Esta semana el Partido Popular (PP) ha anunciado la fecha de su próxima Convención Nacional: el 23 de enero, en Madrid. Si ya teníamos el guión, es decir, la transformación definitiva del Partido Popular (PP) en un partido de centro “neutro”, ahora tenemos también el escenario. Sólo falta saber la posición exacta de los personajes en este dra
Una convención poco… convencional
En el PP una Convención no es nada fuera de lo común. Es un hábito. La convención es el máximo órgano de representación del partido entre congresos, se convoca todos los años –cuando no hay congreso- y reúne a cerca de dos millares de cargos públicos y cuadros directivos. Sus competencias son limitadas: a diferencia del congreso nacional, la convención no puede tocar la estructura del partido, sus estatutos ni su ideario. Ahora bien, en todo lo demás es el marco idóneo para poner en escena liderazgos, hacer grandes anuncios, enviar mensajes a la opinión pública y marcar la pauta general del partido. La circunstancia presente, con unas encuestas pésimas y una desazón profunda entre la militancia, hacen que esta anunciada convención resulte bastante poco convencional.
Para empezar, la próxima cita tiene un evidente carácter electoral: a pocos meses de las próximas municipales y autonómicas y en plena ebullición de encuestas adversas. Significativamente, será en la capital de España –las convenciones suelen celebrarse en otras ciudades-, que es precisamente el escenario de una de las mayores incertidumbres del PP de cara a los próximos comicios. Todo apunta a que en esta convención no sólo conoceremos el manifiesto electoral del PP, sino que además se harán públicos los nombres de buena parte de los candidatos. También los de Madrid.
Pero lo más llamativo es que, siendo como es esta una cita de partido, quien de verdad está marcando la pauta no es tanto Génova como La Moncloa. En este momento el PP vive un acusado divorcio entre el partido y el Gobierno. Eso se observa nítidamente en las sedes provinciales y locales, donde son muchos los convencidos de que la política de Rajoy está haciendo trizas ya no las expectativas electorales inmediatas, sino incluso la supervivencia del propio Partido Popular (PP) como tal. “Mi fidelidad al PP está fuera de duda; la del consejo de ministros, no tanto”, me decía hace un par de días un diputado autonómico. Más aún: “El peso del partido en el Gobierno –añadía mi interlocutor- es irrelevante: Soraya, Margallo, Morenés, Catalá, Wert, Guindos, Arriola… ¿eso es el PP?”. No, no lo es. “Y los que son partido, como Jorge Fernández y Montoro, están haciendo exactamente la política que no quieren nuestros votantes”, remata. Pero ellos son los que mandan.
El Gobierno devora al Partido
Impresión general: se prepara una especie de colonización del partido desde el gobierno. El ejecutivo ya no será emanación del partido que ha ganado las elecciones, sino al revés: el ejecutivo va a construirse un partido a su medida. “Entre Soraya y Rajoy han construido un núcleo de poder que ya va por su propio camino, sin que el partido diga esta boca es mía”. Es verdad que algunos ministros del círculo más próximo a Rajoy han expresado al presidente sus sentimientos hacia la vicetodo Soraya: están hasta el gorro de la señora. Pero es igualmente cierto que Rajoy se encuentra comodísimo delegando funciones en ella y sólo en ella. Y el partido, reducido al triste papel de palmero.
Dentro del Partido Popular (PP), los críticos piensan que la secretaria general, Cospedal, está atrapada en una trampa asfixiante: “Debe fidelidad a Rajoy, pero Soraya la ha desplazado. Debe defender el interés del partido, pero teme hacer daño al Gobierno. Debe, además, hacer frente a sus propias responsabilidades en Castilla-La Mancha, incluidas las acusaciones de financiación irregular. Dolores ha perdido mucho poder. No está en condiciones de dar batallas”. Aún peor: “Muchos en el partido –concluye mi fuente- empiezan a sospechar que la publicidad a los escándalos de corrupción tiene por objeto desarmar al partido y dejarlo inerme ante el gobierno. No te digo que los escándalos sean mentira. Lo que te digo es que me sorprende que sólo salgan unos, y no otros, y que apunten siempre en la misma dirección”.
Donde más visible se hace el cabreo es en Madrid. La capital de España y primera comunidad autónoma del país sigue sin candidatos. Todos esperan a ver qué dice Rajoy. Pero, ¿por qué Rajoy? Un concejal del Ayuntamiento susurra: “El presidente ha dicho que va a imponer por ley la democracia interna en los partidos, pero esto es como lo del refrán: consejos vendo y para mí no tengo. Porque lo que es en el PP, democracia interna no hay ninguna”. Si hubiera primarias en Madrid –dice esta fuente-, Esperanza Aguirre e Ignacio González ganarían de calle, la primera para la alcaldía y el segundo para la comunidad. “Pero aquí todos sabemos –añade- que Moncloa no va a permitir el ticket: o la una o el otro, nunca los dos juntos. Y Esperanza tiene demasiados vetos. El problema, y en Moncloa lo saben, es que sin Esperanza no sólo van a perder las elecciones, sino que además el partido puede irse a hacer puñetas”. Pero, claro, nada de todo esto se está haciendo para fortalecer al partido, sino más bien al revés.
En este sentido, el nombramiento de Alfonso Alonso como nuevo ministro de Sanidad en relevo de la defenestrada Ana Mato ha hecho que muchas cejas se levanten en mueca circunspecta. ¿Quién es Alonso? “Un chico de Soraya”, me dice un senador. “Buen chico, sí, eficiente y simpático, pero es otra pieza en el tablero: se están quedando con todo”. Los que se están “quedando con todo” son, evidentemente, los “sorayos”, como se los llama en los mentideros del PP: la gente de confianza de la vicepresidenta, generalmente caracterizada por una formación puramente técnica, con vínculos muy tenues o simplemente inexistentes con el Partido y, unánimemente, muy alejados de la sensibilidad del militante de base y del votante-tipo del Partido Popular. Muchos temen que la solución para Madrid –o Valencia- sea la misma: un candidato de perfil neutro, fuera del vivero natural del partido. “El partido aguantará, apretará los dientes y obedecerá –dice a gaceta.es un cargo local del PP madrileño-. Pero como salga mal…”. Como salga mal, “Rajoy se habrá cargado primero al partido y después a España”, vaticina por su parte un ex senador de larga trayectoria en la cámara baja y hoy condenado al ostracismo.
La nueva refundación
Y todo esto, ¿para qué? Para conservar el poder, por supuesto. Pero no se trata sólo de controlar el BOE. La operación incluye aspectos decisivos en el ámbito de las ideas, de los principios. Porque el “sorayismo” (y lo mismo valdría decir “rajoyismo” o “arriolismo”) está convencido de que para mantenerse en el poder es preciso adaptar las ideas a la sensibilidad social dominante. ¿Y cuál es esa sensibilidad? La que ha venido creando la izquierda desde hace más de treinta y cinco años ante la pasividad de la derecha. La clave, desde el punto de vista ideológico, está en la refundación ideológica del PP: convertirse en una especie de Partido Progresista, una plataforma de centro que abarque desde un centroderecha sin alma hasta un centroizquierda socialdemócrata. Y así, con un PSOE desgarrado entre Podemos y UPyD, el PP seguirá siendo la primera fuerza del país.
La política de esta legislatura está marcando el camino. Medidas económicas de corte socialdemócrata, prolongación del guión de Zapatero sobre ETA, sumisión a la hegemonía nacionalista en Cataluña y País Vasco… Más pronto que tarde veremos cómo el Partido Popular (PP) se desprende también de las temáticas pro vida y acepta el aborto como derecho del mismo modo que, en la práctica, ha aceptado el “matrimonio” homosexual. ¿Pasos? Todos quedos, sin ruido. “No habrá ninguna declaración formal –augura a gaceta.es uno de los pocos diputados que han dado la batalla pro vida-. Sencillamente, se dejará de hablar de esas cosas. Lo presentarán como un ‘giro hacia la gestión’. Y el ‘giro hacia la gestión’ será la coartada para dejarse en casa los principios”.
¿Una refundación ideológica? No sería tan extraño. A eso empujan la necesidad del momento histórico y la propia deriva ideológica del PP. ¿Precedentes? Todos. La democracia cristiana italiana, arrasada por el escándalo de la Tangentópolis, terminó transformándose en un partido de centroizquierda blandito que hoy hace frente común con los restos del viejo partido socialista, víctima del mismo naufragio. Sin necesidad de tantos traumas, la democracia cristiana chilena forma gobierno con la socialista Bachelet contra su enemigo común, que es la derecha nacional post-pinochetista. Cameron, en Gran Bretaña, se parece cada vez más a Blair, y ni siquiera a la todopoderosa Merkel se le han caído los anillos por meter socialdemócratas en su gabinete.
El primer anuncio de esta nueva política será, sin duda, el arreglo de pactos entre bastidores con el PSOE. Entre bastidores, es decir, detrás de las cortinas, no a la luz pública, “porque ni nuestra gente ni la del PSOE está todavía preparada para esto –reconoce un ‘fontanero’ del Ejecutivo-. Cospedal “ha metido la pata al hablar claramente de ‘gobierno de concertación’ con el PSOE –señala-, porque en España estas cosas aún no pueden plantearse claramente. Por eso los socialistas se han apresurado a desmentirla y están forzando el discurso de izquierda. Pero a lo que vamos es a eso”. Con las bendiciones, naturalmente, del poder financiero y de la propia Corona.
Y a todo esto, ¿la derecha española dónde está?
Información ofrecida por José Javier Esparza en el diario La Gaceta.