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LA VOCACIÓN MILITAR

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Por Pedro Conde Soladana para elmunicipio.es

Podría decirse que la profesión militar es una vocación para la muerte; sin que ello sea un deseo sino una disposición; es la voluntad de dar la vida cuando el deber que acompaña a toda vocación así lo exija en un momento supremo.

El soldado es ese ciudadano que se presta, se echa a sus espaldas, asume como deber una necesidad que toda sociedad humana tiene: la defensa. Mientras el resto de la ciudadanía labora en sus diversas actividades: cultura, economía, ciencia, industria, etc., el soldado se prepara, se entrena, vigila… para que esa comunidad a la que pertenece tenga garantizada la paz; bien supremo y aspiración de toda sociedad a cuya pérdida se puede aplicar por encima de cualquier otro bien eso de que sólo se sabe el valor de las cosas cuando se pierden. Démonos una vuelta por el mundo para comprobarlo.

La paz, nada más y nada menos, ese acervo, ese patrimonio intangible, inmaterial, sin el cual ninguna sociedad puede sobrevivir. La paz, ese bien supremo cuya carencia hace imposible construir una nación ni ejecutar su destino, es una de las misiones que la sociedad encomienda al soldado. Y tan alta es la tarea de éste que sin vocación no puede ser ni auténtico ni sentido su ejercicio.

La vocación militar es de esas contadas profesiones humanas, a las que, además de las exigencias culturales, físicas, de aprendizaje específico, etc., hay que añadirle otra que entra en el recóndito y misterioso campo de lo espiritual: la mística. Sí, la mística militar por lo que tiene de unión con su pueblo, su aspiración y silente servicio a la paz, su sequedad y firmeza en la disciplina, su arrebato en el peligro y la meditación ante la muerte como entrega.

No es fácil ser soldado, no es cómodo ni confortable; la vocación militar es una labor incompatible con la molicie. Por eso quien aspire a ser soldado no puede, no debe hacerlo con la predisposición del otro que se considera con cualidades para ejercer una profesión y echa cuenta de las ganancias materiales que ésta pueda reportarle. La vocación militar tiene más que ver con el espíritu que con la materia.

Pero no sólo de pan vive el hombre.

Hablamos de vocación, pero no podemos dejar de hacerlo de estatus; porque el soldado, el militar, tiene un entorno familiar y en esa imbricación entre necesidad y vocación, la sociedad a la que sirve tiene la obligación ineludible de cuidar y sostenerlo muy dignamente en la paz, como el soldado lo hará por ella en la guerra.

Toda vocación auténtica tiende a la virtud. En la militar está la síntesis de los valores y virtudes que distinguen al ser humano: el honor, la lealtad, el pundonor, la entereza, la caballerosidad y hasta el punto de orgullo y prestancia que da vestir el uniforme militar.

Al evocar esta profesión no olvidamos por otro lado que es ese ser humano quien la cumple y, por ello, la imperfección de su naturaleza puede afectar a ese código de valores que a modo de decálogo obliga al soldado. Es la Historia, ese libro del que muchas páginas están escritas con la acerada punta de la espada, la que nos muestra, para enseñanza de todos, al héroe junto al villano, al valiente junto al cobarde, al leal junto al desleal, al esforzado junto al pusilánime.

Estamos, pues, hablando de un arquetipo que sirve para definir un modelo de ciudadano que se entrega voluntariamente a una profesión cuyo más exigente afán es servir a la nación y a su pueblo, que es al fin la encarnación de la Patria.

Hay un lamento de que faltan vocaciones militares. Parece ser así; pero ¿cómo van a suscitarse éstas si a las nuevas generaciones se les niega el conocimiento de la propia Historia, en la que están sus propias raíces y la de sus protagonistas entre los que el soldado ha sido el actor por antonomasia de excelsas, honrosas e imborrables hazañas?

No se ama lo que no se conoce. No se conoce lo que no se enseña. No se puede sentir lo que se ignora.

En la escuela está el origen del saber y del amor. Pero de nada sirve si no hay maestros que lo enseñen.

Pedro Conde Soladana

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