Thomas Jefferson, James Madison, George Washington, Benjamin Franklin, Alexander Hamilton… Según pasan las horas, cada vez está más claro que un puñado de terratenientes, filósofos, inventores o militares que murieron hace más de 200 años se van a convertir en los grandes triunfadores de esta loca noche electoral en EEUU. También Donald Trump, por supuesto, incluso aunque muchas de sus propuestas están en las antípodas de las que aquellos defendieron. Pero este miércoles por la mañana, según avanza el recuento y se confirma la victoria del magnate inmobiliario, casi todos los analistas miran hacia la Constitución norteamericana y su complejo sistema de contrapesos y separación de poderes. Y muchos de los que habitualmente la critican por anticuada y aplauden cada fallo del Tribunal Supremo que actualiza el sentido del texto hoy celebran que, a pesar de su arrolladora victoria, Trump tendrá las mismas dificultades para gobernar que el resto de sus predecesores. Por eso, hoy el pensamiento predominante entre la clase bienpensante en EEUU y Europa es: «Muchas gracias, señor Madison».
LD / Lo cierto es que el triunfo de Trump ha sido sorprendente porque pocas encuestas lo habían previsto. Pero no por el desarrollo de la noche electoral. Desde primera hora, según empezaban a conocerse los resultados del recuento en los estados clave, quedaba claro que el candidato republicano le había dado un vuelco a los pronósticos. La primera gran sorpresa llegó en Florida, quizás el estado en el que más ojos estaban puestos por su capacidad predictiva y su peso en el colegio electoral, y en el que Trump ha conseguido una victoria por más de un punto de ventaja sobre su rival (hay que recordar que Obama ganó Florida por un punto en 2012).
A partir de ahí, todo fue rodado para el republicano. Clinton apenas pudo asegurar los estados absolutamente demócratas: D.C, Maryland, Vertmont, Connecticut, Nueva York, Illinois… Mientras, Trump no sólo aseguraba los tradicionales bastiones republicanos, sino que también se llevaba los swing states, esos que deciden todas las elecciones norteamericanas. Tras Florida, llegaron Georgia, Carolina del Norte, Ohio, Iowa… incluso Michigan, Wisconsin y Pennsylvania caían del lado del promotor inmobiliario.
Con esto, a primera hora de la mañana en España, Clinton llamó a Trump para felicitarlo y reconocer la derrota, aunque no compareció ante los medios. A esa misma hora, las bolsas asiáticas se hundían, tal y como se preveía para esta coyuntura. Las promesas de Trump de cierre de fronteras y proteccionismo comercial no gustan en unos mercados que, desde el comienzo de la campaña, han parecido decantarse por el continuismo.
El fracaso de los analistas
¿Cuáles son las razones tras el triunfo de Trump? ¿Por qué han fallado las previsiones de los gurús? Pues esos mismos gurús están a estas horas intentando explicar lo que, según el relato dominante, parece ser inexplicable. Con los primeros datos sobre la mesa, hay algunas cifras que se intuyen claves. Lo fundamental es que el candidato republicano lo ha hecho mucho mejor entre los segmentos de población favorables a sus políticas que su rival.
Así, los blancos de clase media descendientes de europeos (especialmente hombres de clase media baja) han votado a favor de Trump y han participado en niveles récord. A pesar de todos los cambios demográficos que ha sufrido el país en las últimas décadas, hay que recordar que sigue siendo el grupo de población más numeroso de EEUU. Normalmente, en las elecciones norteamericanas, las minorías (el ejemplo más habitual es el de negros o hispanos, aunque hay otros) apoyan de forma abrumadora a sus candidatos preferidos, casi siempre demócratas. Mientras, el voto blanco está mucho más dividido. Pues bien, este 8 de noviembre que ya es histórico ha visto el nacimiento de una nueva minoría cohesionada, con un voto predecible y peso en las urnas: la clase trabajadora blanca.
Mientras, Clinton no conseguía ni acercarse a las cifras de participación y apoyo que alcanzó Barack Obama entre negros o hispanos. Unos y otros fueron a las urnas en mucha menor medida que hace cuatro años y, además, su porcentaje de apoyo a los demócratas fue inferior al que consiguió el actual inquilino de la Casa Blanca. La combinación era explosiva para la ex secretaria de Estado: mientras su rival conseguía cohesionar a su base, ella no era capaz de atraer a sus votantes potenciales. A partir de ahí el resultado estaba cantado y sólo había que esperar a que los estados fueran cayendo del color rojo republicano como fruta madura.
A esta victoria de Trump se suma el triunfo de los republicanos en las elecciones al Senado y a la Cámara de Representantes. En conjunto, los resultados dibujan una de las mayorías más potentes que se recuerdan a favor del partido del elefante.
El control del Senado se intuía clave y las encuestas previas daban un posible vuelco en esta cámara. Hay que recordar que los republicanos llegaban a este 8 de noviembre con una ventaja de 54 a 46, pero con siete de los ocho asientos en disputa en sus manos. Había 34 puestos en liza, pero en la mayoría de ellos uno u otro partido tenía una clara ventaja. Pero en las competiciones electorales más reñidas los republicanos ponían mucho más en juego que los demócratas. No hay resultados definitivos a las 8:00 de la mañana hora española, pero el recuento apunta a un 53 a 47 para los del GOP.
Y lo mismo puede decirse de las elecciones a la Cámara de Representantes. Aunque este recuento será el último en concluirse, todos los datos conocidos a primera hora de la mañana apuntan a que los republicanos mantendrán su amplia mayoría. Ya llegaban con una ventaja de 246 a 188. E incluso, a pesar de que la noche tiende a ser republicana, lo normal es que los demócratas ganen algunos asientos. Pero el cambio de mayoría en la Cámara es ahora mismo imposible y nada hace indicar que los demócratas llegarán a los 200 representantes que antes de las elecciones se daban casi por seguros.
Panorama republicano
Con todo esto sobre la mesa, lo que queda es un presidente republicano que llega a la Casa Blanca con una clara victoria en el colegio electoral, aunque con un porcentaje de voto popular inferior al 50%. Desde Bill Clinton, que ganó las elecciones de 1992 con un 43% de apoyo (hay que recordar que en aquel año Ross Perot consiguió el 19% de los sufragios) ningún presidente había conseguido menos apoyos. Los terceros partidos (el libertario y el verde), aunque muy lejos de sus previsiones más optimistas, han sido muy importantes esta noche y han ganado una relevancia a nivel nacional que los convierte en un factor a tener en cuenta para próximas elecciones.
Como decimos, junto a la victoria de Trump, los republicamos se aseguran el control de ambas cámaras. Y no hablamos de un dominio ajustado, sino de una mayoría cómoda, que les faculta para legislar con bastante libertad. Lo primero a lo que se tendrá que enfrentar el presidente es al nombramiento del sustituto de Antonin Scalia para el Tribunal Supremo. Con Trump de presidente y el Congreso republicano, el candidato será conservador y mantendrá el equilibrio que existía hasta ahora entre progresistas y conservadores.
En cualquier caso, ni siquiera el claro triunfo de Trump le dejará con las manos libres para hacer lo que quiera. Para empezar, el hecho de que no tenga una mayoría del voto popular tendrá su peso en Washington. Además, ya sabemos que en la política norteamericana la disciplina de partido se sigue de manera mucho más laxa que en Europa. Senadores y congresistas se deben fundamentalmente a sus electores, por lo que cada iniciativa legislativa del presidente tendrá que ser negociada, voto a voto, en las cámaras. Si a eso le sumamos la evidente enemistad entre Trump y buena parte del establishment republicano, el 45º presidente de los EEUU tendrá que recurrir a la negociación y a la flexibilidad política, dos armas que no están claras que estén en su arsenal, para avanzar su agenda. Aunque también es cierto que como candidato tampoco ha sido especialmente claro en sus intenciones. Tenemos más claro a lo que se opone que lo que propone.
No se sabe si Trump habrá leído la Declaración de Independencia o la Constitución de los EEUU, pero debería hacerlo. El señor Jefferson y el señor Madison ya preveían hace más de 200 años que cualquier cosa era posible en unas elecciones y diseñaron un sistema de contrapesos y separación de poderes que hiciera complicado que un único individuo se asegurase un dominio excesivo. Durante décadas, muchos han sido los intentos para socavar aquel diseño institucional y conceder más poderes al ejecutivo, al que la votación popular directa recubría de un aura de legitimidad casi absoluta. Hoy, muchos de los que han intentado cambiar ese modelo y han protestado en los últimos ocho años por el «obstruccionismo republicano» en las cámaras, celebran la sabiduría de los padres fundadores.
Ya lo decían Jefferson y Madison, en dos de los textos políticos más electrizantes que nunca se han publicado, el inicio de la Declaración de Independencia firmada el 4 de julio de 1776 y el preámbulo de la Constitución firmada el 17 de septiembre de 1987:
«…Sostenemos que estas Verdades son evidentes en sí mismas: que todos los Hombres son creados iguales, que su Creador los ha dotado de ciertos Derechos inalienables, que entre ellos se encuentran la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad
Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, con el Fin de formar una Unión más perfecta, establecer Justicia, asegurar la Tranquilidad interna, proveer la defensa común, promover el Bienestar general y garantizar para nosotros mismos y para nuestros Descendientes los Beneficios de la Libertad, ordenamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América…»
A pesar de Clinton, de Trump, de los analistas, de los encuestadores y de los políticos de uno y otro lado del Atlántico, sigue siendo un principio en el que merece la pena creer y con el que ningún presidente podrá acabar.