En el año 1949, cuando los conventos de clausura estaban llenos de vida, el doctor Gregorio Marañón ya advirtió del declive del que hoy se lamenta la ciudad de Toledo. «Lo más significativo no es la desaparición de uno, de varios conventos, sino la sensación de muerte próxima que dan los que aún quedan en pie», decía Marañón, para quien «los conventos toledanos representan la parte esencial y permanente del alma de la ciudad… precisamente porque son tan de aquí que más que la conciencia de Toledo son su conciencia».
ABC / Hace unos días, la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo volvía a dar la voz de alarma y encabezaba su «lista roja» de patrimonio en peligro con los conventos de Santa Úrsula y Santa Clara de Toledo, que, en 2015, se vieron obligados a cerrar sus puertas por la falta de vocaciones.
Las últimas monjas que quedaban en el convento de Santa Clara se vieron obligadas a abandonar el recinto a finales de año 2014 tras siglos de vida en Toledo. Este convento fue creado a mediados del siglo XIV sobre las casas principales de María Meléndez, a las que perteneció el patio de los Naranjos. A este primer núcleo se añadieron las dependencias conventuales en torno al patio de los Laureles, por impulso de Enrique II. Destaca la iglesia por su planta de dos naves paralelas cubiertas por alfarjes, en la que se conservan importantes obras de Jorge Manuel Theotocópuli, Luis Tristán,Pedro de Cisneros o Juan Bautista Monegro. Fue declarado Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento en 1981 y «su valor histórico es excepcional», según el informe realizado por la Real Academia, en el que se destaca su importancia por «conservar la memoria de la relación de la dinastía Trastamara con la ciudad de Toledo y para el paisaje urbano por configurar parte importante esencial del barrio conventual y de sus cobertizos». También se valora el monasteria por «conservar en la clausura uno de los palacios mudéjares más antiguos y completos de Toledo y por el gran conjunto de bienes muebles atesorados en los más de 700 años de historia de la comunidad». Los académicos han destacado también su patrimonio inmaterial «por la participación de la comunidad en tradiciones y celebraciones esenciales de la tradición toledana, en especial durante la Semana Santa.
El informe concluye con los riesgos: «pérdida de la comunidad religiosa que mantenía el inmueble y le daba sentido; riesgo de desaparición de uno de los conventos más destacados de la ciudad y, por último, riesgo de dispersión del rico Patrimonio mueble generado».
Tras Santa Clara, Santa Úrsula también cerró sus puertas. Los cuatro últimas moradoras hicieron las maletas en octubre de 2015 y dejaron atrás una historia que se remontaba al año 1259 cuando se fundó en Toledo un beaterio acogido a la regla de San Agustín, aunque el templo conventual es posterior, de 1360. La Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas recuerda que el edificio se levantó sobre en las casas de Diego González y María Meléndez. Del primitivo complejo medieval sobresale la iglesia y algunos elementos datados en los siglos XIV y XV, en concreto varias techumbres de madera y restos de yeserías. Su aspecto ha sufrido cambios por las reformas realizadas en los siglos XVI y XVIII. En su interior destaca la conservación del retablo de la Visitación de Alonso Berruguete, otros retablos de Juan Gómez Cotán, una interesante colección de pintura de la escuela toledana de los siglos XVII y XVIII y un importante conjunto de piezas de orfebrería. Fue declarado Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento, el 20 de octubre de 1998 y es uno de los conventos femeninos más antiguos de la ciudad de Toledo. Destaca por conservar en la clausura diferentes restos de edificaciones mudéjares y un importante conjunto de bienes muebles atesorados en los más de 700 años de historia de la comunidad. Como ocurre en el convento de Santa Clara, tras la pérdida de la comunidad religiosa que mantenía el inmueble y le daba sentid, el principal riesgo a los que se enfrenta es la desaparición de uno de los conventos más importantes y la dispersión de su patrimonio.
En la última sesión académica del curso 2016-2017, celebrada la semana pasada, la Academia elaboró un documento ante la pérdida progresiva de esta parte importante del patrimonio religioso invitando a las distintas administraciones, la Iglesia Católica y la propia sociedad civil a que ayuden para que estos edificios no desaparezcan y «permanezcan vivos» de modo que se custodie de la mejor manera posible «la memoria y el ingente patrimonio cultural que han generado y atesoran».
También el patronato de la Real Fundación de Toledo ha exigido que se busquen funciones «adecuadas» para los conventos vacíos, «para que no se les trate como un contenedor más en el mercado inmobiliario, disponible para cualquier uso». El presidente del patronato de la Real Fundación, Juan Ignacio de Mesa, explicó que están intentando conseguir «una protección legal específica y eficaz de los bienes muebles que atesoran como parte indisoluble de los mismos y evitar su dispersión». Y, desde la Junta de Comunidades, el consejero de Educación, Cultura y Deportes, Ángel Felpeto, anunció que una unidad específica está trabajando sobre los bienes muebles conventuales y su protección jurídica.
En los últimos años ha habido más voces que han ido alertando de esta situación, como el doctor en Historia de Arte y académico toledano, Juan Nicolau Castro, que dedicó más de 20 años al estudio del convento de la Capuchinas, una investigación que plasmó en un libro. Nicolau cree que dentro de diez años no habrá monjas contemplativas en la ciudad y se pregunta qué ocurrirá con ese inmenso patrimonio que aunque es propiedad de la congregaciones religiosas, pero lo pierde la ciudad a la que ha estado ligado durante siglos.
También, el creador de Toledo Olvidado, el académico Eduardo Sánchez Butragueño aprovechó el pregón del Corpus que pronunció en 2015 para advertir, ante el entonces alcalde Emiliano García-Page, del peligro que corren los conventos de clausura, amenazados por su desaparición. Toledo se enfrenta ante uno de sus mayores retos para evitar que se pierda este inmenso patrimonio religioso y cultural, algo que sería, a su juicio, una mutilación del alma de esta ciudad que es llamada también «la segunda Roma».