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Inglaterra atropella a Patricia

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La sonrisa no se la rompen. Eso no. Su experiencia en el Reino Unido le ha quebrado casi todos los huesos, desgarrado algún que otro órgano y llenado de sangre hasta los pelos, esos de los que se tira porque no entiende que no le den una rehabilitación decente. Que Patricia Torres, de 30 años, llora cuando intenta estirar su cuerpo, contraído por el impacto de un coche a 60 kilómetros por hora en un paso de cebra, no es algo que ella oculte. Te lo dice sonriendo, con ese gesto del que sabe que es mejor reír que llorar. Éste es su parte de lesiones y, como ella misma admite, «seguro que se me olvida algo».

Diez costillas fracturadas

Diario El Mundo / «Llegaba tarde al trabajo e iba a perder el autobús, así que crucé un poco deprisa, he de admitirlo. Tropecé y caí, rasgándome el pantalón, pero el coche que venía me vio y paró». No así el que venía por el segundo carril. «Cuando me levanté para terminar de cruzar… Me pegó una leche que no veas. Volé como unos cinco metros, según me han dicho», cuenta Patricia sobre su accidente, que tuvo lugar en enero de este año en Manchester, Reino Unido. 60 km/hora. En un paso de cebra al lado de un colegio y en una carretera helada por el mal tiempo de esos días. «Lo malo es que en Inglaterra los coches siempre tienen prioridad por delante de los peatones, da igual donde estés», asegura.

Una clavícula de acero

«Ahora se están discutiendo los porcentajes de culpabilidad, para saber qué indemnización me dan o si su seguro me tiene que pagar una rehabilitación privada, pero a mí eso no me vale. Mi abogado dice que esto se puede resolver con suerte de aquí a un año. ¿Y hasta entonces?», se pregunta. Hasta ese momento, llantos y mucha frustración, porque afirma que si no se actúa rápido le pueden quedar graves secuelas de por vida. Porque la recuperación que le ofrece la seguridad social británica no le da ni para empezar.

Pelvis rota por tres zonas

«Tengo tantas cosas dañadas que todavía no han tenido tiempo ni de hacerme el parte completo de lesiones. La recuperación consiste en medir los progresos que he hecho con dos lesiones cada semana y darme una tabla de ejercicios. Nadie me ayuda. Soy yo sola, llorando de dolor cada noche, para poder ganar un milímetro más de movilidad en la articulación. Pero ya no avanzo… Ya no», admite con frustración.

El codo fracturado

Pero no sólo tiene roto el cuerpo, también el bolsillo. Ése en el que ya no entra ni una sola libra desde que tuvo el accidente y del que tampoco paran de salir desde entonces. Porque Patricia, al igual que muchos españoles que emigran al Reino Unido, era y es camarera. Tiene un contrato de cero horas y eso significa, irremediablemente, que se cobra por lo que se trabaja. «A ver cómo sujeto yo ahora una bandeja; o estoy de pie más de 20 minutos; o corro para llevar la comida… No sé, de verdad que no lo sé», asegura. Aunque su jefe tenía todos sus papeles en regla, para Patricia conseguir que le paguen la baja está siendo toda una odisea. «Envío la documentación y me mandan cartas diciendo que no lo he hecho. No te imaginas lo frustrante que es. Y así llevo desde entonces, sin recibir ni una sola libra y teniendo que subsistir con mis ahorros y con lo que pueda mandarme mi familia», se indigna.

El hígado desgarrado

Porque no se piensa en las ayudas sociales, benefits, hasta que se necesitan. Y es algo que recientemente han perdido los inmigrantes en el Reino Unido. En febrero de este año, la Unión Europea aceptó un paquete de medidas que se pondrá en marcha a partir de junio si el país británico finalmente no consuma el Brexit. Entre ellas está la demora del acceso a los benefits por parte de los extranjeros nuevos que lleguen, comunitarios o no, los cuales tendrán que residir al menos cuatro años, y a veces incluso siete, antes de tener derecho a ellos.

La cara reventada

No es el caso de Patricia, que sí tiene ese derecho. Aun así, le está siendo imposible acceder a él. «Sí que me han sugerido en los hospitales que me volviera a mi país, no te voy a mentir. De hecho cuando estaban recientes las operaciones y cualquier movimiento era una tortura, me ofrecieron mandarme a España para tratarme allí con el pretexto de que estaría mejor. Gente de ese tipo hay en todas partes, pero también hubo enfermeras que me trataron genial, como por ejemplo cuando les pedí que me lavaran el pelo porque lo tenía lleno de mi sangre y me daba asco», cuenta Patricia, titulada en Imagen, Diseño y Estilismo.

El tobillo partido en dos

«Y tú me ves muy bien, pero es porque me tienen hasta arriba de Oxicodona, que entre eso y la cojera, parezco el doctor House», se ríe la madrileña. Enseña la relación de medicamentos que tiene que tomar y parece una interminable lista de la compra. «Si te soy sincera a mí me da cosa tomar todo esto», admite. Por las secuelas que le dejó el atropello, los servicios sociales británicos también le han obligado a cambiar de casa, algo que no le ha resultado nada fácil. «Vinieron a evaluar mi vivienda y me dijeron que como era un tercer piso ya no podía vivir allí, pero tampoco me dieron una ayuda para encontrar un sitio mejor y no es nada fácil que te alquilen algo si no tienes unos ingresos fijos mensuales», lamenta.

El tabique fisurado

Ahora vive en un bajo a las afueras de Manchester, desde donde sigue luchando por conseguir la rehabilitación que necesita. «Mi familia me dice que vuelva a España pero no, yo he venido aquí con el sueño de aprender inglés y poder estudiar algo más de moda para seguir progresando en lo mío. Si las cosas continúan así, iré durante un par de meses para tratarme a través de mi seguro privado español y volveré, porque quiero seguir viviendo la experiencia de estar aquí», dice con la sonrisa del que sabe estar haciendo algo que no todos comprenden. Porque eso sí que no está en el parte de lesiones. La sonrisa.

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