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El fin de la Utopía: las misiones jesuitas en el Paraná que no debimos olvidar

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«El amigo ha de ser como la sangre, que acude a la herida sin esperar a ser llamado».

–Francisco de Quevedo

Al parecer, el enviado del Papa, un hombre orondo, extrovertido y excesivamente locuáz a causa de las abultadas ingestas del dulce Oporto que el clérigo se apretaba con fruición, estaba dispuesto a arbitrar, sí, pero con precisas instrucciones en perjuicio de los jesuitas cuya obediencia debida al Papa era de obligado cumplimiento para toda la orden, «urbi et orbe». Vamos, que entre que estaba el pescado vendido y la obediencia, lo tenían crudo.

Esos balsámicos efluvios etílicos le estaban generando extraños vapores desestabilizantes en el asiento de la «silla turca», en la mitad justa del cráneo, lugar de refugio donde suelen atracar la mística y a veces, la pérdida de la razón. El tonsurado preboste vaticano, por enésima vez, seguía empeñado en que el jesuita se rindiera y sacara la bandera blanca (y la tinta china y la pluma de paso) sin mas ambages. Pero no era así, y lo que se estaba dirimiendo era mucho más complejo que lo que la apariencia daba a entender.

El endeble y frágil Tratado de Madrid (también llamado Tratado de Permuta) firmado entre Portugal y España allá por el año 1750, venía a definir los límites entre sus respectivas colonias en América del Sur. Una correcta relación entre ambos países permitió una sucesión de tratados sobre límites firmados entre ambos imperios coloniales, siendo el punto de inflexión el Tratado de Alcáçovas, simbólico y embrionario en las buenas relaciones (en general) hispano lusas. Este tratado basado en el derecho romano, concretamente en el principio ‘Uti possidetis, ita possideatis’ («quien posee de hecho, debe poseer de derecho»), amplió los dominios de Portugal -en principio, ligeramente-, dejando los límites del Brasil con una corrección al alza además de la modificación territorial de los limites de la Colonia de Sacramento Río de la Plata) incorporada (provisionalmente) a la Corona Portuguesa, como muchos de nosotros habremos visto, en la película ‘La Misión’ (Robert de Niro, Jeremy Irons, etc), hermosa y cruel a partes iguales. Hermosa, por la extraordinaria obra social de los jesuitas –quizás algo paternalista– y el incomparable entorno donde se desarrolla; cruel, por el trágico desenlace de la Utopía cristiana que estos adelantados y singulares misioneros practicaban, con acciones más en consonancia con la filosofía cristiana que los que llevaba a cabo la institución a la que debían obediencia, donde todo eran tiaras y púrpura.

En síntesis, la historia en cuestión es que había unos indios llamados guaraníes, que vivían plácidamente en medio de una naturaleza exuberante y espléndida, donde el creador estuvo sembrado en uno de sus días brillantes, que algunos hubo.

Un buen día, unos señores muy austeros y coherentes con sus principios cristianos y fundacionales, con una sotana de paño de segunda y un pequeño cordón anudado en la cintura, hicieron aparición por aquellos lares con la idea de fundar una obra social integradora, a la vez que, paradójicamente, contraria al derecho natural. Los guaraníes estaban plenamente integrados en su hábitat y los misioneros intentaban mostrarles las bondades de la religión católica, pero esta vez sin la marca de fábrica que habitualmente consistía en «palo y tentetieso» para comprender mejor el mensaje de Cristo. Los jesuitas era mas bizantinos y hábiles y, de paso, mucho mas cultos.

Las llamadas reducciones o misiones jesuitas eran unas comunidades autosuficientes sin llegar a ser cooperativistas, pero sí con fundamentos de economía participativa y elementos de trueque muy acusados, en las que los aborígenes eran evangelizados a la par que instruidos en el uso de las herramientas idóneas para una agricultura mas eficaz y sustantiva, aprovechando la tecnología peninsular. Al mismo tiempo –gracias al empecinamiento de la Corona española y Fray Bartolomé de las Casas y a través de la aplicación de las Leyes de Indias–, se les evitaba caer en la esclavitud en el sentido convencional de la palabra; otro tema bien distinto era la aculturación e inhibición progresiva a la par que desidentificación con sus dioses y acervo cultural.

Aunque en la práctica clandestina, las autoridades españolas y los negreros portugueses hacían un roto a la Corona por la estafa que suponía al erario el lucro cesante a la par que a la ética más elemental, independientemente de las desobediencia a la ley escrita y al lucro jugoso que suponía esta aberrante práctica.

El cardenal Altamirano, a la sazón destacado para tal efecto, no hinca la rodilla ni al ver la magnifica obra de ingeniería autosuficiente en medio de la indómita selva. La labor misional que iba viento en popa, se ve truncada por la exigente dureza del prelado que con un corazón de metal bañado en acero inoxidable, no da su brazo a torcer. Pero el negocio iba por arriba y ellos eran objeto de cambalache. La vía diplomática se estaba agotando y el nuncio los veía inquebrantables en su –a la luz de los acontecimientos–, razonable intransigencia.

En un lugar habitado por la paz, se prende la mecha de la violencia y la muerte de la esperanza campa sin riendas otra vez.

Política de hechos consumados

El conflicto venía de largo por las facilidades adquiridas en las transacciones mercantiles entre ambos países cuando fuimos uno, bajo la Corona de los tres Felipes (Felipe II, Felipe III y Felipe IV). Entre 1580 y 1640, el Tratado de Tordesillas (1494) había perdido su vigencia por razones obvias. La fusión de todos los reinos y virreinatos de España bajo el mismo cetro permitió a nuestros hermanos portugueses hacer jugosos negocios que beneficiaron a ambas partes, pero más a Portugal, anclada en su sempiterno aislacionismo, que todo hay que decirlo, en muchas ocasiones fomentaba España con conductas que a los lusos les resultaban incómodas.

Pero nuestro hermanos portugueses a veces se pasaban un poco. El Tratado de Tordesillas, que divide en su momento el mundo conocido en dos partes (una raya imaginaria de polo a polo 370 leguas al Oeste de Cabo Verde) de explotación mercantil con dominios diferenciados claramente, es rebasado unilateralemente por los portugueses en varias ocasiones. España no da mucha importancia a estos lances por el descomunal imperio que abarcaba, pero cuando se aficionaron los lusos al tema, pasaron de aligerarnos la cartera, a mayores. Poco a poco, para 1785 ya habían duplicado el territorio adjudicado previamente por dicho tratado y Brasil había crecido territorialmente como la espuma transgrediendo los limites pactados en Tordesillas. Vamos, que le habían cogido gustillo al arte del descuido.

A partir de 1640, la crisis resultante tras la separación de ambos reinos, hace que Portugal, ya sin base legal, emprenda algunas acciones comerciales transgrediendo dichos límites, y funda la Nova Colonia do Santísimo Sacramento enfrente de lo que actualmente es Buenos Aires y casi a la altura de Montevideo en el Río de la Plata. Las cosas se complican.

La demarcación de los nuevos límites en la región de las Misiones Orientales, que abarcaba los siete pueblos en los que estaban enclavadas las reducciones jesuíticas, pasan a manos portuguesas.

Sin embargo, el calado de la tragedia en ciernes era más profundo de lo que podía parecer, ya que en los territorios bajo control de Portugal se permitía la esclavitud de los aborígenes guaraníes mientras que en los territorios españoles los indígenas eran súbditos de la Corona y en consecuencia gozaban de su protección, por lo que no podían ser esclavizados. El estatus legal de la población autóctona fue determinante para que estallaran las llamadas Guerras Guaraníes que durarían, tras una resistencia heroica, cuatro años a partir del año 1752. Al final, las reducciones jesuitas retornarían a manos españolas, pero el precio en vidas fue muy alto; tecnología punta contra cerbatanas.

En 1767, el que probablemente haya sido el mejor rey de España, Carlos III, pega un patinazo increíble .Con la Pragmática Sanción desposee a los indígenas de un blindaje que en la la línea de Fray Bartolome de las Casas les sirve de protección ante la codicia de algunos de los conquistadores.

Tristemente, los vaivenes políticos internacionales desembocan en la práctica anulación (que no aniquilación) de la orden, que es expulsada de los territorios donde la Monarquía Hispánica tenía sus dominios; con anterioridad ya había ocurrido en Francia y Portugal. Esta decisión de la Corona Española deriva en un desastre por el desamparo al que condenan a las reducciones jesuitas, que no olvidemos, era un compromiso cuasi revolucionario de corte cristiano para estas teocracias socialistas.

Insignes e ilustres filósofos y misioneros de primera línea como los padres Angel Olaran en Etiopia, Monseñor Óscar Romero asesinado durante su habitual homilía en El Salvador, Leonardo Boff y Hans Kung con sus ágiles plumas certificando la Teología de la Liberación, el obispo Helder Càmara con su firme determinación y compromiso para con los desheredados en Brasil, el catedrático Jon Sobrino, el Papa Negro Arrupe y el finado Ellacuria y sus seis compañeros de viaje también asesinado por el ejercito salvadoreño, dan testimonio de la grandeza de la herencia y de los pasos de aquellos primeros misioneros que llevaron una doctrina de amor universal, más allá de los posibles errores cometidos durante la colonización.

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1 COMENTARIO

  1. Sin la expulsión de los jesuitas en el siglo XVIII, como apunta Ramiro de Maeztu, no habría surgido, al menos en ese momento, el movimiento de la independencia. La avaricia del marqués de Pombal, que quería explotar, en connivencia con los ingleses, las misiones jesuíticas de la orilla izquierda del río Uruguay, y el amor propio de la condesa de Pompadour, que no podía perdonar a los jesuitas que se negasen a reconocerle en la Corte una posición oficial como querida de Luis XV, fueron los instrumentos de los jansenistas y los filósofos ilustrados para atacar a la Compañía de Jesús. La Hispanidad ha de ser reivindicada como proyecto de liberación, de igualdad y fraternidad entre todas las razas y pueblos de la tierra, y como alternativa fundamentada en los valores católicos universales, frente a los valores imperantes derivados de la moral calvinista, antecedente de los valores capitalistas y de superioridad racista de los paises anglosajones. La Hispanidad es un proyecto para disidentes.

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