Después de décadas en las que el estatalismo ha perseguido al tabaco tanto como se ha aprovechado de él, podemos estar ante el principio del fin del tabaco. La solución, una vez más, no la ha traído el gobierno sino el mercado: el cigarrillo electrónico.
Existen pocas dudas razonables respecto a que el tabaco es uno de los principales desencadenantes del cáncer y responsable de millones de muertes a lo largo del tiempo por todo el mundo.
Su peligrosidad, a su vez, ha justificado una actividad regulatoria inusitada en los estados de casi todo el mundo en forma de prohibiciones y limitaciones de todo tipo.
No obstante, los estados han evitado a toda costa la prohibición absoluta por una buena razón recaudatoria: casi todo el precio del tabaco son impuestos.
El resultado es que a los fumadores primero el estado les vaciaba los bolsillos y luego los mataba el tabaco.
Hasta ahora.
Un provocador artículo de Manuel Llamas en libremercado.com propone la tesis de que “El tabaquismo está condenado a desaparecer a largo plazo, o, cuando menos, sus nocivos efectos sobre la salud se verán reducidos de forma drástica en las próximas décadas, lo cual, sin duda, supondrá una auténtica revolución en materia sanitaria, pero también a nivel industrial y de consumo. No es ciencia ficción. Ya está pasando, y la tendencia es imparable. Este sueño, impensable hace apenas unos años, no se debe al agresivo intervencionismo estatal ni al abyecto prohibicionismo que propugnan los hipócritas moralistas de medio pelo que engrosan las filas del socialismo imperante. No. Si el impacto negativo del tabaco baja en los próximos años no será en ningún caso gracias al Estado y sus perversos aduladores, sino, muy al contrario, gracias al mercado y sus beneficiosos mecanismos de interacción libre y voluntaria. La revolución en cuestión se llama cigarrillo electrónico (e-cig), un invento empresarial que, pese a su reciente creación -nació hace apenas una década-, se está extendiendo rápidamente entre los fumadores, cosechando unos resultados espectaculares. La clave de su éxito es simple: ofrece lo mejor del tabaco -hábito, sensación de calada y el chute de la nicotina-, pero desechando la larga lista de ingredientes peligrosos que contiene el cigarrillo convencional”.
Naturalmente ahora el debate se traslada hacia si el cigarrillo electrónico puede resultar también nocivo y de hecho ya están apareciendo los primeros movimientos prohibicionistas en algunos estados.
¿Es realmente nocivo el cigarrillo electrónico? ¿Algo nocivo? ¿Nada nocivo? ¿Más nocivo que los donuts o las patatas fritas?
El cigarrillo electrónico se encuentra ahora bajo la lupa en parte porque se trata de un producto nuevo e interesa saber si tiene sobre los consumidores efectos adversos. Pero también porque si es una alternativa inocua al tabaco se puede cargar el negocio recaudatorio del estado. Ahora toca por tanto extremar el celo por la salud de los ciudadanos ante esta potencial amenaza sobre la salud… y sobre los impuestos.
Lo que de todas formas parece ya claro es que, si acaso, por malo que pudiera ser el cigarrillo electrónico ni de lejos resultaría tan perjudicial para la salud como el tabaco.
Información ofrecida por Navarra Confidencial