como le dijo a Indalecio Prieto en el parlamento:
“Yo no pensé ni por un instante que estas cosas se tuvieran que mantener por la violencia, y la prueba es que mis primeras actuaciones fueron pacíficas(…), se iniciaron contra nosotros agresiones cada vez más cruentas, y por manos movidas, seguramente con intención tan limpia como la de mis amigos, tal vez movidos después a represalias,. Pero estas represalias vinieron mucho después, tanto después que (…) incluso en periódicos conservadores nos afeaban que no nos entregásemos al asesinato […]
Yo no me hubiese dedicado para nada, no a usar la violencia, sino ni siquiera a disculpar la violencia, si la violencia no hubiera venido a buscarnos a nosotros”[34]
José Antonio Primo de Rivera no era especialmente violento. Consideraba la violencia, más que nada, como un instrumento para defenderse en caso de agresión o para utilizarla en casos excepcionales y justificados. Nunca abogó por la lucha física sistemática contra sus adversarios políticos, a muchos de los cuales consideraba equivocados con buena fe e, incluso, movido po ideales justos. No en vano definió el comunismo como “una versión infernal del afán hacia un mundo mejor”. Por eso estaba abierto al diálogo con sus adversarios políticos, y por eso muchos de los que le conocieron, pese a ser adversarios políticos, le recuerdan como una buena persona. En efecto, hay testimonios de socialistas y anarquistas como Prieto, Zugazagoitia, Teodomiro Menéndez o Abad de Santillán que remarcan el humanismo de José Antonio, su voluntad de diálogo e, incluso, las grandes coincidencias ideológicas. Payne, que no duda en calificar a José Antonio como líder fascista, dice de él que “fue el que más repulsión sentía por la brutalidad y la violencia relacionadas con el quehacer fascista”[35]. En efecto, en los puntos iniciales de la Falange leemos:
“La violencia puede ser lícita cuando se emplee por un ideal que la justifique.
La razón, la justicia y la Patria serán defendidas por la violencia cuando por la violencia –o por la insidia– se las ataque.
Pero Falange Española nunca empleará la violencia como instrumento de opresión.
Mienten quienes anuncian –por ejemplo– a los obreros una tiranía fascista.
Todo lo que es HAZ o FALANGE es unión, cooperación animosa y fraterna, amor.”[36]
Podría pensarse que todo esto es habladuría y creer lo que dice la izquierda actual, a saber, que José Antonio Primo de Rivera era un fascista violento, un monstruo sanguinario y despiadado que no dudaba en pegar tiros a los que se oponían a él. Curiosamente, los izquierdistas que dicen esto son todos actuales. Hemos apuntado ya que varios socialistas y anarquistas de su época, que le conocieron, no corroboran estos juicios, antes al contrario, le respetaban y apreciaban. ¿Y por qué? Pues porque José Antonio sabía ver detrás de todo socialista, de todo comunista y de todo anarquista a un ser humano que, si bien estaba equivocado, se movía por aspiraciones sociales justas.
Respecto a los historiadores, ya hemos visto cómo Payne recalca la reticencia de José Antonio Primo de Rivera hacia la violencia fascista. Ian Gibson, que hace una afirmación tan gratuita como: “Con Hitler y Mussolini, José Antonio cree que la violencia utilizada contra los enemigos del fascismo es legítima”[37], dedica un capítulo entero a la violencia de José Antonio, [38] narrando sus episodios de “cólera bíblica” en los que se valió de los puños. En la biografía de José Antonio, como demuestra (entre otros) el propio Gibson (y por eso no entendemos la afirmación gratuita y, hay que decirlo, irracional antes mencionada) no existen episodios de violencia mortal ni de ensañamiento contra sus adversarios. No tenía más voluntad de violencia que de diálogo, y aun podríamos decir que gustaba más de practicar éste que aquélla.
José Antonio Primo de Rivera, empero (y como todo revolucionario), no renunciaba a la violencia. La consideraba justa y necesaria en ciertas ocasiones. Mas no puede decirse que su propensión a la violencia era la misma que sentían los fascistas. José Antonio no era más violento que cualquier político revolucionario de los años 30, y aun podríamos decir que guardaba un respeto y una consideración para la vida humana que no se daban en muchos otros. Ante las demandas furibundas de los falangistas más extremistas de responder con violencia dura los asesinatos de sus camaradas, José Antonio alegó que la vida es milicia y que no hay que caer en una espiral de violencia con los compatriotas, sino que hay que aceptar que, en aras de una España mejor, habrá que llorar a varios camaradas. En esto se parecía mucho al anarquista Melchor Rodríguez, llamado “el ángel rojo” por salvar a derechistas y falangistas de las checas durante la guerra civil, el cual pronunció las palabras “se puede morir por un ideal, pero nunca matar”. José Antonio empezó con es amisma mentalidad y, pese a que no pudo sustraerse a la espiral de violencia (que, por cierto, él no empezó) de la época, su horror hacia el inicio de la guerra civil le hizo reflexionar y luchar como pudo, desde la cárcel, por una reconciliación entre ambos bandos, proponiendo un gobierno de reconciliación en el que figuraban ministros de todas las tendencias, excepto comunistas y (¡ojo al canto!) falangistas. Un gesto de sincera voluntad de reconciliación y de suavización del extremismo. Un gesto que le honra.
Conclusiones finales
Hemos visto ya que la concepción joseantoniana del Estado, del individuo, de la economía e incluso de la violencia son agudamente diferentes de la ideología fascista. José Antonio Primo de Rivera no era fascista, ni la Falange un movimiento fascista. Esta identificación se ha mantenido a lo largo de las décadas debido a la falta de un estudio crítico del pensamiento joseantoniano en su totalidad y de una ulterior comparación crítica con el fascismo. Payne hace una mínima concesión: “Desde 1934, José Antonio empezó a percatarse de algunas – no todas – de las deficiencias del fascismo político”[39].
El problema es que siempre se parte de la base que José Antonio era fascista, y nunca se ha pensado en la posibilidad de que esto no sea cierto. Además, los evidentes parecidos estéticos e incluso discursivos, sobretodo durante los años 33 y 34, no ayudan en este sentido. Sin embargo, contextualizando, leyendo críticamente con objetividad, estudiando diversas biografías y ensayos de autores con diversos puntos de vista, y comparando el pensamiento joseantoniano con el fascismo, puede verse claramente que hay una enorme distancia entre ambos. Arnaud Imatz lo sintetiza a la perfección:
“La Falange joseantoniana, a diferencia del fascismo italiano, no admite la relación bilateral del trabajo, sino que defiende la integración completa de los dos factores de producción, la atribución de la plusvalía a los productores y la implantación de la propiedad sindical, comunal y familiar. No sitúa el valor fundamental en el Estado, sino en la lex aeterna, en el “hombre portador de valores eternos”, capaces de salvarle o condenarle”[40]
Si a esto le sumamos su repulsa al racismo, a la violencia mortal (coherente con su concepción del hombre) y su voluntad de diálogo para con sus adversarios políticos, tenemos una imagen muy distinta de José Antonio de la que suele darse.
No es superfluo repetirlo tantas veces como se ha repetido lo contrario: José Antonio Primo de Rivera no era fascista; la Falange no es un movimiento fascista.
[1] Aunque cabe señalar que esta mezcla de lo social con un sentimiento de hondo patriotismo estuvo en algunos regímenes comunistas, como por ejemplo la Cuba de Castro el cual, dicho sea de paso, leía, en su juventud, tanto a Lenin como a José Antonio.
[2] Discurso en el Parlamento, 3 de Julio de 1934. Nótese que a fecha tan temprana como 1934 ya se distancia del fascismo.
[3] “Ante una encrucijada…” Conferecia del 9 de Abril de 1935
[4] “Dos esquemas de libro”, citado por Enrique de Aguinaga en José Antonio Primo de Rivera de la colección Cara Cruz de Ediciones B
[5] “En el lenguaje político corriente el término “fascismo” se utiliza universalmente en sentido despectivo(…). En un proceso continuo de inflación semántica, el concepto de fascismo ha sdo adoptado indiscriminadamente en la lucha política, en la historiografía y en las ciencias sociales, convirtiéndose en algo cada vez más genérico” (Gentile (2002), Fascismo. Historia e interpretación, Ed. Alianza P. 53
[6] Angelo tasca, El nacimiento del fascismo. Citado por Gentile en op. citada, P 57
[7] Sin embargo, creemos que un estudio bastante concluyente sobre el totalitarismo está en la monumental obra de Hanna Arendt (2006), Los orígenes del totalitarismo, Ed. Alianza
[8] Gentile, op. citada, P 52
[9] “Queremos unificar la Nación en el Estado soberano, que está sobre todos, y puede estar contra todos(…)”
“El Estado controla todas las organizaciones que estén fuera de él, pero no puede ser controlado por dentro” Benito Mussolini (1976), El espíritu de la revolución fascista, Ed. Informes, pp 217-218
[10] “El Estado vuelve por sus derechos y su prestigio como intérprete único y supremo de las necesidades nacionales. El pueblo es el cuerpo del Estado y el Estado es el espíritu del pueblo” Mussolini, op. citada, P 211
[11] “(…)el Estado no es un fin, sino un medio(…), el fundamento en que ha de apoyarse la más alta cultura humana(…). El Estado, como tal, no crea un nivel cultural definido; puede, sencillamente, limitarse a contener la raza que le decide” Adolf Hitler (1974), Mi Lucha, Ed. Petronio, P. 180
[12] “En su capacidad como Estado, la Nación alemana habrá de reunir en torno suyo a todos los alemanes; y no se limitará a escoger lo mejor entre sus elementos raciales originales y a conservarlos, sino que los elevará, además, lenta y seguramente a una posición de preeminencia”, Hitler, op. citada, P 183
[13] Ver “Sobre Cataluña” en José Antonio, op. citada, pp 109ss, y “Los vascos y España”, pp 179ss
[14] “(…)la revolución total(…) tiene que empezar por el individuo(…). Y el día en que el individuo y el Estado, integrados en una armonía total, vueltos a una armonía total, tengan un solo fin, un solo destino, una sola suerte que correr, entonces sí podrá ser fuerte el Estado sin ser tiránico, porque sólo empleará su fuerza para el bien y la felicidad de sus súbditos”. José Antonio Primo de Rivera (1970), Textos de doctrina política, Ed Cronológica, p 511
[15] José Antonio, op. citada, P426
[16] “El pueblo inglés se engaña al creerse libre. No lo es más que durante la elección de los miembros del Parlamento. Apenas elegidos, vuelve a ser esclavo, no es nada.” Rousseau (1996), El contrato social, Ed. Alba, p 180 Rousseau condena, explícitamente, la democracia representativa, es decir, el sistema de partidos.
[17] “Si alguien, después de reconocer públicamente estos dogmas, se conduce como si no creyera en ellos, debe ser castigado con la pena de muerte, pues ha cometido el mayor de los crímenes mintiendo ante las leyes” Rousseau, op. citada, pp 165-166
[18] Gentile, op. citada, P 80
[19] Mussolini, op. citada, p 163
[20] Mussolini, op. citada, p 173
[21] Ernst Nolte (1976), El fascismo en su época, Ed. Península, P 257
[22] El Capital es la más grande exposición crítica del sistema capitalista. Sus elementos fundamentales aparecen en casi todas las obras de Marx: Manuscritos de economía y filosofía; Trabajo asalariado y capital; Salario, precio y ganancia; etc.
[23] “[la revolución fascista se caracteriza] por un cambio en la estructura de la élite y en la forma de gobierno, sin ningún trastorno de la estructura social” (la cursiva es nuestra). Raymond Aron, citado por Gentile en op. citada P 111
[24] José Antonio, op. citada, P 335
[25] “La propiedad privada es lo contrario del capitalismo; la propiedad privada es la proyección del hombre sobre sus cosas: es un atributo elemental humano. El capitalismo ha ido sustituyendo esta propiedad del hombre por la propiedad del capital, del instrumento técnico de dominación económica”. José Antonio, op.citada, P 560
[26] “[contra la economía capitalista y la comunista] levantamos la sindicalista, que no absorbe en el Estado la personalidad individual ni convierte al trabajador en una pieza deshumanizada del mecanismo de producción burguesa. Esta solución nacionalsindicalista(…)acabará de una vez con los intermediarios políticos y los parásitos. Aliviará a la producción de las cargas con que la abruma el capital financiero. Superará su anarquía, ordenándola. Impedirá la especulación con los productos, asegurando un precio remunerador. Y, sobre todo, asignará la plusvalía, no al capitalista, no al Estado, sino al productor encuadrado en sus sindicatos” (la cursiva es nuestra) José Antonio, op. citada, pp 737-738
[27] “…desmontaremos el aparato económico de la propiedad capitalista que absorbe todos los beneficios para sustituirlo por la propiedad individual, por la propiedad familiar, por la propiedad comunal y por la propiedad sindical” José Antonio, op. citada, P 563
[28] Mussolini, op. citada, P 94
[29] Mussolini, op. citada, P 98
[30] Mussolini, op. citada, P 100
[31] José Antonio, op. citada, P 427 Otro fuerte contraste: Dice Mussolini: “Nuestro sindicalismo se distingue de los otros en que, por ningún motivo, admitimos la huelga en los servicios públicos” Mussolini, op. citada, P 95. Por el contrario, dice José Antonio: “No queremos esquiroles, queremos obreros revolucionarios”
[32] Stanley G Payne (1995), Historia del fascismo, Ed. Planeta, P 20
[33] José Antonio, op. citada, pp 67-68
[34] Ibídem, pp 267-268
[35] Payne, op. citada, P 331
[36] José Antonio, op. citada, P 93
[37] Ian Gibson (1980), En busca de José Antonio, Ed. Planeta, P 53 (nota a pie de foto)
[38] Ibídem, pp 179ss
[39] Payne (2003), José Antonio Primo de Rivera (con un ensayo de Enrique de Aguinaga), Ed. B, P 272
[40] Arnaud Imatz (2006), José Antonio:entre odio y amor, Ed. áltera, P 326
Información publicada en Pensar Hispánico.
No deja de hacerme gracia el artículo, el cual arrima el ascua a su sardina en lo que quiere y muestra una amnesia total en otras.
-Están muy bien las piruetas del artículo, pero vayamos al grano. Eso del saludo, las camisas, los himnos, etc. podrán ser aspectos externos, pero ya dicen mucho de por donde iban los tiros. No iban ni por el comunismo, ni el liberalismo, ni la socialdemocracia ni la democracia cristiana. Completamente evidente. Aunque sea algo externo o estético, ya dice mucho. Exactamente igual sucedió en Rumanía con la Guardia de Hierro (camisa verde y brazo en alto), en Alemania con el NSDAP (camisa parda y brazo en alto), en Inglaterra con el BUF (camisa negra y brazo en alto), … podríamos seguir con ejemplos similares: Portugal, Francia, Eslovaquia, Bélgica, Hungría… serían infinitos los casos. Hasta en Brasil. Dejémoslo en algo si queremos anecdótico, pero que, externamente, ya dice mucho aunque no sea determinante.
-Se intenta decir que es el Estado el eje del fascismo en Italia. Efectivamente es así. Y que esa «estatolatría» es la que hace que el Estado absorba al individuo. Pues bien, otro tanto podrían decir del nacionalsindicalismo pero en lo referente al sindicato. Que sea el sindicato el eje ejecutor del falangismo puede hacer llevar a cualquiera a cree que se puede producir en el pensamiento de José Antonio una idolatría sindical. Porque digo yo… ¿Qué es lo que hace que moralmente sea más ética la concepción sindicalista que la estatista? ¿No puede producirse una absorción del individuo por parte del sindicato en el planteamiento joseantoniano? Dejo al autor o a los partidarios de su artículo la «patata caliente».
-No deja de tener su gracia lo de la insistente acusación de cierto falangismo al fascismo de no haber superado las relaciones capital-trabajo. Pocos saben que, cuando José Antonio en 1935 empezó a pregonar la sindicalización de los medios de producción, hubo un doctrinario del fascismo italiano, discípulo de Gentile (tanto que se le nombra, y con gran razón), que en el Congreso sindical fascista de 1932 en Ferrara expuso públicamente la idea de avanzar e ir más allá con su sistema de «corporación propietaria». Un modelo prácticamente similar al que José Antonio expondrá tres años después y que fue el germen de la República Social Italiana de 1943. La «corporación propietaria» suscitó grandes resistencias (de los mismos que traicionarían al fascismo y a Mussolini en 1943, como Bottai, De Vecchi o De Bono), pero en cambio fue aplaudida por Mussolini; si bien en 1933, cuando Spirito le presentó sobre la mesa a Mussolini el proyecto, este indicó que era aún temprano para su implantación por cuestiones objetivas (Italia estaba iniciando su camino hacia la autarquía y hacia la autosuficiencia total o parcial en el terreno industrial con el IRI). ¿Entienden algunos por qué José Antonio decía que el Estado corporativo era «buñuelo de viento», apoyándose en la afirmación del duce «esto es un punto de partida y no de llegada»? Esto no hizo menos revolucionario al fascismo. Sencillamente demuestra la solidez intelectual de Mussolini (que de marxismo le daba sopas con ondas a José Antonio) de hacer la revolución de forma sensata, real y eficaz. ¿O acaso Lenin, cuando proclamó la NEP, fue menos revolucionario? No, fue más inteligente que todos los tarados que apoyaban las tesis suicidas de Trotsky.
-En cuanto a lo de la violencia, José Antonio no hiló fino y actuó de forma errada. Su pasividad absoluta ante los múltiples asesinatos y ataques es asombrosa. Hasta Cuéllar no reaccionó como debía haberle hecho. La violencia, por otro lado, no es práctica única del fascismo como táctica. El comunismo o el anarquismo la usaron como tal siempre, además de ser una etapa imprescindible para la victoria del proletariado sobre la burguesía. El Estado liberal también aplicó la violencia (y la aplica) mediante las fuerzas del orden e indirectamente mediante la consideración del.hombre como un simple número o estadística. Aquí a cada uno lo suyo.
-Por último, las conclusiones finales son de traca y de una tendenciosidad preocupante.
¿Que en la cuestión del Estado eran diferentes fascismo y falangismo? Si. Para unos el sujeto era el Estado y para el otro el Sindicato. Lo curioso es que, tanto para Arendt como Payne, el fascismo nunca llegó a ser totalitario y, por tanto, se deduce, por la seriedad de ambos, que no era «absorbente». ¿Cuál es, pues, el problema del falangismo con el fascismo?
¿Diferencias en lo económico? Si fue Spirito quien ya en 1932 propuso la socialización de medios de producción con la «corporación propietaria», que Mussolini la apoyó aunque consideró que era demasiado pronto, que en 1943 la RSI la puso en práctica, que se socializaron casi un centenar de empresas en menos de dos años (entre ellas importantes como la FIAT o el Corriere della Sera) y que los trabajadores participaron en la gestión y propiedad de las mismas… ¿Cuál es, pues el problema del falangismo con el fascismo?
¿La violencia? No creo que el falangismo pueda hablar de que intentó el diálogo con los enemigos. ¿En serio llegamos a esas conclusiones? Falange se defendió desde el asesinato brutal de Cuéllar y actuó también por iniciativa propia sin ser atacada en otras. La sociedad de aquellos años, en España y Europa, era violenta. No hay que darle más vueltas.
Pero ante todo vayamos a la realidad. La historiografía nacional y extranjera ha considerado tanto a la Falange como a las JONS, a ambas fusionadas, como a sus principales dirigentes, los representantes del fascismo español. Con todas las peculiaridades que se quiera, así fue. Y así será. No porque un servidor lo diga, sino porque respondieron a una actitud y a una forma de ver la política y la vida similar. Los hechos son tozudos… José Antonio consideró siempre a Mussolini su «padre político» (¿Acaso pondríamos un retrato de alguien en nuestro despacho si no nos identificáramos con él?). José Antonio visitó a Mussolini en 1933 y volvió a España considerándolo un gigante político expresamente (¿por alguien más lo hizo?). Prologó el libro «El Fascismo» de Mussolini (¿lo haría alguien no fascista o antifascista?). En 1935 escribió al italiano Colseschi (secretario de los CAUR, amigo personal y fascista a ultranza) de los progresos del fascismo en España (¿un no fascista sería así de tajante?). En el mismo año fue financiado directamente por la Italia fascista (¿acaso Mussolini iba a dar dinero a alguien en quien no tuviera confianza?).
No hablaré de la camaradería durante la guerra y la posguerra de falangistas y fascistas, ya que creo que es obvio y evidente que fueron excelentísimas.
Espero que sirva de algo, pues el negar hasta la saciedad el «no fascismo» de los falangistas es quizás, en parte, una de las cosas que hacen que siga ese atascamientoen las organizaciones que a proclaman como tal. Hay que aceptar la historia en su integridad, guste más o menos.