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FELICITACIÓN NAVIDEÑA CON MATICES

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Por Pedro Conde Soladana para elmunicipio.es

La felicitación cristiana de la Navidad es sin duda la más universal manifestación de los buenos deseos de un ser humano a otro sin distinción de razas ni creencias. O al menos así debe ser si cimentamos tales deseos en las propias frases que, como principios o sentencias, están escritas en los evangelios con carácter y marchamo de eternidad: “Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”, “Amaos los unos a los otros como yo os he amado…»

Allí donde haya un hombre o una mujer, no importa su credo o no creencia, el cristiano ha de ver a otro semejante, a otra criatura creada por el Dios en el que cree y para la que no puede tener menores deseos de felicidad que para sí mismo y los suyos. De lo contrario, y esta es mi manera de interpretar el mensaje antiguo y universal del amor cristiano, sería negar las propias virtudes infinitas de ese Dios en el que asienta su creencia, como son la Bondad, la Justicia, la Misericordia y el Amor en definitiva, que es de todas las cualidades la síntesis que las engloba y que define al Ser Supremo con el axioma escolástico de Dios es Amor.

Ahora bien, los buenos y mejores deseos no pueden ni velar ni obviar la realidad de la condición humana que es también universalmente contingente y precaria. La persona, sin distinción tampoco de razas ni religiones, es imperfecta, con mayor grado de bondad o de maldad y así debemos aceptarnos porque todos estamos demediados o afectados por el vicio y la virtud. Por ello la compresión mutua ha de ser un mandato, toda una filosofía de vida, si queremos que la paz reine entre todos. Pero hay un exceso, llamémoslo sin recato un vicio, un sentimiento y una conducta que rebasa todos los límites de lo humanamente tolerable cual es el extremismo religioso, sea el que sea su signo.

Estamos leyendo diariamente que los cristianos que viven en algunos países de religión predominantemente musulmana son muertos, degollados, masacrados por sus creencias y por una minoría de fanáticos de aquella religión. Pues hasta esta jarca de extremistas llegan nuestros buenos deseos de paz y felicidad; de los que se excluyen ellos por su irracionalidad y pecado contra su propio Dios, Alá, cuya voluntad interpretan tan canallescamente que le deshonran. No puede haber un Dios de sabiduría infinita que ordene a un hombre degollar a otro porque éste no lo conozca o no pueda interpretarlo en su Ser.

Nuestro recuerdo, pues, en este día para esos cristianos y para cualquier otro hombre de buena voluntad que sin serlo comparte con nosotros el lema universal del cristianismo: “Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”.

Dejemos la guerra a que nos obligan tales exaltados e intolerantes para pasado mañana. Todo menos olvidar, aunque sea esta noche de paz, a los pacíficos que sufren persecución por la justicia o por sus creencias.

Pedro Conde Soladana

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