¿Es España hoy un Estado de Derecho?
Por Pedro Conde Soladana para elmunicipio.es
Si los teóricos del Estado de Derecho analizaran, y no con lupa precisamente porque es muy gruesa y grosera la imagen que se ve, responderían escandalizados con un NO rotundo. España es en estos momentos un Estado fallido. Con un temor general y manifiesto en la calle de que esto no tiene remedio. Decirlo después de los cientos de años de su existencia como nación, tendría que parecer una desmesura; pero no lo es, es una crudísima y no menos dolorosa realidad.
Si a los que vimos y vivimos la dictadura de Franco y la sustitución de su régimen por la democracia nos dicen en aquellos momentos que ésta iba a acabar en esta debacle, con la desfiguración y devastación de sus instituciones, no nos lo hubiéramos creído ni bajo juramento que acompañara a tan nefasta profecía. De ahí que aún con reparos de muchos que intuíamos que las bases institucionales, las leyes, la multitud de partidos casi de amiguetes que se apuntaban a este viaje hacia un futuro rosado, la propia Constitución con barrabasadas como el reconocimiento en su Preámbulo de las inexistentes nacionalidades en nuestra Historia, sólo con vida en los huecos cerebros de algún que otro psicópata decimonónico, con sueños paradisíacos para tales futuras naciones enanas y sin otro destino que salir del caserío al prado a cuidar las vacas, digo que no lo hubiéramos creído y hubiéramos despreciado a tan osados augures.
Ahora que esto ha tomado visos de catástrofe, quienes, por mirar de no entorpecer, de no ser los aguafiestas de tanta alharaca y rumbosos festines del bautizo de la nueva democracia, hoy nos mesamos los cabellos y maldecimos nuestra adhesión, si no inquebrantable, sí de crédulos. Por otro lado, ¿podríamos haber hecho otra cosa que dejar correr el tiempo y esta vez sí, ver cuajar una mejor democracia, después del fracaso de la en principio esperanzadora II República?
El invento ha fracasado otra vez. El segundo lance se ha ido también al garete. ¿Por qué? Vamos a analizar un valor común y básico para las dos democracias, la de la República y la de hoy: ese valor es la CULTURA. ¿Quiénes eran más cultos, los ciudadanos de la República o los de hoy?
En la República había un alto número de ciudadanos analfabetos absolutos. En esta pseudodemocracia, faltaría más, el analfabetismo es mínimo; sin embargo, el analfabetismo funcional se extiende hoy por las calles de esta sociedad como una gigantesca y oscura niebla que todo lo oscurece e impide que brille el sol de la cultura. Yo recuerdo, inmediatamente acabada la guerra civil, las humildes escuelas, el lápiz para escribir en cuadernos de papel muy frágil y de mala calidad, la tiza para el encerado de pizarra, etc. Las diferencias con los abundantes medios e instrumentos escolares de hoy, son abismales. A su disposición los alumnos de hoy tienen medios digitales salidos de los últimos inventos de la ciencia tecnológica. Tales medios están introducidos en las escuelas y colegios como algo normal. No cabe la comparación. Otra cosa es que el abuso de ellos pueda estar perjudicando la calidad del aprendizaje y por ello los resultados finales.
Dejemos aquella ominosa República, hablemos del presente. En la España de hoy, el analfabetismo tiene un índice muy bajo, sobre un 2%. ¿Se refleja esto, por ejemplo, en las decisiones que el ciudadano toma en el campo de la política? En absoluto. Nada más hay que ver el resultado tan negativo en calidad que han venido a dar las urnas en la mayoría de las elecciones que ha habido desde las primeras de 1977. Por otro lado, con una clase política más degradada moral e intelectualmente. Tanto que después de ellas y sobre todo en las que vienen realizándose desde el inicio de este siglo. La parte de ciudadanía más consciente y más preparada se echa pasmada las manos a la cabeza al ver la calaña de políticos que han salido elegidos. Y viene a exclamar: “Madre mía de dónde ha salido esta morralla”.
¿Es España hoy un Estado de Derecho?
Y es que no basta con que la mayoría del pueblo esté alfabetizado, es necesario que tenga un nivel de cultura que le permita discernir sobre lo bueno o lo malo del acto del que va a ser protagonista cual es el votar. Para estos asuntos en los que a la propia nación le va la vida, es inexcusable un mayor grado de cultura y lectura, de las que escasea hoy una gran parte de la sociedad española.
Llegados a este punto entran a debate las leyes de educación, ocho se han dictado en esta democracia, pero de tan baja calidad que definen la talla de los políticos que las elaboraron. En muchas de ellas, se reflejan como en un espejo los zotes que las han urdido. Es más, en algunas, se ven las aviesas intenciones de tales tarugos, dispuestos a poner su YO por encima de los intereses del pueblo español. ¿A qué se debe si no esa legislación que permite a un niño pasar de curso con asignaturas pendientes? Es un ejemplo.
Hablábamos del Estado de Derecho. Nominar así a España como nación. Sólo lo hacen quienes detentan en estos momentos el poder para querer tapar con ese título sus muchos y variados delitos. Qué una ley de amnistía, prohibida en la misma Constitución. Se haya elaborado a pachas entre el Gobierno y los infractores de las leyes de ese Estado de Derecho, es para clamar justicia a los cielos.
Podríamos elaborar una ristra de las transgresiones y desmanes llevados a cabo por este Gobierno y sus compinches. Traigamos a la memoria un hecho criminal reciente, el asesinato de dos guardias civiles por narcotraficantes. Si es poco, añadamos lo que esos mismos narcos han intentado después en el cuartel de estos mismos agentes muertos ¡asaltarlo! Este suceso pretendido por tales facinerosos nos ha dejado estupefactos a los españoles y a toda Europa. Tal intento de asesinato, fue acompañado con una despedida de este tenor: “Tenemos armas y os vamos a matar”. Otro terrible suceso más que ha dejado al descubierto que no existe en España tal Estado de Derecho. Lo que representa todo el arco de leyes de nuestra nación es hoy una pantomima, un gigantesco espantajo. Este ominoso silencio mostrado por el Gobierno en el caso. Ha dejado la sensación en una gran parte de la ciudadanía de que el tal Gobierno es cómplice de esos forajidos. Quizá la respuesta a estas incógnitas esté al otro lado del Estrecho de Gibraltar.
Dejémoslo aquí y el próximo día hablaremos no del Gobierno sino de los Gobiernos, porque a esta debacle ha colaborado alguno más de ellos.
Pedro Conde Soladana