Por Josele Sánchez
Estimado lector y estimada lectora, no espere de este articulista ninguna suerte de lástima por la situación que atraviesa el Partido Socialista Obrero y Obrera Español y Española.
Este brindis a la estúpida igualdad de sexo (pues soy lo bastante instruido como para saber que el género es una condición de las palabras y no de las personas) será lo único políticamente correcto que leerán en este artículo. Ya ven, soy un antisistema, pero no un antisistema con rastras y piojos: soy un antisistema de chaqueta y corbata, un antisistema de verdad, de los peligrosos, de los que han leído y saben lo que se llevan entre manos.
Yo celebro con sidra asturiana (el champagne lo dejo para los socialistas que son selectos gurmés) lo que le está ocurriendo al PSOE, que acaben a gorrazos entre ellos como terminaron los comunistas en la guerra civil española ¿O se creen ustedes que las tropas franquistas tuvieron que pegar un solo tiro para entrar en las calles de Madrid? Les repito que algo de historia he leído, la suficiente como para descojonarme de risa cada vez que escucho hablar de los ciento treinta y ocho años de historia democrática del PSOE ¿Ciento treinta y ocho años de historia democrática? ¿Qué pasa, que aquí sólo tiene muertos a sus espaldas la Falange? El PSOE es el partido que más cadáveres guarda en sus armarios superando (que ya es mucho superar) a los anarquistas de la FAI.
Pero vamos a lo que nos ocupa: no siento lo más mínimo la situación de liquidación por derribo en la que se encuentra el PSOE. Y sus “coleguitas” del Partido Popular (que diría Rita Barberá) más vale que se apliquen en el viejo refranero español por aquello de: “cuando las barbas de tú vecino veas cortar pon las tuyas a remojar…”
A mí, lo que le está sucediendo al viejo partido de Pablo Iglesias (no al de la coleta, sino al que era de izquierdas de verdad), se me antoja como el principio del fin de un sistema que deseo, con todas mis fuerzas, que se vaya a hacer puñetas. Un sistema (heredero de la Constitución del 78) que permite que doscientos veinticinco mil hijos de sus padres y sus madres pongan en el parlamento vasco a diecinueve defensores de los asesinos de ETA. Un sistema que posibilitó que trescientos treinta y ocho mil ciudadanos colocaran a diez indocumentados independentistas de la CUP en las Cortes Catalanas. Un sistema, fiel seguidor de liberalismo de Juan Jacobo Rousseau, que somete la verdad y la justicia a votación popular permitiendo que, la mitad más uno de los ciudadanos, decidan si Dios existe o no, o si el sol sale por el este o por el oeste.
Sé que me van a llamar fascista por este artículo pero me importa un bledo. Con toda probabilidad quien me despache con este calificativo no tiene ni pajolera idea de qué es el fascismo.
Parece que Dios dejó escrito en los diez mandamientos que éste tipo de democracia es el único y el mejor modelo de convivencia posible. Parece que debemos aceptar que la corrupción transversal (ahora el juicio por las tarjetas black resulta un ilustrativo ejemplo de ello), que afecta por igual a Casa Real, PP, PSOE, Izquierda Unida, sindicatos y empresarios, es un mal necesario.
¿Qué quieren qué les diga? Yo quiero que todo esto reviente porque estoy convencido que debe haber otra forma mejor de vivir. Yo deseo para mi hija una patria que no se cuestione, un día sí y al otro también, sobre su propia persistencia. Yo quiero una patria que se procure de atender las necesidades de todos mis compatriotas (y antes que de ninguno otro individuo, las de mis compatriotas). Yo quiero una patria que lo que despilfarra en financiación legal e ilegal de partidos políticos, en el mantenimiento del actual sistema parlamentario y de los diecisiete parlamentos autonómicos y de la mismísima casa real, se lo gaste en la educación, la sanidad, la vivienda y el trabajo de todos los españoles. Yo quiero una patria donde exista una democracia de verdad y no esta farsa que tenemos aquí montada, donde la separación de los poderes sea un hecho real y no una simple apariencia del espíritu de Robespierre.
No es verdad que el bipartidismo fuera el cáncer de la democracia. Lo que ha demostrado ser la metástasis del espíritu democrático es el sistema de partidos en sí mismo, ya sean dos, tres o cuatro las formaciones políticas que se reparten el pastel.
No sé a dónde vamos a parar pero sí sé que alguien ha de parar esto. No sé cómo construir una sociedad mejor pero sí sé en qué sociedad no quiero seguir viviendo.
Bienvenida, pues, la autodestrucción del PSOE, y a no tardar mucho la del PP.
Amén…
Artículo de Josele Sánchez publicado en la Tribuna del País Vasco