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«No vas a tener sexo con él»: la mujer que cazó en Facebook al pederasta de su hijo

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Marisa (nombre modificado) tiene 44 años de edad, es profesora de Secundaria y vive con su hijo de tan solo 12 años de edad en un pueblo cercano a Reus. Por su profesión, está más que acostumbrada a lidiar con las hormonas preadolescentes y las (posibles) complicaciones que en ocasiones acarrea la eclosión sexual de sus alumnos y los jóvenes de edades tempranas. Lo que ni de broma habría imaginado nunca es que la eclosión de su hijo llegaría de la peor manera posible: mediante un pederasta que intentó embaucarlo a través de Facebook y al que ella misma acabó cazando haciéndose pasar por un niño de 12 años.

El día que su hijo chateó con un pederasta

El Confidencial / Todo empezó una tarde del invierno del pasado año 2013, cuando Marisa vio a su hijo haciéndose fotos sin camiseta en su habitación: «Al principio no me hizo ninguna gracia, la verdad, pero no le dije nada. Luego me di cuenta de que en realidad lo que me cabreaba no era que mi hijo estuviese ligando, ya que soy profesora y sé que a los 12 años los adolescentes ya hacen estas cosas; quizá lo que me enfadaba era darme cuenta de que mi hijo ya no era un niño», explica a Teknautas.

En cualquier caso, la sospecha no se fue de su cabeza: «Esa noche entré en su Facebook y vi que esas fotos solo estaban en sus mensajes privados. De hecho, solo estaba en un mensaje, en el que hablaba con un chico que, por lo que decía, era mayor que él, tenía 16 años. Era de otro pueblo y encima cuatro años mayor que él, así que yo no podía conocerlo. No sé por qué, pero los mensajes me hacían desconfiar. No sabía qué veía raro ahí, pero tenía la sensación de que algo había».

Esa noche, pensando, Marisa identificó los dos elementos que la hacían sospechar. En primer lugar, la forma de hablar: «Cuanto más leía los mensajes de ese chico, más convencida estaba de que eso no podía estar escribiéndolo un crío de 16 años, sino alguien bastante mayor. Era como si un adulto estuviese usando expresiones de adolescente para dar el pego, pero a veces cometía errores. A lo mejor le preguntaba, tal cual, si ese día ‘se había tocado’, y está claro que un chico adolescente no es tan sutil ni utiliza esas expresiones, son mucho más bestias», asegura.

En segundo lugar, le sorprendió la forma de las conversaciones: «Parecía que los dos estaban ligando… pero sin ligar. No sé si me explico: el chico le hacía preguntas sexuales a mi hijo y a veces deslizaba algunas insinuaciones, pero todo muy sutil. No sé, no era un típico flirteo entre adolescentes, ni siquiera entre adultos. El chico nunca se insinuaba directamente a mi hijo, pero siempre llevaba la conversación hacia temas sexuales».

Al día siguiente, Marisa estaba totalmente convencida: el chico de 16 años con el que su hijo ligaba de manera inocente ni podía ser un chico, ni mucho menos tener 16 años. Esa misma tarde habló con un amigo suyo abogado, quien, al leer los mensajes, coincidió en el diagnóstico. Ninguno podía asegurar a ciencia cierta que detrás de esos mensajes estuviera un adulto, pero ambos estaban convencidos de ello.

Una decisión: «Me hice pasar por mi hijo»

El abogado le recomendó acudir a los Mossos d’Esquadra, pero Marisa hizo caso omiso. En vez de hacer eso, habló con su hijo: «Le pregunté si lo conocía, si lo había visto en persona alguna vez, si tenían amigos comunes, si sabía de alguien que le hubiese hablado de él… y nada. Se asustó bastante, pensaba que había hecho algo malo. Yo intenté dejarle claro que no tenía por qué haber hecho nada malo, pero que no me fiaba, y que si encima no se conocían de nada, quizás él tampoco debía fiarse».

Tras la conversación con su hijo, Marisa tomó una decisión: a partir de entonces, sería ella la que guiaría las conversaciones de su hijo con el chico de 16 años. Los Mossos d’Esquadra, a los que su amigo abogado le pidió que recurriera, quedaron nuevamente descartados. Su objetivo era cazarlo, obtener pruebas y llevarlo a la justicia.

En vez de avisar a los Mossos, Marisa optó por intentar ‘cazar’ al pederasta

Sin embargo, la madre sí hizo caso en algo a su abogado ‘oficioso’: «Me dijo que, si iba a hablar con ese chico para comprobar si era un adulto, tuviera mucho cuidado y no le indujera a ningún delito. Sobre todo, que no fuera yo la que propusiera una cita en persona y que no fuese yo quien hiciese proposiciones ni insinuaciones sexuales».

A partir de ahí comenzaron sus conversaciones —fingiendo ser su propio hijo— con el aparente chico de 16 años, unas conversaciones en cuyos detalles Marisa prefiere no entrar al relatarnos esta parte de la historia: «Lo que sí te puedo decir es que fui muy cuidadosa. Estaba convencida de estar hablando con un adulto, pero no hice nada del otro mundo. Simplemente me limitaba a ver cómo actuaba, qué decía. Yo intentaba seguirle la corriente… pero sin seguírsela. Era muy difícil: tenía que conseguir que siguiera hablando conmigo y no perdiera el interés, pero no pensaba pasar ningún límite ni hacer insinuaciones de ningún tipo», asegura.

«Me propuso hacernos fotos sexuales»

Las conversaciones con el chico fueron complicadas, muy complicadas: «Lo bueno era que sobre todo hablaba él y hacía preguntas concretas. Prácticamente todas relacionadas con el sexo, pero nada del otro mundo, ni siquiera para alguien de 12 años. Eran las típicas conversaciones sexuales que podrían tener dos amigos íntimos de esa edad». Sin embargo, «aparecía y desaparecía constantemente. Cuando me pedía fotos nuevas y no se las daba, no decía estar enfadado, pero estaba claro que se enfadaba, ya que al poco se desconectaba y no volvía a aparecer en dos o tres días. Era desesperante, porque temía que sospechara o que se cansara de mí/mi hijo”. En definitiva, “tenía miedo de que se largara, que no volviera a aparecer y que todo esto de hacerme pasar por mi hijo no hubiese servido para nada», reconoce.

Por otro lado, y pese a las ‘guadiánicas’ conversaciones, el aparente chico de 16 años siempre acababa volviendo. Hasta que en una ocasión, pasadas tres semanas, el chico dio un paso adelante: «Me propuso directamente que quedásemos, que ya estaba bien de hablar solo por internet». En cuanto leyó eso, Marisa cogió el teléfono: «Llamé a mi amigo abogado y puse el teléfono en manos libres para poder teclear y leerle la conversación en el momento. Le pregunté al chico que para qué quería que nos viésemos, y me dijo que para conocernos y que, ya que estábamos, podíamos hacernos unas fotos, y tal. No te voy a dar muchos detalles, pero vaya, la propuesta final que me hizo fue que él y yo (él y mi hijo, en realidad) quedásemos para hacernos fotos juntos mientras practicábamos sexo».

«Si me pedía fotos y no se las mandaba, se enfadaba y desaparecía unos días»

Tras tres semanas de conversación, Marisa había conseguido su gancho, pero no le servía: «Mi abogado me dijo que mejor le dijera que no, que no quería hacerme fotos así. Se lo dije al chico y al poco me respondió, entre jijí y jajá, que bueno, que podíamos quedar en general para conocernos y que luego ya veríamos». Ahora sí: Marisa ya tenía lo que quería.

Fue esa noche cuando su abogado y ella, ordenador en mano, se plantaron ante los Mossos d’Esquadra para contarles lo que pasaba. Los agentes no salían de su asombro: «Yo estaba alucinando», explica a Teknautas el ‘mosso’ que llevó el caso. «Le dijimos que lo que había hecho era una temeridad, que así no se hacen las cosas, que tenía que habernos avisado desde el principio. Pero bueno, en ese momento lo importante no era echarle la bronca, sino ayudarla».

La hora de la verdad: la cita con el pederasta

Manos a la obra: a las 18:00 del día siguiente, el hijo de Marisa y su aparente amigo de 16 años habían concertado una cita, así que los ‘mossos’ empezaron una investigación contrarreloj: «Mientras tomábamos declaración a la madre, un compañero cogió el ordenador para buscar al remitente de los mensajes. Tardó muy poco, la verdad, fueron apenas unos minutos. El chico decía que vivía en otro pueblo, pero el domicilio de la IP que localizamos estaba en el mismo pueblo, a unos 400-500 metros de la plaza donde habían quedado».

Al día siguiente, el operativo era de cuatro personas: «Dos compañeros hicieron guardia muy cerca del domicilio para ver el movimiento, pero nadie entró ni salió. Los otros dos nos quedamos con la madre para planificarlo todo: a la hora de la cita yo iba a estar con ella, mientras que mi compañero estaría en otro punto de la plaza», recuerda.

Entre tanto, surgió un imprevisto. Sobre las 16:00, dos horas antes de la cita, el hijo de Marisa recibió un mensaje del aparente chico de 16 años, que le decía que él no iría a la plaza. Que quien iría sería un hombre mayor, amigo suyo, que era quien les dejaba la casa para conocerse. Que iría el hombre mayor a la plaza, recogería al hijo de Marisa en coche y se lo llevaría a la casa donde él estaría esperándolo. Para que el hijo de nuestra protagonista pudiera reconocer al hombre adulto, este llevaría vaqueros, un polo azul y cazadora vaquera.

«No te vas a follar a mi hijo»

Marisa y el ‘mosso’ llegaron con tiempo de sobra, casi una hora antes de la cita, y entraron a un bar desde cuya ventana se veía toda la plaza, por la que también merodeaba el cuarto compañero de la operación. Sobre las 17:45, los ‘mossos’ que hacían guardia cerca del domicilio vigilado dieron un aviso: un hombre acababa de salir de allí y parecía dirigirse a la plaza. Sin embargo, dos cosas fallaban: en primer lugar, no iba en coche, sino en moto; en segundo, vestía ropa distinta a la que debía vestir el sospechoso, aunque llevaba una mochila consigo.

El hombre se dirigió a la plaza, pero aparcó la moto en una pequeña calle cercana y se dirigió hacia ella a pie. Una vez en la plaza, dio una pequeña vuelta con cierto disimulo, la rodeó, se metió en otra calle y entró a un bar. Al salir, los ‘mossos’ confirmaron lo que habían empezado a sospechar: efectivamente, había entrado para cambiarse de ropa. Y, efectivamente, ahora se dirigía de nuevo hacia la plaza con unos vaqueros, un polo azul y una cazadora vaquera.

Al ser detenido, el pederasta confesó: «He estado viéndome con otros cinco chicos»

Al llegar a la plaza, se sentó en un banco y esperó sentado. Fue entonces cuando Marisa y el ‘mosso’ salieron del bar y se dirigieron hacia él desde atrás. El desenlace parece sacado de una película de Hollywood, pero así fue: cuando el ‘mosso’ tocó ligeramente el hombro del individuo para que se diese la vuelta, Marisa se adelantó verbalmente y le dijo: «No te vas a follar a mi hijo». Acto seguido, el hombre, de 54 años, fue detenido.

El pederasta fue condenado por abusos sexuales y pornografía infantil

Por otro lado, los Mossos d’Esquadra encontraron un amplio abanico de contenidos de pornografía infantil: una pequeña parte del material eran fotos de los menores con los que había estado; el resto, fotos y vídeos que había conseguido en internet.

«Debí avisar a los Mossos desde el principio»

La pena de prisión es casi lo único que consuela a Marisa: “Sé que hice muchas cosas mal. Tendría que haber avisado a los Mossos desde el principio, no tendría que haber hablado yo con el hombre por Facebook, no tendría que haberle soltado esa frase de película cuando iban a detenerlo… no tendría que haberme hecho la ‘madre coraje’. Pero ¿qué quieres que te diga? No es que me sienta orgullosa, pero tampoco me arrepiento: ahora este señor está en la cárcel y se le descubrieron otros cuatro abusos. Eso es con lo que me quedo».

La actitud de nuestra protagonista podría ser entendida por cualquiera desde el punto de punto de vista moral, pero, efectivamente, no fue la idónea, ni mucho menos. «Si la intención es dar cuenta de unos hechos presuntamente delictivos, y sobre todo cuando ocurren a través de redes sociales o sistemas de mensajería instantánea, la ley exige ponerlos en conocimiento de las autoridades policiales o judiciales en cuanto se tiene conocimiento de los mismos», asegura a este periódico Silvia Barrera, especialista en ciberseguridad y cibercrimen, autora del libro ‘Claves de la investigación en redes sociales’ e inspectora de la Policía Nacional.

«Las pruebas que obtiene un particular no tienen ningún valor procesal»

La inspectora defiende el procedimiento por tres motivos. En primer lugar, porque las autoridades se encargarán de «evitar la pérdida de posibles vestigios, indicios o evidencias digitales. Cualquier borrado o destrucción de las mismas pueden provocar que se eliminen líneas posteriores de investigación o pruebas de cargo importantes». En segundo lugar, «por la propia seguridad de la víctima. Si damos información que no debemos o quedamos con personas desconocidas, ponemos en peligro nuestra propia integridad física o cualquier represalia a través de la red. Hay que ser muy prudente con este tipo de actuaciones».

Por último, «las pruebas digitales o testificales que obtiene un particular haciendo indagaciones por su cuenta y riesgo, sin supervisión o tutela judicial, no tienen ningún valor jurídico, sino que son meras declaraciones testificales. Es decir, el valor de tu palabra contra la suya no tiene ningún valor procesal».

«No podemos privar a nuestros hijos de la tecnología»

Por otro lado, la inspectora también rechaza que los padres hagan de ‘detectives’ ante lo que sus hijos hacen en internet: «Los menores deben estar supervisados y tutelados, pero esa labor de supervisión no implica una absoluta injerencia en la vida del menor, que tiene derecho a la privacidad e intimidad como cualquier adulto. Solo en el caso de una sospecha racional de que pueda estar implicado o viviendo sucesos sospechosos o con indicios de la comisión de un delito, está motivada esa injerencia en la intimidad».

En caso contrario, «si las pruebas se hubieran obtenido de forma arbitraria, vulnerando esa intimidad del menor y sin que en ningún momento se pueda inferir que este pudiera estar siendo víctima de un delito, las pruebas que aportan los padres serían nulas», asegura.

«Los menores deben estar supervisados, pero tienen derecho a la privacidad como cualquier adulto»

En su opinión, «lo mejor es mantener, en la medida de lo posible, una relación de confianza con los menores, guiarles en el uso de la tecnología y alertarles de que deben estar pendientes de ese tipo de hechos, del anonimato en la red, de que pueden encontrarse con situaciones de ese estilo».

Y es que «lo erróneo es intentar hacerles pensar que la tecnología es peligrosa y privarles de ella. Los adultos tenemos que asumir que es la época que nos ha tocado vivir y, con ella, tenemos que aprender a saber y entender el mundo virtual en el que ahora se mueven nuestros hijos. La desconfianza en nuestros menores genera desconfianza en ellos».

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